Intervención de Fidel en la escalinata de la Universidad de La Habana. Foto: Archivo.
Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura del acto para conmemorar el VI aniversario del Asalto al Palacio Presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1963.
Compañeros estudiantes (APLAUSOS):
Esta fecha que marca el momento de más alto heroísmo en la historia de nuestra universidad, y que es por eso un día que habrá de culminar siempre en un acto como el de hoy, con los estudiantes fundamentalmente, será una fecha de mayor importancia cada año.
No ocurrirá como en el pasado, en que las fechas gloriosas iban perdiendo emoción, iban perdiendo fuerza, en el vacío donde todo el esfuerzo de los que lucharon y de los que cayeron parecía perderse.
Esta fecha tendrá cada vez más y más fuerza, esencialmente porque aquel esfuerzo y aquel sacrificio no cayeron en el vacío, sino porque los frutos se verán florecer cada vez más y más. Y el futuro se encargará de demostrarnos esta verdad, porque el futuro será, cada vez más visiblemente, el futuro de nuestra juventud, el futuro de nuestros estudiantes. Y porque la patria será cada vez más y más una inmensa escuela, una inmensa universidad.
Y este espacio, este espacio que hoy se colma de jóvenes, no será ya bastante para dar cabida a nuestros estudiantes. Y por eso, será necesario hacer como se hizo. ¿Quiénes van al acto de la escalinata? ¿Cuáles becados van al acto de la escalinata, de nuestros becados no universitarios? (APLAUSOS.) Pues los mejores estudiantes, los de mejor comportamiento, los de mejor expediente (APLAUSOS). Si alguno que no pertenece a esa categoría se coló por ahí, es bajo su responsabilidad exclusivamente.
Pero así fue como se resolvió el problema, porque ya es un problema el decidir quiénes pueden venir, porque todos no caben en esta escalinata. Y, entonces, se seleccionaron, por eso, a aquellos que tenían más méritos.
Y así, año por año, en que serán más y más los estudiantes, se reunirán en esta escalinata los más estudiosos y los de más méritos. Y un puesto aquí, aunque sea un puesto de pie, para conmemorar este día, para poder venir aquí, para tener el honor de estar aquí, habrá que ganarlo durante el año.
Nosotros, medio en broma, al comenzar este acto les decíamos a algunos compañeros: en nuestros tiempos no había tanto público en la escalinata; en nuestros tiempos de estudiantes, la escalinata muy pocas veces se llenaba.
Estas son las diferencias, las profundas y las visibles diferencias entre el pasado y el presente. Pero, sobre todo, hay que pensar y hay que mirar hacia el mañana. Nosotros, los revolucionarios, siempre pensamos en el mañana.
En ocasión reciente de hacer un recorrido por las áreas escolares de nuestra capital, comenzando por la escuela de enseñanza primaria de becados también, de Santa María del Mar, continuando por la ciudad escolar situada en el antiguo centro de Tarará (APLAUSOS) —que parece que tienen su representación aquí en este acto, por lo que oigo—, y continuando después por distintos sitios, horas prácticamente recorriendo calles, observando los cambios en el comportamiento, en la disciplina, en la actitud, y hasta en la presencia física de nuestros estudiantes, le decía a un compañero que eso era como un recorrido por el futuro.
Un día como hoy, en un acto como este, hay que pensar sobre todo en el futuro, mirar hacia el futuro. Nosotros a veces nos preguntamos cuál será la visión panorámica de nuestros jóvenes; cuáles serán sus sentimientos un día como hoy; qué pensarán.
Recordando aquel respeto con que nosotros pensábamos siempre en nuestros mártires, en los hombres que dieron su vida por una causa, por la causa de nuestro país, de nuestro pueblo; recordando la historia, la historia desde las luchas por la independencia y las luchas en la república; y recordando aquel respeto que nos inspiraban a nosotros nuestros antecesores, nos hemos preguntado cuál será el sentimiento de nuestros jóvenes.
¿Es que acaso tendrán los jóvenes el sentimiento de que aquella lucha concluyó? ¿Es que acaso tendrán el sentimiento de que las páginas más brillantes fueron ya escritas? ¿De que lo más heroico y lo más meritorio ha sido ya realizado, y que no habrá para nuestros jóvenes el escenario, el combate donde probar su espíritu, donde probar sus cualidades de revolucionarios y de patriotas? A veces nos preguntamos esto. Y, sin embargo, quien creyera que ya está escrita la historia, quien creyera que no quedan por delante muchas páginas brillantes por escribir, estaría equivocado. Porque quedan por delante de todos, y sobre todo quedan por delante de ustedes, muchas páginas que escribir todavía, mucho que luchar todavía, mucho que hacer todavía y mucho que crear todavía.
Se han librado unas cuantas batallas. Pero las batallas que se libraron contra Batista y su camarilla, las batallas que se libraron contra sus esbirros y criminales, no eran todavía sino el comienzo de la Revolución. Y no eran las batallas más difíciles; las batallas que se libran contra el imperialismo son más difíciles todavía.
Pero hay aun otra batalla todavía más difícil que esas batallas contra el imperialismo —y algunos se preguntarán qué batallas pueden ser esas—, y esa batalla es la batalla contra el pasado, contra el pasado y sus ideas reaccionarias, contra el pasado y sus hábitos nefastos, contra el pasado y sus vicios, contra el pasado y su sistema de privilegio, de explotación del hombre por el hombre, contra el pasado y las ideas, las ideas —repito—, las ideas que nos dejó; la manera de mirar las cosas, de mirar la vida, los conceptos egoístas; aquel nacer y crecer diferenciando siempre entre lo mío y lo tuyo, y el concepto de lo mío, lo mío, por encima de todos los demás; las ideas que se fueron asentando durante siglos prácticamente.
En las revoluciones las ideas tienen mucha importancia, porque luchan las clases y luchan las ideas de las clases. Y los reaccionarios tratan de atraer a sus ideas el mayor número de personas posible; aprovechan, se valen de la influencia de las viejas ideas en las personas. Y desde luego que son precisamente nuestros estudiantes universitarios y los de nuestras escuelas superiores de enseñanza, los que han de constituir la vanguardia en la técnica y también en la cultura y en las ideas.
Porque claro está que no se forjan aquí ya parásitos para la sociedad, sino trabajadores para la sociedad, servidores de la sociedad; no explotadores, sino trabajadores. Y han de ser en cada centro de trabajo los de mente más amplia, cultura más vasta y comprensión más amplia y profunda. Porque de la ignorancia se vale el enemigo, la ignorancia forma parte del pasado.
Cuando hablo de pasado y sus vicios pienso, sobre todo, entre tantos vicios, en la ignorancia. Y esos son grandes aliados de los reaccionarios y de los imperialistas.
El año pasado, en esta fecha, se presentaron las circunstancias que me obligaron a hacer una crítica por la supresión de una invocación a Dios en el Testamento de Echeverría. Con toda honradez, con toda sinceridad, que debe ser la honradez y la sinceridad de los revolucionarios, hice aquella crítica, juzgando erróneo y no revolucionario aquel acto. Los compañeros comprendieron la crítica y reconocieron el error.
Hoy voy a hablar de otros que, invocando a Dios, quieren hacer contrarrevolución (APLAUSOS).
Y esto está relacionado con lo que hablábamos de la batalla más difícil de todas, que era la batalla contra el pasado, y cómo ese pasado trata de gravitar por todos los medios posibles, y cómo los reaccionarios se valen de todos los medios posibles, y cómo los imperialistas, esos monstruos sin entrañas, porque no les interesa más que la cantidad de oro que puedan acumular día a día, mes a mes y año por año; porque a ningún imperialista, a ningún capitalista, a ningún explotador le interesa otra cosa —y esto lo comprende quien llegue a tener un mínimo de raciocinio— no le interesa ni le interesará jamás otra cosa que su provecho, su propio beneficio.
Claro está que tratan de hacer creer al mundo que al luchar por sus beneficios personales luchan por el progreso de la humanidad. Nosotros sabemos bien cuan triviales eran muchos de esos creyentes, que llegaban a la iglesia por la mañana, todavía con los vapores del ron que habían ingerido en sus aristocráticos y privilegiados clubes. Sabemos cuán “piadosa” era esa gente, tan “piadosa”, que en unas Navidades sangrientas, como aquellas de Cowley, que en una noche asesinó a más de 20 luchadores proletarios. Eso era muy poca cosa para ellos, que no habría de interrumpir las fiestas de fin de año, ni se sintieron jamás sensibilizados por los cientos y miles de muertos de aquella lucha, y que aun en los días postreros de Batista, el propio 31 de diciembre, día de la fuga, los sorprendió en medio de sus fiestas y francachelas.
Claro está que por la mañana dicen que se sentían muy contentos porque se había ido el señor Batista. Pero es que, indiscutiblemente, creían que iban a tener manos más sueltas para explotar aun más a nuestro pueblo. Conocemos, pues, la piedad de aquellos señores. No tenemos ninguna duda.
Y recordamos cómo algunos señores que nunca habían ido a la iglesia, apenas vino la ley de Reforma Agraria, comenzaron a ir a la iglesia prácticamente todos los días. Pero, bien: el pueblo los conocía.
El imperialismo trató de enfrentar la iglesia católica a la Revolución y el imperialismo fue desenmascarado. Algunos sectores reaccionarios de la iglesia trataron de utilizar las iglesias contra la Revolución, pero fueron también desenmascarados. Las aguas fueron tomando sus niveles y los imperialistas empezaron a perder la esperanza de poder utilizar la iglesia católica como instrumento de su contrarrevolución.
La Revolución se mantuvo firme en sus principios de respeto a las creencias religiosas de cualquier ciudadano, su respeto al culto. No ocupó iglesias, no cerró iglesias, no obstaculizó las actividades de ningún sacerdote dispuesto a desempeñar sus funciones propiamente religiosas, e incluso puede decirse que comenzaron a desaparecer los conflictos entre la Revolución y la iglesia católica.
De manera que, si en los primeros meses de la Revolución se oía hablar de muchos casos de actividades contrarrevolucionarias relacionadas con la iglesia católica, después ya no se oían más y, prácticamente, apenas se oyen. Y los hechos han servido para demostrar cómo es posible que una revolución respete las creencias, cómo una revolución proletaria mantenga ese principio en el poder, y cómo la Revolución respeta los sentimientos religiosos de cualquier ciudadano; que no es lo mismo que respetar las actividades contrarrevolucionarias de cualquier reaccionario, encubiertas bajo el manto de la religiosidad (APLAUSOS).
¿Qué hicieron los imperialistas? ¿Se conformaron? No, cambiaron de táctica, y hasta cambiaron de iglesia.
Y eso lo veremos muchas veces. Veremos al enemigo de clase cambiar de táctica muchas veces, porque esta lucha será larga y tiene que ser, necesariamente, larga. Porque esta lucha de clases, esta lucha de ideas no se liquida en 24 horas. La batalla más difícil, la batalla más larga no era la batalla contra Batista; la batalla contra los imperialistas, la batalla contra los reaccionarios, la batalla contra los explotadores, la batalla contra el pasado, como decía hace unos minutos. Y veremos muchas veces al enemigo cambiar de táctica. Y eso hizo el imperialismo: cómo cambió de táctica cuando se vio aplastado en las ciudades por los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS). De tal manera se le estrechó el cerco, que se mudaron de las ciudades para el campo, donde la dispersión de la población hace más difícil la vigilancia que en la ciudad.
Y, de un tiempo acá, las actividades de dos o tres sectas religiosas, fundadas, precisamente, en Estados Unidos, y que han sido utilizadas como vanguardia de penetración en América Latina, sectas fundadas y subsidiadas por los imperialistas Porque a los tiburones del imperialismo, señores, no les importa Dios, ni religión, ni nadie, porque no tienen más Dios que su oro y sus ganancias (APLAUSOS).
Pero, además, como los tiburones del imperialismo tienen una posición moral e ideológica muy débil frente a la realidad de la explotación, como a los tiburones del imperialismo se les hace muy difícil justificarle a nadie la existencia de millones de analfabetos y de explotados y de gentes hambrientas, y las muertes prematuras, y el promedio de vida que apenas rebasa los 30 años en muchos países de este continente, y como eso es muy difícil de defender con lógica y con argumentos, y como tienen muy poco que ofrecerle al hambriento y al explotado, muy poco que ofrecerle en esta vida, vida que para las masas es más breve que para los explotadores, entonces, se valen de un magnífico expediente: el de ofrecerles maravillas en la otra vida. Tal vez las maravillas que los pobres de este mundo ven en las casas de los ricos.
Imagino cómo verá un pobre el cielo, y tal vez se imagine el cielo con un gran automóvil, vajillas de plata, un palacio y una pierna de cerdo o de res asada en la mesa de su casa. Es decir, se imaginarán que saben, se imaginarán cultos, se imaginarán saludables, se imaginarán esas maravillas que los ricos explotadores disfrutan en este mundo y no quieren dejar para el otro (APLAUSOS).
Pues, bien: donde pensaban penetrar las compañías petroleras, mandaban por delante misioneros de algunas de esas sectas. Y quienes han estado en algunos de esos sitios se horrorizan de los resultados de la superstición y el engaño en las mentes ignorantes. Y cómo había, por ejemplo, una familia de leprosos, convertidos ya a esa secta, y que, cuando les decían de mandar sus hijos al hospital, decían: “No, porque ese hospital es católico, y es preferible que se mueran, porque a esta vida se viene a sufrir y a morir para ganar la otra vida.”
Ya no era, naturalmente, como hoy, choque de ideas religiosas contra ideas políticas. Cuando no se enfrentaban las ideas políticas, eran choques, incluso, de fanatismos religiosos. Y la humanidad vivió mucho el choque de esos fanatismos. Millones y millones de seres humanos cayeron en esas luchas de fanáticos