Sustituyamos la crispación de una epicidad exacerbada e intolerante por una cultura civilista, educacional, dialogal y pacífica. Este largo y apasionante proceso de formación ética y cívica tendrá, por lo menos, dos grandes ventajas: rescatar la verdad total de nuestra historia y nuestra cultura en todas sus dimensiones y no solo en la guerrerista y, lo más importante, sentar las bases para que Cuba pueda reconstruirse sobre bases de civilidad, diálogo y negociación verdaderos; sobre la educación como principal herramienta, y sobre una convivencia plural, diversa y pacífica como hábitat natural de la democracia y el progreso.
Mística y Política
Para emprender esta reconstrucción de Cuba, es decir, de cada cubano, debemos cambiar la épica por la mística, la confrontación por la política, cambiar el materialismo por la espiritualidad, combinar la dialéctica con la dialógica, aprender progresivamente la solución pacífica de los conflictos. Uno de los principales binomios que nos permitirá reconstruir el futuro de Cuba es el de: Mística y Política.
Vivir una mística no necesariamente equivale a vivir una religión, aunque generalmente mística y religión se identifiquen sin faltarle razón. En efecto, la historia nos presenta a muchos místicos que asentaron esa fuerza espiritual en su fe, sin embargo, también muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia han vivido esa mística política, es decir, han sido motivados por una mística que es esa fuerza interior, esa entereza de espíritu, esa presencia de ánimo y empuje a la acción pacífica que nace del alma.
Es una mística política, es decir una fuerza interior para buscar el bien común de la polis. Es una mística cívica.
Los grandes místicos de la historia no son personas alienadas montadas en una nube, con la cabeza perdida en el más allá. Los grandes y auténticos místicos, incluidos los que han llevado una vida monástica, han sido fundadores de lo nuevo, renovadores de lo viejo, reformadores de lo bueno para ponerlo al día, han sido intrépidos y valientes transformadores de la realidad en la que han vivido, sin tener que recurrir a la violencia, a la confrontación bélica o a la destrucción del tejido social. He leído en alguna parte el símil del huevo: si un huevo es roto por una fuerza exterior se pierde la vida que había en él, pero si un huevo se rompe desde dentro entonces es que nace la nueva vida.
Cuba necesita cambiar sus arquetipos culturales, sus modelos de vida, su escala de valores, sus criterios de juicio. Cambiar la fuerza por la razón. Cambiar la lucha de clases por la convivencia pacífica. Cambiar la exclusión por la unidad en la diversidad. Cambiar el ataque contra la persona por el debate de sus propuestas. Cambiar la egolatría épica por una humildad profunda y generadora de paz. Cambiar el materialismo dialéctico por una espiritualidad mística, que no necesariamente significa practicar un culto religioso. Cambiar el machismo de la fuerza exterior por el cultivo de un alma grande que es el cultivo de la magnanimidad como virtud cívica. Cambiar el mito de que la grandeza se conquista con la fuerza por creer en la fuerza de lo pequeño. Cambiar el criterio de que la fuerza viene de fuera por la convicción de que la verdadera fortaleza está en nuestro interior, en el alma de cada cubano y en el alma de la Nación.
Pero, ¿qué le pasará a un pueblo que ha abandonado el cultivo de su espiritualidad? ¿Qué actitudes tomará un pueblo al que le han enfermado el alma? ¿Cómo cambiar de la cultura épica a la cultura mística, si todo a nuestro alrededor es conflictividad, exclusión, materialismo existencial, represión y condenas?
Quizá esta sea una explicación de por qué huimos los cubanos, de por qué nos escondemos detrás de múltiples caretas, de por qué buscamos la fama en lugar de la espiritualidad. De por qué nuestra fiebre posesiva y materialista por tantos años de miseria sin espíritu, de instrucción sin alma.
Pero también esta puede ser una oportunidad para comprender por qué hay tantos cubanos que han decidido no vivir más en la mentira, han decidido expresar públicamente la verdad en la que creen. Esta sea la explicación de por qué resisten en las cárceles tantos injustamente condenados. Quizá podamos explicarnos por qué un signo de los tiempos nuevos en Cuba es que todos, todos, los que estamos trabajando por un cambio hacia la democracia solo lo hacemos con métodos pacíficos y buscando el respeto a la diversidad.
En efecto, esta reflexión acerca de los cubanos y cubanas que han encontrado su fuerza en la mística, en ese “castillo interior”, en creer con Martí que “más vale una idea en el fondo de una cueva que un ejército”, y que por esa convicción sean capaces de toda heroicidad pacífica, me llena de esperanza en los cubanos. Por la creciente conciencia de que este proceso, que va de lo bélico a lo místico que ya está en marcha, y porque es uno de los signos de identidad de la actual sociedad civil cubana, aunque algunos no lo vivan conscientemente todavía, todo esto me llena de auténtica esperanza. No de una esperanza ilusoria y pueril, sino de la única esperanza cierta y segura: aquella que se funda en la mística y en la creencia en la fuerza del alma humana, en la fecundidad de la semilla, en “el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”.
Este camino de activismo pacífico, sin odios ni venganzas, que viven muchos cubanos, dentro y fuera de la Isla, me llena de la esperanza que no defrauda y me hace creer y confiar, cada vez más, en la capacidad transformadora del espíritu humano y en la presencia, muchas veces ignorada o descreída, del Espíritu de Dios en la Historia, en nuestra historia.
Cuba necesita mística y libertad.
Tomado del Centro de Estudios Convivencia
Foto de portada: Howard Ignatius