Entre las frases con un uso extendido en nuestro español isleño, mencionaba en la entrega anterior “andar con el moño virao”, indicadora de trastorno, de suerte que se ha invertido para mal. Y me quedé pensando, con particular interés, en las múltiples ramificaciones que entre nosotros tiene esa noción del “virar”.
“Virar”, tiene un origen que se pierde en las antiguas disputas territoriales de la etapa imperial romana. Se presume es préstamo de las lenguas germánicas, de las que pasó al latín con el significado de “doblar”. No es extraño que, con el tiempo, la noción del doblez haya pasado a significar no solamente alteración de la dirección de un material sino también del movimiento. De ahí que hoy esté relacionada esa forma verbal con ambas ideas: dar la vuelta, girar, cambiar la dirección, por un lado; y regresar hacia atrás, por otro.
No obstante, serían esas dos direcciones matrices para la noción del “virar”, a partir de las cuales la palabra y sus múltiples variantes toman caminos insospechadamente ricos. Una muestra de esa riqueza, de la capacidad de florecimiento y expansión de un término, radica en cómo puede ser utilizado tanto en sentido literal como metafórico en algunas frases. Es el caso, por ejemplo, de la muy conocida “virar la tortilla”. Si a alguien que está cocinando esta preparación con huevo, le decimos que “vire la tortilla”, es indicación clara de que ya se ha cocinado por una de sus partes y debe darle la vuelta para que lo haga por la cara opuesta. Esta acción, que implica un giro de 180 grados, ha pasado a significar metafóricamente el cambio radical de un asunto o conversación. Así, “me viraste la tortilla” es señalización de que