Los testaferros de la locura, la guerra y la perfidia nos llaman fanáticos y encomiásticos con etiqueta, por el simple hecho de creer en la libertad, desde nuestra visión del bien. Se nos define como entes tristes y enmarcados; perdedores en el borde de un ocaso sin futuro y definitivamente cuestionables en nuestra intelectualidad.
Hasta los agoreros más benévolos nos tratan como enfermos convalecientes de un penoso padecimiento, nos rodean y agreden con aullidos fantasmales de lobos con pieles de ovejas.
La vida en su eterno ir y venir muestra que, todo, absolutamente todo, es propenso a ser puesto en la balanza, y los cubanos- la mayoría- no vivimos de espalda a la realidad. Por 62 años hemos experimentado incontables carestías, cercos, persecuciones financieras, agresiones y atentados. Ha sido bien difícil, pero, contra todo pronóstico, seguimos aquí y en libertad.
Nos han negado medicinas, alimentos, la vida misma y, contra toda expectativa y compras anuales de maletas, seguimos dando guerra, sin perder la ternura, ni la capacidad de fortalecer el espíritu en la más completa adversidad.
Los “agoreros” que habitan al norte de esta isla; los que “verborrean” en nombre de una libertad y una democracia que no reconoce, ni tolera la diversidad de criterios, no pueden comprender este axioma enmarañado, solo apto para cubanos de verdad.
Entre tantas explicaciones groseras a nuestra resistencia, no se les ocurrió otra más absurda que, el “terror”, supuesto y único incentivo de nuestras vidas para comulgar con la esencia “dictatorial” de nuestro sistema político. Saben poco de libertad estos canallas.
Un escrito reciente de un buen amigo y colega, provocó obscenas réplicas en los “habitantes de Lilipú”. Lo acusaron de obsecado comunista y lo exhortaron a, “definirse” no sea que algún día le pasaran la cuenta.
De qué libertad hablamos…
¿Definirse? ¿Arrepentirse? ¿De qué? ¿De su libertad? ¿De su crimen intelectual, para salvar el pellejo cuando vengan los gusanos… detrás de los marines? ¿Y acá, nosotros, de brazos cruzados?
¿Cómo puede llamarse cubano alguien que incita a la matanza de sus semejantes, argumentando “el necesario costo” de la libertad? ¿Qué libertad? ¿La del plan de machete, la humillación perenne y la impotencia de ver morir a los hijos bajo las bombas de la democracia que lleva por el mundo el vetusto imperio yanqui?
¿La libertad de los traseros fofos que se entronizaron en este país para vivir de la lengua y la sangre de los humildes, y que, solo a tiros, liaron el petate en el 59?
¿La de los asesinos de nuevo tipo que entrenan en los cayos de la Florida y condenan con insípida y vulgar cháchara el derecho a defendernos? ¿La libertad de los invasores, los autodenominados, comandantes, que quieren venir a matar comunistas?
Para el ciudadano común de cualquier latitud resulta grotesco tanto chisme, tanta guapería de perro castrado y tanta saña con el país que les dio la vida. Pero lo inverosímil es que, los improperios son escuchados por quienes navegan las aguas del rejuego político.
También por los que optaron por la soledad del corredor de fondo y, carentes de discernimiento, se convierten en los manipulados de esta historia. Miénteme que me gusta, diría alguien.
Pero, para que el mundo sea mundo, tiene que haber de todo: unos mandan desde climatizados ranchos en Miami; otros ejecutan contra la tranquilidad de la gente acá en la isla. Los de allá disfrutan la pecunia ganada a costa de puñaladas en el pecho de la patria; los de acá van a parar- y a pagar sus crímenes contra el pueblo- ante los tribunales populares. Tal es el equilibrio de los vivaces y los tontos.
Nosotros ya tenemos bastante con vivir bajo amenaza de invasión, invirtiendo cuantiosos recursos en defensa y sufriendo los efectos de un criminal bloqueo- al que hipócritamente llaman embargo- para también soportar intimidaciones verbales de latiguillos simplones y vejetes camajanes, a los que nada más le alcanzan las agallas para enviar perros de presa… detrás de los marines.
Son el atajo de espantadizos, asesinos y torturadores de la peor ralea que salieron echando un patín de este país cuando los barbudos de la Sierra les persiguieron hasta Columbia. ¿Van a negarlo?
¿Y qué decir de la nueva hornada? Los noveles luchadores contra el comunismo, que mayoritariamente saludaron la bandera en nuestras escuelas primarias, dijeron, “Seremos como el Che” y eran bastante pacíficos cuando estaban en Cuba.
Hoy se congratulan de ser hombres fuertes, manu militari de los políticos de norteamericanos- demócratas o republicanos, da igual- que los zarandean a fondo cada cuatro años, y después, les alcanzan la tetilla para una breve chupada. ¿Van a negarlo?
Para los que no “comprenden” el concepto de independencia que profesa la mayoría de los cubanos en la isla, baste decir que la verdadera libertad no es la que condiciona cada día al ser consciente con la afiliación sectaria y violenta en contra de su propia nación. Porque esa, es la libertad de ellos, no la de aquí.
La nuestra, la que consideramos auténtica, es la que anida en el conocimiento cabal de lo vivido, de lo conquistado y de todo, absolutamente todo lo defendible; es la libertad que permite amar la tierra que pisamos, donde reposan nuestros seres queridos, donde crecen nuestros hijos y la que anegaremos en sangre si pretenden enviar a los marines.. para venir tras ellos, por supuesto.
Pero, !tranquilos! Es comprensible que los chicharrones del emperador no asimilen nuestros puntos de vista; después de todo, los traidores no conocen de estas cosas.