Al menos 107 tiroteos han sucedido en Estados Unidos en lo que va de año, publicó recientemente The Gun Violence Archive, un grupo de investigación especializado en temas de violencia armada en ese país. Hasta el 1ro. de marzo de 2022, dijo, se contabilizaban 3 015 muertes y 5 266 lesionados por armas de fuego, entre ellos 166 niños y 661 adolescentes baleados.
Las escalofriantes estadísticas no incluyen, por supuesto, los saldos en víctimas mortales y de heridas de otras balaceras que, desde la fecha del corte informativo hasta hoy, han sido noticias allí, como el que hasta ayer mantuvo paralizada una parte de Miami Beach.
¿Causas recurrentes?: el odio, las teorías supremacistas, la violencia extrema…
No se dice mucho, pero la violencia en esa nación tiene raíces consagradas hasta en los documentos fundacionales de la confederación. Amparada en la segunda enmienda, la industria armamentista estadounidense, y dentro de ella la Asociación Nacional del Rifle, han desarrollado un negocio sin escrúpulos que fomenta la agresividad armada. Unido a ello, la falta de control gubernamental, la fragmentación de la sociedad y el auge de grupos extremistas ponen en peligro la cotidianidad.
Que no es «asunto de ahora» lo demostró José Martí, quien conoció profundamente la sociedad estadounidense, y entre tantos retratos que hizo de ella, su artículo La verdad sobre Estados Unidos, publicado en Patria el 23 de marzo de 1894, pareciera escrito a la luz de la realidad actual.
«Pero no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes, el odio y la miseria».
El Héroe Nacional de Cuba advirtió tempranamente la capacidad natural de aquella sociedad para reproducir el odio y la violencia, manifestaciones internas de la crisis sistémica que hace décadas vive, y que también sufre en materia de política exterior, dadas las frustraciones en su empeño por asegurar una hegemonía global.