México, 20 sep (Prensa Latina) Un hecho trascendente en la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) de México lo constituyen las respuestas de los presidentes de Cuba, Miguel Díaz-Canel; y de Venezuela, Nicolás Maduro, al de Uruguay, Luis Lacalle.
De tal forma, la convocatoria fue a un diálogo lo más alejado posible de la retórica de la guerra fría auspiciada por Washington, centrado en la fundación de nuevas relaciones de vecindad sin exclusiones, ni siquiera de Estados Unidos, desterrar cualquier rescoldo de la doctrina Monroe.
Ello significaba, en la práctica, la creación de un nuevo paradigma en la interlocución del sur del continente con el norte en el que no cabían, ni caben, instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA).
Ese ánimo incluyente despegó de la cumbre a los presidentes de Colombia, Iván Duque; y de Chile, Sebastián Piñera, abiertamente neoliberales, quienes voluntariamente se excluyeron, más que todo para desligarse de los 44 puntos de la Declaración de Ciudad de México en los que radica la clave de ese foro. Brasil lo hizo mucho antes.
Después de que el grueso de los presidentes había hablado por orden alfabético de sus países, les correspondió a Mario Abdo, de Paraguay; y Luis Lacalle, de Uruguay, meter las espinas con las que pretendieron infructuosamente descarrilar la cumbre.
Los ataques fueron contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, precisamente los países que más les estorban a los gobiernos estadounidenses tanto de Donald Trump como de Joe Biden. Una calistenia grosera y provocadora de mal gusto que puso al desnudo la mentalidad retrógrada de ambos.
Las contundentes respuestas, breves, concisas, de Maduro primero, y Díaz-Canel después, fueron el muro donde se estrellaron las pretensiones de socavar el encuentro, dividir y desviar a los asistentes de los objetivos de la convocatoria resumidos en la declaración final.
Los retos de Maduro y Díaz-Canel a discutir públicamente, ante los ojos de América Latina y el mundo, sus acusaciones a uno y otro país, en nada les otorgaron beligerancia, sino que los ridiculizaron cuando mostraron el rosario de acciones antidemocráticas, progolpistas y de sumisión a Washington de la OEA, que fue lo que trataron de defender en la Celac.
Lo que se debe rescatar de esa escaramuza es el fracaso de impedir la aprobación de todos los documentos presentados, en particular la Declaración de la Ciudad de México, la cual resalta el papel de la Celac como mecanismo de concertación, unidad y diálogo político, que es lo que más les duele.
En sus 44 puntos se resumen los lazos históricos, los principios y valores compartidos frente a Estados Unidos, la confianza recíproca, el respeto a las diferencias, la necesidad de afrontar los retos comunes y avanzar en la unidad en la diversidad a partir del consenso regional.
Es decir, todos los elementos de unidad que tanta falta hacen a Nuestra América, como la llamó el Héroe Nacional de Cuba, José Martí.
En ella se recoge el compromiso con la construcción de un orden internacional más justo, inclusivo, equitativo y armónico, basado en el respeto al derecho internacional y los principios de la Carta de la ONU.
Incluyen la igualdad soberana de los estados, la solución pacífica de controversias, la cooperación internacional para el desarrollo, el respeto a la integridad territorial y la no intervención en los asuntos internos de los estados, que tanto desprecia la Casa Blanca.
La Declaración de Ciudad de México debía ser motivo de reflexión y análisis universal y no solamente de los pueblos de los 33 países que la rubricaron.
Y es que lograr un equilibrio político dentro de una diversidad ideológica en la que prime la colaboración y el respeto a la soberanía y el derecho internacional, es competencia de todos quienes aspiren a una verdadera democracia, paz y seguridad.
Una prueba de altísimo valor del objetivo democrático y plural de la cumbre son las declaraciones especiales marcadas por las que instan al presidente Biden a modificar sustancialmente su política de bloqueo a Cuba, y la de crear un fondo contra los desastres naturales como expresión moral del interés de borrar las diferencias entre pobres y ricos.
El hecho de que a quienes no aman a Latinoamérica y el Caribe les haya sido imposible sacar de cauce a la VI Cumbre de la Celac, le da una singular trascendencia a las respuestas de Díaz-Canel y Maduro a esos políticos desfasados de Uruguay y Paraguay, y eleva a rango histórico una reunión como esta organizada por México.
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