Casi no puede levantar los brazos —¡paradojas de la vida!—. Tiene las piernas encorvadas y el corazón se resiste a acompañarlo en el ejercicio físico que todavía quisiera hacer.
Tanto valor y entrega encerrados en un metro y 54 centímetros de estatura. «Antes yo medía 1,59, pero me estoy poniendo chiquito», dice con la misma naturalidad con que levantaba la palanqueta y arrancaba el aplauso de las multitudes.
A los hombres no se les puede juzgar por la envoltura. Hay que ver de qué están hechos, y hurgar dentro de las fibras más íntimas; dentro del corazón, para imaginar su verdadera estatura.
Eso me sucedió con Pastor Rodríguez Luis (Tuto), el doble campeón panamericano en Winnipeg, Canada ’67 y Cali, Colombia ’71, y el primer medallista de oro de la delegación del Cerro Pelado que asistió a los X Juegos Centroamericanos y del Caribe de Puerto Rico, en 1966.
Jamás se dio por vencido en una batalla. Tanto es así que, en sus diez años como integrante de la selección nacional de pesas (63-73), siempre tuvo la presión arterial descompensada, y aun así blandió el arma de la hidalguía.
«Aunque eso siempre se comentó, pocos tenían la certeza de cuánto me afectaba esa enfermedad. Solo lo sabían mi esposa Caridad y el médico. A veces querían que yo no levantara. Jamás les hice caso. Así, con la presión alta, competí en los Centroamericanos de Puerto Rico ’66, y en Panamá ’70. En ambos eventos obtuve la medalla de oro. Pude morirme en la plataforma. Creo que lo hubiera hecho feliz, abrazado a ella».
Pocas veces habla de su vida íntima, pero no se cansa de repetir a las nuevas generaciones de deportistas que, sin sacrificio y dedicación, no hay buenos resultados.
Y vuelve a soltar los recuerdos: «Cuando íbamos hacia Puerto Rico, en el buque Cerro Pelado, yo estaba convaleciente de una neumonía, y en el barco tuvieron que inyectarme penicilina. Entrenaba solo con 40 o 50 kilogramos. No podía con mi alma. Hasta el equipaje tuvieron que ayudarme a bajar. Sin embargo, allá rompí las marcas en fuerza (120 kilogramos) y en envión (145), que, sumados al arranque, hicieron un total de 375 kilogramos. Claro, alejado de los 392,5 que representaron mi mejor total en eventos oficiales».
Cuando competía en las modalidades de fuerza, arranque y envión llegó a tener el octavo mejor total del mundo en su división de los 67,5 kilogramos, en la cual siempre compitió, ¡y aún se mantiene!
Su habilidad y fuerza inimaginables no nacieron en un día. «Yo entrenaba a toda hora. Fui disciplinado, al extremo de que, cuando venía de pase, lo hacía en el cuarto del apartamento donde vivía. ¡Y nadie se enteraba!».
Es que este caballero de la plataforma jamás tiró las pesas, ni siquiera en las competencias. «Yo las alzaba con rabia y después las colocaba en el tablado con suavidad; y decía para mis adentros: “Ya vencí este peso. Ahora iré por unos kilogramos más”».
En los diez años como deportista activo obtuvo nueve marcas nacionales, cinco centroamericanas y tres panamericanas. Quizá pocos conozcan que, de los cinco récords conseguidos por la delegación cubana en Winnipeg, tres fueron de este Caupolicán. En Canadá hizo añicos la hegemonía norteamericana que tenía Anthony Garcy.
«Aunque ahora tenga tres arterias del corazón con problemas y no haya pensado operarme, he hecho lo que quería con mi vida y me siento feliz. Limpié zapatos, fui cochero, vendí por las calles, me disfrazaba de indio y encima de patines le daba la vuelta a toda la ciudad con un amigo sobre los hombros, monté karting, motos de carrera y de cross country; pero mi mayor regocijo llega cuando pienso que me tocó alzar la primera medalla de la delegación del Cerro Pelado, hace más de medio siglo, y cuando me ven en la calle y alguien dice: «¡Ahí va Tuto!».