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La Güinera tiene un mártir y se llama Diubis Laurencio Tejeda

LA HABANA, Cuba. – Las dos o tres callecitas recién asfaltadas de La Güinera, las obras hidráulicas y de saneamiento, las casas, chozas y “lleguipones” ilegales ahora en vías de legalización, tienen por precio la vida truncada del joven Liubis Laurencio Tejeda, más la tragedia familiar que el crimen desató. 

El medio especializado en periodismo de datos Proyecto Inventario ha probado con imágenes irrefutables que el manifestante pacífico no solo fue asesinado por la policía sino, además, que se ha mentido sobre las circunstancias que rodearon su muerte, como si al cambiar la hora del suceso o al fabricarle un historial delictivo, la vida del joven perdiera todo valor y se justificara el llamado a la violencia por el que alguien deberá responder llegado el momento de hacer justicia.

Diubis no era un criminal, a no ser que vivir en un barrio marginal, en una vivienda insalubre, o ser pobre (incluso tener determinados colores y tonos de piel), nos convierta, automáticamente, en uno. Entonces sería difícil hallar en Cuba —tan desbordada de penurias— quién se salve de serlo, más cuando sobrevivir aquí, en esta Isla-prisión, no solo nos obliga a violar la ley varias veces en el día sino a hundirnos en la marginalidad que nos rodea y a la que es casi imposible escapar. 

Porque la miseria sistémica ha sido aprovechada por el Partido Comunista para que todos, absolutamente todos, caigamos de manera irremediable en ese engranaje maquiavélico que nos conduce a delinquir porque, de lograr —casi como un milagro— mantenernos impolutos, incorruptibles, libres de polvo y paja, no seríamos susceptibles de ser chantajeados en el momento preciso en que a la dictadura se le antoje activar su más preciado mecanismo de “fidelidad express”.

En un contexto como el cubano, tan plagado de trampas “legales” y hasta “constitucionales”, tan pródigo en obstáculos no solo al emprendimiento individual sino a cuanto suponga un mínimo de independencia financiera, política o ideológica, es muy difícil salvarse de terminar fichados como “delincuentes” por quienes en realidad son la verdadera quintaesencia criminal de nuestra sociedad cerrada, restrictiva y policial.

De modo que aceptar que Diubis era un delincuente es una actitud jodidamente hipócrita, incluso cuando quedamos resignados, indiferentes o tan siquiera dudamos de si pudiera ser falso o no ese registro criminal que le atribuyen. 

Sin cargos el policía que baleó a Diubis Laurencio, el manifestante ultimado en La Güinera el 12 de julio

En cualquiera de los casos, y siempre que no veamos su muerte como el asesinato que es, nos revelaremos de forma tan despreciable como sus asesinos, porque protestar públicamente jamás debiera ser considerado un delito, mucho menos un acto que justifique cualquier tipo de violencia. Y un gobierno y un pueblo que no sean capaces de ver un crimen en tal derramamiento de sangre merecen ser despreciados, tanto o más que los ejecutores directos, que los verdugos.  

Porque solo uno fue el que hizo el disparo cobarde contra el muchacho desarmado pero otros cuantos fueron los que, sin estar fisicamente en el lugar, jalaron el gatillo desde la comodidad de una oficina o una casa, y lo volverían a jalar otra vez, junto con quienes continúan cebándose en el crimen al impedir su castigo, ya sea porque tienen el poder de exonerar de culpas o ya porque dan por zanjada la cuestión —el asesinato horrendo del vecino, del alegre muchacho de la esquina— por un poco de cemento y arena para echar una placa o por que los dejen continuar “delinquiendo” en paz.

Pueblo despreciable, pueblo de tontos el que trueca la memoria y la compasión, la empatía, por un poco de agua corriente en el fregadero y un par de calles asfaltadas, por un poco de “maquillaje social” que, lejos de hacernos lucir mejor cara, apenas nos las colorea como de payasos, como de bufones cuyo triste papel es soportar la humillación de tener que agradecer lo que ha costado la muerte de un hijo y el dolor de una madre.

No sé cómo se puede gritar consignas, dejarse poner en el hombro la mano que mató, sonreír a las cámaras de la televisión cuando alguien ha tenido que morir como un perro en medio de esas mismas calles para que un gobierno que se finge “popular” haga a medias y en plan circo nacional lo que le corresponde hacer sin tanta alharaca. 

Aunque alguien prometió alguna vez que la Revolución de 1959 sería para los humildes, han terminado dándonos rata por liebre a todos. Bueno, a todos no, solo a los millones que se conforman con algo menos que migajas de casabe cuando el pan fresco solo llega a algunas mesas de las “zonas congeladas” de Miramar y el Vedado, y a la mesa del turista.  

Y así vamos resignados con la realidad y por otros 60 años más haciendo de la obediencia ciega una virtud. A fin de cuentas, como escuchamos decir a toda hora en nuestros barrios pobres —que son muchísimos y hasta más grandes y ruinosos que La Güinera—, nadie quiere poner el muerto, no en un país en que, si vivos no importamos al gobierno ni a nosotros mismos, menos importaremos a nadie cuando dejemos de existir.

OCDH exige investigación independiente sobre la muerte de Diubis Laurencio Tejeda

La miseria de los cubanos no se circunscribe a un único caserío de La Habana como tampoco se reduce a los efectos de no tener comida, una casa digna y calles asfaltadas. Nuestra peor miseria tiene que ver más con la desmemoria, con lo fácil que olvidamos las verdaderas causas de por qué estamos así como estamos, de cómo descendimos a este punto como sociedad en que somos incapaces de colocar la muerte de un joven, el asesinato de nuestro vecino, de nuestro semejante, en la justa dimensión que le corresponde para entonces no cansarnos de exigir justicia.

Pero preferimos confundir como “lujos” lo que apenas son los servicios básicos que nos corresponden porque sí, porque por ellos nos han hecho pagar durante años con nuestras libertades, sin disfrutarlos, y porque nos los han quitado todo para darlo al turista y para engordar a los parásitos de “linaje” verdeolivo, y hoy solo nos restituyen una parte ínfima no porque hayan descubierto un “fallo en el sistema” sino solo para callar bocas, aunque sea por un tiempo breve, por los 15 minutos necesarios para que el mundo se contagie de nuestra “amnesia nacional” y olvide por qué murió Diubis Laurencio Tejeda una tarde de verano, el chico que soñaba con ser cantante y que solo salió a gritar por una mejor vida. 

El 12 de julio, él no salió a protestar para morir por un poco de agua y asfalto para la calle donde su vida terminó por el disparo miedoso de un policía. Diubis salió como miles de jóvenes que tomaron las calles el glorioso 11J, a echar afuera lo que tanto tiempo llevaban atorado en la garganta. Jóvenes de barrio que se resisten a hacer suyo el destino gris de los padres, de los abuelos. Jóvenes que no se tragan este malvado cuento cubano de la “buena pipa” que es la interminable y asfixiante “construcción del socialismo”.

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