Los emisarios de Estados Unidos llegaron a tierra hostil. Están decididos a conversar con el gobierno de una nación incompatible con sus principios de democracia. Hubiera podido ser Cuba, o Corea del Norte, pero si tenemos en cuenta que en la agenda de los emisarios está, como punto esencial, el suministro energético, la conclusión más obvia es que los funcionarios norteamericanos conversaron con el gobierno de Venezuela.
No es un hecho que pueda pasar desapercibido para la opinión pública mundial, ni aceptado por ciertas facciones políticas de Estados Unidos. Muchos senadores tanto republicanos como demócratas, han puesto el grito en el techo de la cúpula del Capitolio, y han dicho que esos acercamientos al narcorrégimen venezolano no compensan cualquier ventaja energética que se pueda lograr.
Por supuesto, la Casa Blanca corrigió su postura poco después: el portavoz Psaki volvió a decir que ellos no reconocen a Maduro como presidente de Venezuela. La situación es paradójica, como mínimo. ¿Es tal la urgencia energética de la superpotencia? Debe serlo, dado que es muy conocida la incompatibilidad entre ambos gobiernos, la diferencia irreconciliable de principios, las acciones de las agencias de inteligencia estadounidense en territorio venezolano y el apoyo del gobierno de Maduro a todos los países que la nación norteamericana tiene en esta o aquella lista negra.
No obstante, a pesar de la amenaza política que Venezuela pudiera constituir en el continente, nada ha sido tan sorprendente como el acercamiento de Estados Unidos a Irán. Si bien el término «hostil» para hacer referencia a Venezuela ha sido una hipérbole de quien escribe, a la nación persa sí le quedaría a medida el adjetivo. La relación entre ambas naciones es una historia de conflictos políticos, económicos, propagandísticos y militares.
Entre las cuentas de ese rosario pueden señalarse, por ejemplo, la crisis de los rehenes (1979-1981), cuando estudiantes iraníes asaltaron la embajada de Estados Unidos y se llevaron a 63 ciudadanos estadounidenses; la ruptura de relaciones diplomáticas (1980); las escaramuzas militares entre tropas de ambos países (1988) y el derribo ese mismo año de un avión de pasajeros iraní por un buque de guerra norteamericano, acción en la que murieron 290 personas.
Asimismo, no deben olvidarse la inclusión de Irán por parte del presidente Bush (2002) en la llamada lista del «eje del mal»; o el anuncio de Teherán de que seguía enriqueciendo uranio y la respuesta de Bush de que estaba considerando usar armas nucleares contra la nación persa (2006).
Más recientemente, Trump acabó (2018) con el acuerdo nuclear firmando entre ambos estados en 2015 e Irán amenazó con bloquear las rutas del petróleo en el golfo pérsico. En 2020, un dron estadounidense mató a Soleimani, comandante de la Guardia Revolucionaria iraní, a lo que el ayatolá Alí Jamenei respondió con la amenaza de una severa venganza: unos días después, Irán bombardeó varias bases militares norteamericanas.
Sin duda, una historia de desencuentros. No obstante, según varias fuentes, Estados Unidos incluso valora retirar a la Guardia Revolucionaria iraní de la lista de organizaciones terroristas, como parte de un acercamiento con el objetivo, por supuesto, de lograr suministros energéticos. Las consecuencias para la actual administración estadounidense de este osado paso superarían a las de coquetear con el gobierno de Maduro.
Debe destacarse que el lobby israelí es uno de los más poderoso en la política norteamericana, y puede esperarse que Israel no se quedé de brazos cruzados al ver a su principal aliado entablar relaciones con su más odiado enemigo. El primer ministro hebreo, Naftali Bennett, indicó que la Guardia Revolucionaria es Hezbolá en Líbano, Yihad Islámica en Gaza, los huthis en Yemen y las milicias iraquíes. Además aseguró, en un selectivo recuento con víctimas de la región, que la Guardia Revolucionaria es quien está detrás de la muerte de miles de personas en Siria.
Sin embargo, el portavoz Psaki podría decir, para tranquilizar al lobby israelí y a Israel mismo, que Estados Unidos sigue considerando a Irán como una nación terrorista, aunque luego agregue: a la que vamos a comprar petróleo.
Pero ninguna fuerza política exasperada es tan peligrosa para la administración Biden como los números crecientes en los indicadores digitales de las bombas de gasolina de la nación. En política más importante que saber con qué se puede jugar, es saber con qué no se puede. La dinámica geopolítica actual ha puesto a Estados Unidos en una posición energética delicada, lo que representa una de las peores realidades que esa nación puede imaginar, dadas las características de su infraestructura, economía y modo de vida de sus ciudadanos.
La gasolina ha alcanzado precios muy altos. Hay que apuntar que el precio del petróleo representa sólo el 70% del de la gasolina. Aunque Estados Unidos sea el principal productor de crudo del mundo, con aproximadamente 11.6 millones de barriles diarios, también es el mayor consumidor —utiliza aproximadamente 21 millones de barriles por día, más o menos el 20% del total mundial.
Por ello los políticos, tanto republicanos como demócratas, han censurado el acercamiento del gobierno a naciones hostiles, con el argumento de que el resultado será el completo empoderamiento de Maduro y la construcción de la bomba nuclear iraní. Plantean que la solución para la crisis es fácil y obvia: extraer más petróleo, que lo tienen de sobra, con lo que la nación pudiera ser autosuficiente en materia energética.
Si bien las reservas de Estados Unidos se estiman en 38.000 millones de barriles sin explotar, según la EIA (Administración de Información de Energía), expertos de esa propia organización advierten que el hecho de que Estados Unidos pueda ser autárquico en cuanto a producción de crudo es insostenible e impensable. El crudo norteamericano tiende a ser muy liviano, completamente diferente al crudo pesado que actualmente la nación importa y las refinerías están preparadas para procesar.
Igualmente, los precios de la gasolina y el crudo no bajarían de forma automática aunque el gobierno de Biden extrajera en dos días los 38.000 millones de barriles, porque el crudo es un producto básico global y su costo determina el precio de la gasolina también en los Estados Unidos; o sea, que por mucho que se produzca, es imposible divorciar los precios domésticos de los precios en el orbe. A pesar de que EEUU importa la mayoría de su petróleo de Canadá (4 millones de barriles diarios), México (490.000), y Arabia Saudita (695.000), los carteles del petróleo mundial, como la OPEP, influyen en el precio de la materia prima.
Aunque el alza venía anunciándose desde 2008, las sanciones a Rusia tras su invasión a Ucrania, algunas del tipo bumerán, han sacado del juego gran parte de la producción rusa de crudo, que era, en diciembre del año pasado, de 8 millones de barriles de petróleo y sus derivados, del que Europa obtuvo el 60% y China, el 20%. Aunque muy poco de estas exportaciones llegó al país norteamericano, la ausencia del petróleo de Rusia afecta los precios en cualquier lugar del planeta, incluyendo Estados Unidos.
Pese a que pocas naciones occidentales son tan ingenuas como para incluir al crudo en los interminables paquetes de sanciones a la nación esclava, es muy difícil que los actores comerciales se animen a comerciar con este petróleo, al no quedar claro si un acuerdo comercial con Rusia puede materializarse debido a las sanciones al sistema bancario de ese país. Además, quién se atrevería a fondear un tanquero en puerto ruso.
En conclusión, el petróleo del Kremlin no está sobre la mesa y recientemente el Brent —el índice europeo— cerró en 12.21, un 27% más que al inicio de la guerra; West Texas Intermediary —el índice estadounidense— cerró en 119.40 dólares, un 30% más que al inicio de la guerra. Por otro lado, aunque Estados Unidos es el país que más plantas nucleares posee —98 enclaves—, lo cual podía ser un paliativo energético, la mitad del uranio que utiliza es importado de Rusia.
Entonces, la solución obvia no es extraer más crudo, como plantean algunos senadores. Levantar las sanciones a Rusia tampoco parecer serlo, puesto que significaría perder una guerra y a Europa, de modo que acudir a los enemigos de siempre es una opción —perniciosa pero que salga el sol por donde salga, protesten los lobbies que protesten. Al final, cuando la situación se normalice se puede volver a desconocer a estos gobiernos y a resancionarlos sin ningún problema. Parafraseando aquellos versos de un conocido cantautor cubano, la política no cabe en la petrolera.
Rusia ha comenzado a reorientar su flujo de gas y crudo a India y China, e incluso pudiera aprovechar el impulso de las sanciones para crear un sistema financiero propio con estos y otros países emergentes. El presidente ruso ha instruido a Gasprom y al Banco Central de que los países hostiles —aquellos que se han sumado a la miríada de sanciones contra Rusia— deberán pagar en rublos por el gas y el petróleo.
Estados Unidos puede barajar opciones —Irán y Venezuela entre ellas— para en algún momento sortear esta crisis, pero la dependencia de Europa al gas y el petróleo ruso es absoluta. Pero no hay la cantidad necesaria de rublos en las arcas europeas.
Otros de los grandes proveedores del viejo continente, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, no se comprometieron con el premier británico a aumentar la producción de crudo para compensar la falta del combustible ruso. Si los países árabes accedían, la reducción de precios hubiera sido casi instantánea, pero ellos miran al gigante asiático como socio comercial, de modo que los precios del Brent han alcanzado los 140 dólares por barril.
Estados Unidos parece tener claro que el suministro constante y abundante de combustible fósil no es opcional, sino imprescindible, y puede obviar o postergar sus agendas políticas con tal de que este suministro no se detenga. Sin embargo, Europa no parece tenerlo tan claro. Aunque varias naciones entienden lo que se les viene encima en materia energética, el bloque no reacciona, y continúa con una agenda política sanciones y castigo a Rusia, sin percatarse, como sí lo han hecho sus socios y líderes norteamericanos, que el gran perdedor de esta guerra será quien intente meter la política en la petrolera.