El chantaje tiene un peso importante en la política exterior estadounidense. La máxima de ese país es: Si no cumples lo que te exijo, pues te sanciono, te excluyo, te invado. Díganoslo a nosotros: por no doblar la cerviz y mirarles derecho a los ojos, llevamos 63 años soportando atentados terroristas, amenaza nuclear, invasiones, guerra bacteriológica, bloqueo económico, fomento de una disidencia incapaz de empatizar con el pueblo…
Pareciese que nada nuevo pudieran hacernos: se supone que llevaron la tuerca al límite, y ya no queda cruz para más banderillazos, pero, en su condición de autoproclamados jueces supremos, no pueden parar. Así, cuando uno cree que lo ha visto todo, de repente ellos se superan y, a falta de mejores recursos, empiezan a usar la ridiculez como arma.
Son realmente simpáticas sus últimas presuntas sanciones. Por ejemplo, en enero pasado fueron «castigados» ocho funcionarios anónimos cubanos a ciertas penas que, un mes después, tampoco sabemos en qué consisten. Presumo que tales sanciones se apliquen al amparo de la llamada Ley Global Magnitsky, que suponen el congelamiento de cualquier propiedad en Estados Unidos, la denegación de visas, y la prohibición de realizar transacciones a través del sistema bancario de ese país.
Ciertamente un panorama sombrío para cualquier sancionado; pero, de repente, uno se pregunta: ¿Y cuándo fue que los funcionarios cubanos empezaron a tener cuentas en bancos estadounidenses o propiedades en ese país? ¿Por casualidad ya se nos otorgan visas para darnos un saltico a Disneylandia?
Por si fuera poco, esta semana amanecimos con otra noticia de campeonato. Resulta que el Gobierno estadounidense ha recomendado a sus ciudadanos no viajar a Cuba, pues somos un país con alto riesgo de contagio por la COVID-19. ¡Cómo lo ha leído! ¿Pero no era que los ciudadanos estadounidenses ya tenían prohibido viajar a Cuba desde hace seis décadas, so pena de recibir multas de hasta 250 000 dólares o diez años de cárcel, o ambas?
Pero es que, además, Estados Unidos se ha comportado como un Estado fallido en el control de la pandemia. Con apenas el 4 % de la población mundial, acapara el 19 % de los casos globales. Tan solo en los primeros 15 días de febrero, fallecieron de la COVID-19 más de 40 000 estadounidenses. Hasta la fecha, el número de muertos por esa causa rebasa los 925 000.
Imagine, amigo lector, que usted se halla bajo los embates de un fuerte tornado. El furor del viento amenaza dejar sin techo su vivienda y arrasar sus pertenencias, pero, cuando va a escapar, alguien le recomienda no ir a casa de su vecino porque allí está lloviznando, lo cual es mucho peor.
Esta semana, Texas mostraba más de 12 000 casos promedio diario, y la Florida más de 10 000: una prevalencia seis o siete veces mayor que la de Cuba. ¿No deberían recomendarle a Georgia, Alabama, Luisiana o Arkansas no visitar Texas o Florida? Es más, ¿no alardean ellos de ser los dueños del mundo? Deberían entonces ser coherentes y colocarse también en esa lista. Colgar una recomendación global que diga: Estimados terrícolas, les recomendamos encarecidamente no visitarnos pues somos un peligro para su salud.
Por cierto, ¿faltará mucho para que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez? Sí, porque hubo un tiempo, varias décadas atrás, en que era un enemigo más respetable. Ciertamente, igual de cínicos y arrogantes, pero en su favor cabe decir que al menos no mostraban este tipo de comportamiento adolescente.
Creo que Estados Unidos está viviendo una rara ilusión de control que en la práctica no existe. Me recuerdan a esos jugadores de parchís que lanzan los dados con mucha fuerza cuando quieren sacar puntuaciones altas, o con extrema suavidad si necesitan, por ejemplo, sacar un doble uno. ¡Cómo si la fortaleza al tirar los dados influyera en el azar! Quiero decir, tal vez suponen que una farsa puede tornarse realidad si un funcionario vestido de traje y corbata la anuncia desde un podio en la Casa Blanca.
Yo les diría: Señores, compórtense con madurez. Dense cuenta: nos habrán hecho mucho daño, el bloqueo realmente pesa, pero en este minuto, gracias a eso, también somos el país más libre de ustedes. Y estamos vivos para contarlo.