En unos días será 15 de noviembre y muchos de ustedes se preguntan si habrán de marchar. Algunos ya lo habrán decidido; otros, sofocarán las noches repasándolo. Es una pregunta que a nadie deja indiferente, es la pregunta en el aire.
La calle ha sido siempre el lugar de la izquierda. Es en las calles, y en el espíritu de protesta, de donde proviene la esencia de la izquierda, y donde la izquierda es; no en las parrafadas tiesas de los burócratas, ni en el discurso hueco de los demagogos. En La Revolución Rusa. Un examen crítico, Rosa Luxemburgo escribía en 1918:
(…) con la represión de la vida política en el conjunto del país, la propia vida muere en todas las instituciones públicas, se convierte en una apariencia de vida en la que queda solo la burocracia como elemento activo. La vida pública se adormece paulatinamente, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de cabecillas del partido (…). Entre ellos, lleva en realidad la voz cantante solo un puñado de cabezas pensantes. (…) Una dictadura, en definitiva; pero no la dicta- dura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos.[1]
Si algo es común a esa diversidad de pensamiento que llamamos izquierda es la preocupación por la persistencia de la hegemonía, de cualquier forma de hegemonía, y la defensa de los oprimidos, de las minorías, de los sin poder.
El poder en Cuba ha tejido una narrativa unívoca y polarizada, que segrega las ideas de unos sobre otros; un poder osificado y retráctil, que ha perdido el pulso a la realidad de las personas. No digo los ciudadanos, no digo el pueblo, digo las personas, porque socialismo, en tanto tal, significa mirar sobre lo humano; no entiende de socialismo quien nunca ha sido capaz de ponerse al servicio de los otros por encima de la comodidad y el bienestar personal.
Una cosa irrumpe el período implacable de esa persistencia hegemónica. Es eso que Nietzsche llama el impulso de la vida y que Arendt define como libertad: «lo que usualmente permanece intacto en las épocas de petrificación y ruina predestinada es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima e inspira todas las actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandes y bellas.»[2]
El embargo es cierto, pero también son ciertas, sin embargo, la vulneración constante de nuestras libertades y derechos por parte de las autoridades. No hay ninguna causalidad entre estas dos cosas. Como tampoco sirve de excusa para disculpar la mala gestión de la administración y la ineficiencia de la burocracia. Poder gobernar es, en primera instancia, asumir responsabilidad.
Lo más hermoso de este año ha sido constatar que las posiciones más críticas, las más duras, han venido del pensamiento de izquierdas. De una izquierda plural y viva, efervescente, que retoña y crece en el interior de una autocracia que se dice comunista.
El 15 de noviembre no marcharemos bajo el influjo de ninguna ideología, marcharemos contra el autoritarismo, por la liberación de los que hoy están injustamente presos, por la libertad y por el derecho común. Cada uno lo hará defendiendo sus ideas, porque no existe manera real de caminar si no es junto al que piensa diferente.
Muchas veces he imaginado una marcha así. Una caminata de carteles distintos. Uno podría ser de la Luxemburgo, otro de Chaplin, otro de Maxwell, y otro quizás, de Leonardo da Vinci. La única manera de ser iguales existe en la pletórica diferencia. Son los hombres quienes protagonizan [los milagros], los hombres quienes por haber recibido el doble don de la libertad y la acción pueden establecer una realidad propia.[3]
Nos vemos el 15. Por la potencia de lo humano, por la injusticia y el dolor de los oprimidos, por la fuerza incontenible de la poesía.
Noviembre 11 de 2021.
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[1] Luxemburgo, Rosa. La revolución rusa, un examen crítico. Caracas, Fundación Editorial el perro y la Rana, 2017, pp 65-66.
[2] Arendt, Hannah. ¿Qué es la Libertad? Publicado originalmente en Revista: Zona Erógena. Nº 8. 1991.
[3] Ibídem.