Una amiga prefiere postear sobre aves, lagartijas, caracoles, una playa o araucarias; no importa en qué parte de la Isla o del archipiélago se encuentre el hábitat con sus “matas” y “bichos”; que sea sobre eso el tema en sus redes sociales: flora y fauna, eso antes de aludir a la realidad social del sitio donde nació, ya sea críticamente o con un matiz netamente realista. Ella está lejos y más que nostalgia ahora siente rabia y preocupación.
La familia de esta amiga le ha advertido con una frase neutralizante: “Recuerda que nosotros estamos acá”. “Acá” quiere decir dentro de Cuba, en una provincia de Cuba, en un lugar de la Isla que nadie sabe cuál es ni dónde queda. Pero, “estar dentro” quiere decir, más que estar limitados por las fronteras, estar restringidos por la capacidad de pensar y razonar entre quienes le rodean. En cuanto a la frase, simple y seca, puede significar muchas circunstancias. ¿Cuántas veces la escuchamos? ¿Quién algún día nos la regaló?
A la familia de mi amiga nadie parece haberle dicho directamente qué puede o qué no decir ella en las redes sociales, más cuando es tonto impedírselo a sus siete mil kilómetros de distancia. No le “pasan factura” por eso, ni hace falta que suceda. A saber a quién pueden molestar las palabras, quién arde bajo su grafía como ardió aquel que tres siglos atrás votó por castigar al que, desde su punto de vista, trasgredía el “estigma social”.
Quien quiera se haya acercado en tono de advertencia a la madre de esta amiga puede que lo hiciera de una manera “casual” y sin “malas intenciones”. Digamos que en un intercambio en la acera pudo deslizar su parecer respecto a lo que la chica escribe cuando siente la necesidad, porque Facebook y las redes son, además, eso: una extensión del pensamiento que no pasa por el aparato fonológico donde puede verse limitado.
Sea la circunstancia que sea, la frase fue dicha. Y yo la recuerdo: “nosotros estamos acá”. Y funciona. Hablamos de tocororos y auras tiñosas, de avestruces y manatíes, si acaso es que tampoco aludirlos molesta como molesta que hablemos ahora de pelota.
La presión de sutileza es una de las razones para el destape que experimentan muchos al poner los pies fuera de la Isla. Incluso, sin pretender tomar una posición radical ante una situación determinada, la respuesta lógica será vomitar lo reprimido, abriendo el lugar donde van a parar las cosas que enferman.
Otro amigo, este radicado en Cuba, me comenta que en su trabajo los reunieron en asamblea para advertirles que de compartir determinados asuntos proliferantes en las redes podrían tener problemas. No fueron pródigos a la hora de describir los “determinados asuntos” y tampoco se refirieron a cuáles eran los “problemas”; pero, todo el mundo entendió.
Las cuentas en las redes sociales son privadas, pero no pocos llegan a ellas por conexiones estatales, y los burócratas se creen en la potestad de decidir qué debe o no decir un trabajador, si al fin y al cabo está seguro de que “le está pagando el servicio”. Incluso, cuando no es así y es el trabajador quien ha desembolsado una alta suma para conectarse a Internet, el funcionario cree que tienen potestad para cuestionar y conminarlo.
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El otro día alguien que encontré por Buenos Aires me dijo que se sentía tan revolucionario que no aceptaba que hablaran del gobierno cubano en su presencia. Aun no había acabado de decirlo y ya recordaba una frase que creo corresponde al poeta chileno Enrique Lihn: entre más lejos, más revolucionario.
Hace tiempo leí una entrevista a la actriz Miriam Gómez, viuda del escritor Guillermo Cabrera Infante y por ella supe de esta anécdota: el escritor se había encontrado en un pasillo de avión a un sobrecargo que lo increpó por sus posiciones políticas. Le dijo que era un gran escritor, pero que sus pensamientos políticos daban asco. El escritor trató de ofrecer sus puntos de vista, pero no lo logró.
Cuando regresó al asiento, contaba Gómez y todo esto lo recreo con mis palabras, el escritor radiante le puso al tanto del intercambio en el cual su interlocutor, a los finales, había ido subiendo de tono peligrosamente; pero él sólo le dijo una frase para calmarla: no es un asunto que pueda razonarse, cuando la política se asume como un sentimiento nada se puede hacer, nadie razona ni encuentra puntos medios, ni tiene siquiera la voluntad de dudar: cuando la política se asume como un sentimiento no vale la pena luchar.