Las palabras pueden decirse rápida y fácilmente. Y a veces, de oírlas o decirlas mucho procuran hacerse comunes, lejos ya en los oídos el real efecto.
Para algunos, 243 medidas drásticas, inhumanas, y concebidas para que una isla amante de la paz y de la vida deje de existir, puede ser apenas una cifra; y ser insignificante que vengan del país más poderoso y guerrerista del planeta. O ser muy poco que, además, las sostengan con más saña cuando en ese planeta un virus hizo colapsar hasta las más solventes naciones.
Para otros, que las sufren y saben que es el precio que tiene no bajar la cabeza –porque hacerlo sería regresar a un pasado ignominioso, cuya aniquilación costó mucha sangre cubana y valiosa–, no son ni simples palabras ni números lanzados al viento; como no lo son para los tantos hombres con decoro que fuera de Cuba, observan y no callan, sino denuncian la vil bribonada que los lacayos del imperio, y el imperio mismo, procuran contra un país surtidor de amores, dado a la solidaridad y a la nobleza.
Una carta titulada A la comunidad internacional, que describe la patraña montada para que el 15 de noviembre se desestabilice Cuba, por medio de una marcha en la que solo creerían sus iguales, ve la luz firmada por más de 200 expresidentes y personalidades del mundo, y la dirigen al mandatario Joe Biden, presidente de la nación que lo promueve.
Circula esta misiva a diferencia de otra que, irrisoriamente, se redacta «en respaldo al pueblo cubano» y firman viejos enemigos de la Revolución Cubana, «despreciadores de nuestros pueblos», de esos que tienen «rica y ancha avena» por servirles a los señores.