Por Jorge Petinaud Martínez
La Habana, 24 oct (Prensa Latina) Género músico-danzario cubano por excelencia, el danzón nació de un baile de cuadrilla del mismo nombre, que ya hacia 1855 gozaba de la preferencia de los asistentes a las fiestas en la occidental provincia de Matanzas.
Al escribir esa música se me ocurrió la idea del baile que hoy se llama danzón, explicó Faílde en referencia a ese tipo de composición más pausada y ajustada al clima cálido de la mayor de las Antillas, en que las parejas se enlazaron definitivamente y se apartaron de las evoluciones de figura.
Tanto gustó esta expresión que, a pesar del rechazo de las autoridades coloniales españolas por considerarla ‘cosa de negros e infidentes’, se hizo muy popular en la isla.
En su Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba, Radamés Giro asegura que hasta 1920 —momento considerado parteaguas con la irrupción del son interpretado por el Sexteto Habanero—, no hubo un acontecimiento que no fuese glosado o festejado con el considerado baile nacional.
José Urfé, arconte de una dinastía de brillantes músicos, completó en 1910 la estructura ulterior del género, cuando creó El bombín de Barrerto, pieza en cuya última parte introdujo el elemento rítmico sonero.
A partir de entonces enriquecieron al danzón matices musicales aprovechables como los boleros de moda, los pregones callejeros, las influencias norteamericanas y españolas, arias de óperas y hasta melodías chinas.
LOS FORMATOS
Escrito en compás de dos por cuatro, junto a la contradanza y la danza, el ritmo originó el primer prototipo de ensamble instrumental popular del país caribeño: la orquesta típica de viento, la cual en el siglo XIX estaba integrada por un cornetín, un trombón, un figle, un bombardino, dos clarinetes, dos o más violines, un contrabajo, un par de timbales o pailas criollas y un güiro.
En la siguiente centuria, surgió otro conjunto instrumental conocido como charanga francesa, que incluía piano, flauta de madera de cinco llaves, inicialmente solo violín y posteriormente también viola y violoncello, contrabajo, timbal criollo y güiro.
A finales de la década de 1920, al fusionar el son con el danzón e incorporar un cantante, Aniceto Díaz creó el danzonete; a mediados de los años 1930 la orquesta de Antonio Arcaño puso de moda el danzón de ritmo nuevo y de esa expresión musical derivaron el mambo, independizado posteriormente por Dámaso Pérez Prado, y el chachachá, que el violinista, compositor y director Enrique Jorrín convirtió en su estilo.
Jazzistas de talla internacional como Chucho Valdés, Gonzalo Rubalcaba, Emiliano Salvador y Alejandro Falcón han creado y enriquecido con armonías y timbres contemporáneos obras no solo para piano sino también para agrupaciones de diferentes formatos instrumentales, basados en este género cuya majestad quedó ratificada en 2013, al ser incluido en el listado de patrimonio cultural intangible de la nación.
mem/jpm
(Tomado de Prisma)