Dentro de la moda del llamado true crime (historias reales de crímenes), puesta en boga por la industria audiovisual hegemónica, La escalera es una especie de rara avis. A lo largo de 13 capítulos, Multivisión puso a los televidentes cubanos ante una realización de notable densidad conceptual por su cariz cuestionador del sistema judicial estadounidense y, a la vez, artísticamente relevante en tanto pasa por encima de los tópicos del género.
El cineasta francés Jean Xavier de Lestrade siguió punto a punto el proceso contra el escritor y veterano de guerra Michael Peterson, acusado de homicidio de primer grado por la muerte de su esposa Kathleen, el 9 de diciembre de 2001, en su residencia de Durham, Carolina del Norte.
Dos tercios de la producción reflejan la investigación y las audiencias que concluyeron en 2003 con el veredicto de culpabilidad de Peterson y su condena a cadena perpetua, más la ratificación de la sanción por la instancia de apelación. Esos capítulos integraron la serie inicial. Más tarde se filmaron las restantes entregas, a raíz de un súbito giro de los acontecimientos, al descubrirse que el experto principal del caso había manipulado pruebas en una treintena de expedientes, y cabía la posibilidad de que lo hubiera hecho con Peterson, lo cual sucedió.
La serie documental no se enfoca en si Peterson mató o no mató a su esposa, sino en los perversos mecanismos de la administración de justicia en un país que pregona a los cuatro vientos ser el paraíso de la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Desde la negligencia, llamémosle así, de los investigadores y expertos, hasta los prejuicios morales de los jurados, incluyendo el linchamiento por parte de los medios de comunicación, se respiran la falta de garantías y la ausencia de imparcialidad.
Y eso que Peterson ocupaba un lugar para nada invisible en su entorno social. Participante en la agresión contra el pueblo vietnamita, sacó provecho a su estancia en el país asiático con la publicación de libros que de algún modo justificaron la intervención. Pero a la altura del cambio de siglo, desde su columna en un periódico local, criticó más de una vez a la fiscalía estadual, uno de cuyos representantes actuó en el juicio.
Se supo que una relación anterior, en sus días en una base militar estadounidense en Alemania, terminó al morir su pareja, al caer, terrible coincidencia, de una escalera. Para colmo, era bisexual, orientación que se comprobó que no molestó nunca a Kathleen, pero sí incordió a los miembros del jurado.
A todas estas, Peterson tuvo a su favor la exposición pública de su caso; Lestrade pudo filmar profusamente las audiencias y entrevistar a los defensores, en primer lugar al muy profesional David Rudolph, y a los expertos que desmontaron científicamente, aunque sin resultados, los argumentos de la acusación. Un sabor amargo predomina, al resolverse el asunto por la vía de un atajo legal lamentable.
Tan importante como la develación de los entresijos de un estado fallido en materia judicial, La escalera se detiene en el impacto en la sicología de Peterson y la quiebra de la familia. Confesiones, reflexiones y conversaciones informales se desgranan en un ritmo laxo, que da cuenta de la evolución e involución de los implicados, mediante un distanciamiento emocional que revela la mano firme de un documentalista que se sale de la norma.