Todo un pueblo se aferró a que llegaría la noticia de la mejoría. La esperanza nunca nos abandonó. Pero la verdad nos deja destrozados. Constatar la certeza de esta ausencia es un sentimiento que apenas nace, pero el dolor impide confirmarlo.
Cuesta mucho trabajo referirnos en pasado a él, de quien siempre se ha escrito maravillas por su decisiva entrega al engrandecimiento del son.
Quien nunca dejó de alabar la obra de todos aquellos cubanos que hicieron brillar el son al aportar la imprescindible savia de su talento, de repente pasa a formar parte de toda esa congregación de leyendas, es algo que todos sabíamos que pasaría algún día, pero no esperábamos tan pronto.
El amor que sembrara para hacer florecer este criollo ritmo en nuestras cubanas almas, siempre apuntará en dirección al sol que ilumina a la Patria, la que, con el ceño inclinado, lo acoge en su seno.
En tiempos donde se pretende imponer la banalidad de una música amorfa internacional, el nombre de Adalberto Álvarez nos llena de orgullo por habernos dejado un legado desbordado por la autenticidad de la rebosante cubanía del son.