Lo cantó la española Massiel hace más de 40 años. Es un tema grabado en 1966, en plena dictadura franquista, y toda mi generación, y la anterior, e incluso la otra más anterior, lo repitió, pero luego todos lo olvidaron. Lo olvidamos o no se entendió. O lo que decía la canción no era lo que estábamos viviendo, porque en aquel momento la Massiel parecía de izquierdas y ya saben, la izquierda dice cosas y enarbola lemas y campañas que son para protestar contra otras injusticias.
También porque seguimos empecinados en que dictaduras, lo que se dice dictaduras, son aquellas que oprimen al pueblo, las que utilizan la fuerza y el terror, y vigilan al ser humano y lo encierran entre unos barrotes de hierro, y donde nadie puede pensar y mucho menos decir libremente algo que los que mandan consideren contrario a lo que proclaman. En fin, que millones de idiotas ilustrados o no, siguen pensando que las dictaduras son de derechas, y que el socialismo es como una buena madre, o una nodriza, que te pone la teta rebosante de leche delante de la boca y te aprieta la cara contra el pezón, y si se te rompen los dientes o muerdes, es culpa tuya, no de quien quiere que seas feliz y, por tanto, te cuida para que no te metas en camisas de once varas y caigas en manos enemigas.
La canción que cantó María de los Ángeles Félix Santamaría Espinosa, “la Massiel”, en aquel año de Dios de 1966, antes de que ese símbolo que sería el argentino Ernesto “Che” Guevara muriera, ignorado por Fidel Castro, que lo dejó solo en aquellas alturas de Bolivia para ayudarlo a convertirse en símbolo, se llamó y se llama “Di que no”, y en su primera estrofa dice:
Di que no, di tú también que no.
A todo lo que es falso y sucio, di que no.
Y más adelante apelaba al amor, y a la razón, la humana, porque según ella “todavía puede existir en nuestro mundo”. Entonces el mundo dijo también “que no”, porque la dictadura de Francisco Franco sí era una dictadura a todas luces, cumplía los parámetros que no cumplía, por ejemplo, la sanguinaria dirección de Iósif Stalin, ni la de Nicolae Ceaușescu en Rumanía, ni la de Enver Hoxha, en Albania. Y la Stasi alemana o la KGB soviética eran una mezcla entre jefes de Boy Scouts y animadores de turismo, más amables, construyendo un futuro luminoso que empezaba quitándote la luz para que envejecieras esperando el futuro.
Y claro que había dictaduras clásicas para cantar junto a la Massiel: Trujillo en República Dominicana, Somoza en Nicaragua, y luego el chileno Augusto Pinochet, sin olvidar al paraguayo Stroessner. Había para escoger. Y para más INRI, y poder decir que no a lo falso y sucio, estaba andando la guerra de Vietnam, y en los mismos Estados Unidos había millones que decían que no.
Pero Cuba era un faro. Un faro de América toda. Fidel Castro había derrotado a otra dictadura de las clásicas, de las que sí entraban en el baremo mundial. Para mantener la luz de ese faro cegador, corrió el dinero a mares entre los académicos norteamericanos, y en la progresía europea. Todo para apuntalar la idea de que en una pequeña isla del Caribe se estaba construyendo el futuro del universo. David desafiaba a Goliath y estaba dispuesto a sobrevivir a las agresiones, y a hundirse en un mar de sangre para que la utopía tuviera carne.
Pero en la utopía no hubo carne más que para unos pocos. A la idea que atraía a la izquierda mundial se le unieron otras seducciones que eran del gusto, también, de la derecha y centro, y aquella dictadura pudo seguir flotando en el nebuloso mar de la incertidumbre, sacando las garras de vez en cuando, sin que las capturara una foto, y el disfraz lastimero de pequeño país agredido les fue útil un tiempo más. Hasta que llegó una generación de jóvenes que ya no sabía ni les importaba el asalto al Moncada, el desembarco del Granma o la odisea de la Sierra Maestra; y se fijaron que no podían hablar, ni pensar, ni comer, ni trabajar labrándose un futuro sin tener que irse de la tierra donde habían decidido vivir. Y entonces se desataron los demonios y la violencia desmedida que había acumulado la inepta dirección de un país que pudo sobrevivir sólo de subvenciones.