En el año 2005 una de las revistas científicas de paleontología más prestigiosas dio a conocer la identificación de una extraña placa dental, hallada muchas décadas atrás en la provincia de Villa Clara, en rocas con una antigüedad de 83 a 88 millones de años.
Este fósil perteneció a una nueva especie de tiburón ya extinguido, el Ptychodus cyclodontis, que habitó en las aguas del mar Caribe. A diferencia de los gigantescos reptiles marinos, aquel animal se alimentaba de moluscos, para lo cual utilizaba una batería de dientes cónicos. Esa placa dental de tiburón permaneció por mucho tiempo como el único fósil de vertebrado conocido para el Cretácico (145–66 millones de años) de Cuba. Sin embargo, una serie de descubrimientos realizados en los últimos años en la provincia de Cienfuegos, permiten expandir el conocimiento sobre la fauna que habitó la región durante ese periodo.
Los protagonistas de los nuevos descubrimientos paleontológicos son dos investigadores cienfuegueros dedicados de lleno a esta aventura, Carlos Rafael Borges Sellén y su colega Alberto Arano-Ruiz. La preparación en más de diez cursos de postgrado en diversas temáticas de Geología y Paleontología y una verdadera pasión por los fósiles les han valido para querer desentrañar cada recodo de la geografía cienfueguera buscando evidencias de la historia geológica de la región.
Pero lo que ellos no imaginaban es que en los predios de su territorio existieran tantos tesoros paleontológicos. Primero un diente de un mosasaurio del Cretácico Superior (~100 -66 millones de años atrás), luego más de 60 dientes fósiles de tiburones del Eoceno… y la lista parece no acabar.
Algo bien difícil de la búsqueda de fósiles es la distancia que hay que recorrer, siempre a pie, para llegar a los sitios de colecta (que están a más de siete kilómetros). Pero Carlos no es de los que se rinde y con piqueta y mochila al hombro ha encontrado recientemente más evidencias de un pasado prehistórico, esta vez dos dientes de tiburones del Cretácico Superior y una pequeña vértebra atribuida a un escualo de la misma antigüedad. Muchas veces, como en este último descubrimiento, los fósiles no se distinguen tan fácilmente y hay que fracturar la roca a piquetazos hasta que en su interior: ¡Sorpresa! Allí asoman los diminutos dientes. Se requiere de gran destreza y habilidad, pero ellos ya tienen la vista entrenada.
Como si no bastara, ser graduados de la carrera de Estudios Socioculturales ha dotado a ambos investigadores del afán de socializar este patrimonio. Los campesinos siempre se interesan en sus investigaciones y ellos disfrutan contar la historia de porqué en sus terrenos aparecen dientes de tiburones de muchos millones de años.
En el sitio donde se encontró uno de estos últimos dientes fósiles, el propietario del lugar cuestionó qué buscaban allí y cuando Carlos se los mostró, el hombre se sorprendió mucho. Luego, al cabo de varios días, corrieron rumores en la zona de que tuvieran cuidado al cruzar el río Damují que todavía había tiburones y que en su finca habían encontrado uno.
Un sendero de hallazgos
Es usual que después de cada intensa jornada, Carlos le haga llegar las muestras con fósiles a Alberto, pues en su casa este posee todo un laboratorio, incluyendo una máquina de corte. Allí cada ejemplar es mil veces fotografiado con minuciosidad, luego se limpia para descubrir los fósiles y, además, se le realiza una lámina delgada para determinar otros elementos que componen la roca. La investigación apenas comienza.
Los fósiles, posteriormente, se trasladan al Museo Municipal de Rodas, donde se les asigna un número de catálogo, requisito necesario para poder estudiarlos y ser incluidos en una publicación científica.
Sin embargo, al llegar al Museo con sus muestras, ya Carlos y Alberto tenían una idea de la posible identificación de uno de los dientes, aunque necesitaban de una segunda opinión para tener seguridad. Así fue que llegaron al equipo otros dos investigadores cubanos, Yasmani Ceballos-Izquierdo y Lázaro Viñola López, quienes participaron en la descripción del hallazgo antes de mostrarlos a la comunidad científica.
Algo notable fue que el equipo multidisciplinario estuviera integrado solo por cubanos, pues es usual en casos semejantes que se requiera de un experto foráneo, aunque en el proceso también colaboraron dos reconocidos paleoartistas (Dmitry Bogdanov, ruso, y Jaime Rodrigo Bran, salvadoreño) para darle vida, visualmente hablando, a los fósiles.
Después de casi un año de investigación, los resultados se dieron a conocer el pasado 22 de abril en la prestigiosa revista científica Geobios, pues, aunque fragmentarios, estos fósiles son de particular interés para los paleontólogos, ya que aumentan el conocimiento que se tiene de la diversidad de tiburones del Cretácico de Cuba.
En el recuadro un dibujo simplificado mostrando la forma de un diente de Serratolamna. (Foto: cortesía de Jaime Rodrigo Bran)
La investigación dio cuenta de que al menos uno de los fósiles perteneció a una especie de tiburón del género Serratolamna, pues los rasgos que separan a este de otros escualos incluyen una marcada asimetría dental, múltiples cúspides y un surco de nutrientes.
Anteriormente, el registro fósil solo incluía al tiburón Ptychodus cyclodontis, especie mucho más antigua, conocida solo de Cuba y Colombia. Por el contra- rio, fósiles de Serratolamna serrata, se han encontrado en Europa, África, Madagascar, Jamaica, México, Chile, Argentina, Venezuela y América del Norte. Dada la distribución global de Serratolamna serrata, su presencia en Cuba no es sorprendente y demuestra la necesidad de una mayor exploración paleontológica en el archipiélago.
Previamente algunos investigadores habían sugerido que esta especie de tiburón podría haberse originado en América del Norte hace unos 80 millones de años y que después se habría dispersado ampliamente durante el Maastrichtiano (edad geológica que comprende aproximadamente entre 70 y 66 millones de años). Sin embargo, los dientes descritos por esos autores fueron reasignados recientemente a otro tipo de tiburón.
Como tal, los paleontólogos consideran a Serratolamna serrata como un buen indicador para el Maastrichtiano; o sea, donde apareciera, se sabría que estamos frente a tal antigüedad. Lo curioso es que, por las rocas, se puede determinar que el Serratolamna de Cienfuegos vivió hacia el final del Maastrichtiano, aproximadamente entre 68 y 66 millones de años.
Aunque la especie vivió más comúnmente hábitats profundos, parece haber ocupado una amplia gama de ambientes durante la última etapa del Maastrichtiano, pues el ejemplar cubano de Serratolamna serrata fue hallado en un paleoambiente de aguas poco profundas, lo cual parece sugerir la idea de que estos tiburones deambulaban y se aventuraban en ambientes cercanos a la costa.
Junto con otros tiburones y depredadores más grandes como los mosasaurios, Serratolamna serrata fue un componente esencial de los ecosistemas marinos, probablemente ocupando una posición alta en la cadena alimentaria hacia el mismo final de la era de los dinosaurios.
*Agradecemos a Yasmani Ceballos Izquierdo, del Instituto de Geofísica y Astronomía de Cuba, a Lázaro Viñola López, del Museo de Historia Natural de Florida y a Car- los Rafael Borges Sellén y Alberto Arano-Ruiz, de la Sociedad Cubana de Geología en Cienfuegos por su contribución en este texto.
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