Lo más fácil sería apostar, de acuerdo con las leyes matemáticas de suma y resta, a una victoria segura de Gustavo Petro en la segunda vuelta electoral de mañana, en Colombia.
No obstante, ha habido encuestas en estos primeros días de junio que se refieren a un «empate técnico», y acuden a cifras como la de un 41 % de aceptación de voto para Rodolfo Hernández y un 39 % para Gustavo Petro. Y tres días después ya daban con ventaja a este último.
Nada puede, hasta hoy, asegurarnos el derrotero de esta segunda vuelta electoral en la nación sudamericana.
Prefiero, en todo caso, aportar algunos elementos de un complicado ajedrez, en el cual la decisión final para declarar al vencedor pasa no solo por la preferencia de sus seguros votantes, sino también por el reacomodo de fuerzas. Quien le sigue en la búsqueda del asiento presidencial, Rodolfo Hernández, pudiera ser favorecido por el voto de partidarios de los que resultaron eliminados en la primera cita, el pasado 29 de mayo.
Y me detengo en este punto por cuanto –aunque lamentable–, en ocasiones se producen fenómenos poco explicables, como que resulte más fácil unir voluntades electorales en torno a propuestas populistas, salidas de la derecha y hasta la ultraderecha, que de la propia izquierda o lo que más se parezca a ella.
De acuerdo con algunos analistas colombianos, el perdedor en primera vuelta, Federico Gutiérrez, a quien las encuestas le aseguraban acompañar a Petro en la segunda cita con las urnas, aseguró que «para no poner en riesgo el futuro de Colombia, llama a sus seguidores a votar por Rodolfo Hernández».
Por su parte, John Milton Rodríguez, candidato del movimiento cristiano Colombia Justa Libre, adelantó a la emisora Blu Radio que ninguna de las opciones a barajar será un apoyo a Petro. En efecto, su movimiento se debatirá entre apoyar a Hernández o convocar a votar en blanco, enfatizó.
Otro, quien en primera vuelta no alcanzó ni el 0,23 % de las papeletas, Enrique Gómez, del Movimiento Salvación Nacional, dijo «apoyar a Rodolfo Hernández, para evitar una dictadura comunista, y no nos vamos a dejar quitar a Colombia».
No puede olvidarse que tanto los llamados injuriosos, como la marcada tendencia de partidos y agrupaciones de derecha aferradas al poder, denigran al adversario mayor, Gustavo Petro, porque creen que el país no debe salirse de los cánones políticos de partidos ya vencidos por el tiempo y por muy pocos frutos en su gestión.
Por otra parte, el uribismo, con su figura central, Álvaro Uribe, tiene la casi total responsabilidad en la precaria situación de un país, en el que los Acuerdos de Paz del Gobierno y la guerrilla han sido echados a la basura, la violencia contra líderes sociales y exguerrilleros suma víctimas cada día y el modelo neoliberal hace aguas, atascado en una especie de lodo, cimentado sobre la corrupción.
En tan adverso entorno, Gustavo Petro aparece como una opción para cambiar el rumbo y contribuir a sepultar a un sistema caduco, cada vez más identificado con los intereses del imperio yanqui.
Su oponente, Rodolfo Hernández, tiene como mejor credencial su llamado a «mano dura contra la corrupción».
Quizá, por su estilo de actuación y las reiteradas polémicas que provoca, para muchos se le considera el «Trump colombiano».
Es el hombre que ha expresado que «el ideal es que las mujeres se dediquen a la crianza» y ha sido acusado de misoginia. Se ha manifestado sobre un rival político como que «lo han manoseado más que a una prostituta de Puerto Wilches». En 2019 calificó a las mujeres venezolanas migrantes, como «una fábrica de hacer chinitos (niños) pobres».
No obstante, algunos medios califican su declaración más sorprendente, cuando en 2016 afirmó: «soy seguidor de un gran pensador alemán que se llama Adolfo Hitler».
En este complicado ajedrez, serán los colombianos, con su voto, quienes decidan mañana, a quién corresponderá conducir los destinos del país.