El foro «Defensa de la Democracia en las Américas» es un espacio donde el exilio cubano de derecha se reúne con políticos latinoamericanos y alguno estadounidense de más o menos credibilidad. Con el auspicio del Instituto Interamericano de Democracia, confluyen en él las élites anticomunistas del continente -al estilo de la Guerra Fría- para culpar a todos, menos a sí mismos, de los avances de la izquierda radical.
Irónicamente, la democracia no es el compromiso que persiguen: entre sus miembros abundan golpistas, corruptos y fugitivos. Este año el Foro homenajeó a Lenín Moreno, expresidente de Ecuador que realizó la proeza de gobernar su país con la agenda de su oponente. Luis Almagro resaltó en el encuentro que varios de los participantes habían dicho «cosas infames» no solo del ecuatoriano, sino también de él mismo y de muchos de los presentes. En ese señalamiento tiene toda la razón el secretario general de la OEA.
Sobre Cuba hubo tres «notables» intervenciones: Carlos Alberto Montaner formuló la propuesta de invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR-1947) para buscar una intervención militar en la Isla; Yotuel Romero recitó la canción «Patria y Vida»; y Asiel Babastro intentó la cuadratura del círculo: insertar la opción del cambio de régimen impuesto desde Washington en la tradición cultural alternativa latinoamericana. En este artículo me referiré a la propuesta del primero y, en una segunda entrega, a los «aportes» de los otros.
Liberalismo y choteo cubano
Montaner se quedó en la Administración Bush. No sabe que uno de los pocos consensos bipartidistas de la última campaña electoral fue el de reducir el apetito de Estados Unidos por nuevas aventuras militares. Parece que no ha leído que hasta de Afganistán las tropas norteamericanas se retiran.
El liberalismo clásico que Montaner proclama parece una burla. Sin embargo, es comprensible su proceder: no todos los días tiene la oportunidad de estar al «nivel» del secretario general de la OEA. Almagro lo ha ayudado al confundir sus funciones en la OEA con la disposición a convertirse en líder de la derecha cubana. Con sus posturas, sin hablar de la crítica al bloqueo estadounidense que comparten la abrumadora mayoría de los miembros del bloque, ha lanzado al fango los avances de sus predecesores en la relación entre el organismo panamericano y la Isla.
Desde Joao Baena Soares hasta José Miguel Insulza, pasando por el expresidente colombiano Cesar Gaviria, todos llamaron a reevaluar la resolución sexta de Montevideo 1962, que excluyó a Cuba del grupo continental bajo el pretexto democrático, mientras abundaban las satrapías militares de derecha.
Almagro ha sido diferente. Incluso llevó la OEA al programa del hombre de Trump en Miami, Alejandro Otaola. En ese espacio se mezclaron la Carta Democrática Interamericana y las posturas del organismo sobre Cuba, con una indagación del anfitrión y una invitada sobre los tríos no musicales —sexo y lenguaje de adultos— del cantante Descemer Bueno. Ese aderezo impidió que la audiencia se aburriera con los temas del secretario general.
Reflejo del tipo de lugar donde Almagro incursiona, fueron las críticas de Otaola a Amy Klobuchar: «una senadora comunista de uno de esos estados rin tintín por allá por Wisconsin». Se refería a la política demócrata de Minnesota, ex candidata presidencial, que ha propuesto, junto al republicano Jerry Moran, de Kansas, una legislación para liberar el comercio con Cuba.
Dígame con quién anda y le diré quién es el señor secretario general.
En el lodazal donde Almagro ha lanzado a la OEA, hay espacio para que Montaner se atreva a aconsejarle una intervención militar como la que se planeó y fracasó en Bahía de Cochinos en 1961. Quiere que jóvenes de Texas, Kansas o Minnesota, pagados con los impuestos que los estadounidenses tributan para defender su país, saquen la cara por los exiliados cubanos de derecha. Esos que viven tranquilitos, amparados por la democracia estadounidense, quieren usar a los hijos de quienes los han acogido como carne de cañón.
Pero como Bahía de Cochinos es en la historia política estadounidense la definición de fiasco, Montaner ha edulcorado la píldora y sugirió que el modelo para intervenir en Cuba fuera el usado en 1965 en República Dominicana. Resulta que hasta en las historias oficiales para celebrar los aniversarios cerrados de la OEA se ha resaltado lo vergonzoso de ese episodio. Con el cuento de evitar una «segunda Cuba», la intervención militar combatió a los militares constitucionalistas que querían restituir al presidente socialdemócrata Juan Bosch, electo democráticamente y refugiado en Puerto Rico, tras un infame golpe de estado.
¡Vaya oposición desleal la que pretende traer derechos humanos con cañonazos y bombardeos foráneos! En cierta ocasión, en un debate que sostuve con Montaner, le manifesté que una oposición que se acuerda de los derechos humanos solo martes y jueves, para denunciar el comunismo en Cuba, no es democrática[1]. Los lunes defiende el golpe de estado contra el presidente Zelaya en Honduras; los miércoles apoya a Janine Añez, otra golpista. Y ahora resulta que los viernes son para pedir intervenciones militares al estilo de la que ensangrentó Santo Domingo contra Bosch y Francisco Caamaño.
Para recomendar tal cosa hay que ignorar la historia cubana. «La cuentecita» llamaba el general Máximo Gómez a la Enmienda Platt, pues era el fardo que habían dejado la intervención estadounidense y la tozudez española.
En varias ocasiones durante la República, la amenaza o el uso de la fuerza norteamericana alimentaron a lo peor de la política cubana. La represión brutal al movimiento de los Independientes de Color en 1912, y la protesta contra el fraude electoral o la reelección en 1916, son solo dos ejemplos. Incluso el presidente Theodore Roosevelt advirtió a Estrada Palma, en 1906, la vergüenza que implicaba para él y para Cuba pedir una intervención militar que ni siquiera Estados Unidos quería asumir.
Para lidiar con Cuba, Montaner evocó la «Doctrina de Represalia Masiva» de Eisenhower, cuando Estados Unidos amenazaba con un bombardeo nuclear a la URSS «si se salía del tiesto». Además de la rigidez e inmoralidad de tal concepción, ignora los cuestionamientos formulados por miembros de la propia administración Eisenhower, que llevaron a Kennedy, en 1960, a adoptar la doctrina de «respuesta flexible».
Quien se denomine liberal en el siglo XX o XXI, debería pensar dos veces antes de defender una idea que todo pensador liberal serio —desde Milton Friedman hasta Gary Becker, pasando por el Instituto Cato— ha considerado un desatino. Me refiero al embargo/bloqueo contra Cuba y, en general, a las sanciones referidas a productos que no sean de materiales militares o estratégicos.
La gran mayoría de los liberales clásicos explican que el comercio y la promoción del mercado en sí mismos actúan como fuerzas liberadoras, pues la libertad económica empuja la libertad política. Carlos Alberto Montaner es la excepción «liberal». Con respecto a las sanciones contra Cuba, ni explica ni refuta a Friedman y Becker. Lo que aquellos recomiendan resolver solucionar con comercio, viajes e intercambio, él propone resolverlo con sanciones económicas y guerra.
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[1] A raíz de los ataques macartistas de Montaner, el Cuba Study Group corrió a sacarme de su «lista de expertos» sobre Cuba. Los que hoy dirigen Diario de Cuba me explicaron que en Cuba Encuentro, que dirigían entonces, no se podía criticar a Montaner. Resultó que el ticket de entrada a esos foros no era la identidad democrática, sino la militancia y solidaridad anticomunista. Hoy les agradezco la exclusión. Las audiencias en las que la decencia norteamericana puso a Joseph McCarthy en el basurero de la historia, deberían ser educación obligatoria para todo el que reciba ayuda de la USAID y la NED.