Han pasado dos años de la explosión que dejó en vilo al país entero, pendiente de cada #últimominuto con una herida abierta por quienes estaban atrapados bajo los escombros. Como mismo se apilaron los restos del edificio, se han apilado con el tiempo las preguntas que nunca fueron respondidas sobre lo que pasó aquel día.
En Cuba pareciera haber una constante que aplica a cualquier suceso que tenga que ser explicado por autoridades: se convoca a la transparencia mientras no se es transparente en la comunicación. Ello explica que a día de hoy no se hayan divulgado las conclusiones de la investigación; no se sabe siquiera si la investigación cerró o por alguna razón desconocida permanece abierta, y si efectivamente finalizó, qué se hizo con los resultados, ¿quiénes fueron los responsables? ¿Qué falló? ¿Dónde estuvo la fuga de gas? ¿Cómo llegó a acumularse tanto antes de que cerraran la válvula?… No sabemos.
Las noticias posteriores a la terminación de las labores de rescate y salvamento, como la entrega de condecoraciones a quienes trabajaron en el lugar, o el otorgamiento de viviendas a damnificados, no compensa la falta de información que existe aún en torno a la tragedia, información a la que tiene derecho la ciudadanía —de más está decir que primero se debe a los familiares de los fallecidos.
Varias son las razones que no pocas veces envuelve, como en nebulosa, la transparencia de información en el país, sea institucional o de prensa: no darle armas al enemigo, no crear sensación de inseguridad, no generar desesperanza y un largo etcétera. Pero lo cierto es que los desastres naturales y de origen tecnológico, los accidentes y las catástrofes son acontecimientos que pueden impactar repentinamente las vidas de cualquier población o cualquier país, Cuba no está exento de ellos.
Varias son las razones que no pocas veces envuelve, como en nebulosa, la transparencia de información en el país.
Por eso existen normas, leyes, resoluciones y, muy importante, protocolos que van desde seguridad hasta sobre riesgos de desastres, sea el tipo que sea. Las vías para preparase incluyen identificar, por un lado, vulnerabilidades, y por otro, posibles incidentes que conduzcan a los llamados en la literatura científica sobre el tema «accidentes mayores». De cara a la necesidad de informar a la ciudadanía, en medio de tales situaciones se implementan métodos y recomendaciones de la comunicación de crisis, como parte intrínseca de su gestión.
Por supuesto que la explosión del Saratoga se manejó en todos los sentidos como la crisis que era, mientras estuvo en primer plano de la agenda pública, mientas era reciente, mientras prevalecía la consternación y no se hablaba de otra cosa. Pero la gestión efectiva de la comunicación de crisis no es solo eso.
La explosión en el Hotel Saratoga, un «accidente mayor»
Sobre riesgos de desastres, en la literatura científica se reconocen los de origen natural (tormentas, huracanes, terremotos, maremotos, etc.,) y de origen tecnológico, provocados por actividades creadas por el hombre (accidentes catastróficos de transporte terrestre, marítimo o aéreo, colapso de estructuras, fugas o escapes de cantidades importantes de sustancias peligrosas por su reactividad, inflamabilidad y/o toxicidad).
En general, los eventos naturales peligrosos no son algo que podamos impedir, pero no ocurre igual con los accidentes de origen tecnológico, que sí son evitables y por tanto se norman pautas dirigidas a que no se produzcan (prevención) y otras para disminuir sus consecuencias en caso de que sucedan (mitigación).
Ahora bien, dentro de esa tipología hay una en específico que comprende los relacionados con sustancias peligrosas: «cualquier suceso como el derrame de líquidos o escape de gases inflamables o tóxicos, incendio o explosión, resultado del desarrollo incontrolado de un proceso en el que están implicadas una o más sustancias peligrosas —como es el caso de gas licuado de petróleo— debido a su alta inflamabilidad o toxicidad, y que representa un alto riesgo inmediato o diferido para las personas, comunidad, instalación o medioambiente». A estos casos se les denomina «accidente mayor»[i].
La explosión en el Hotel Saratoga —igual que en la Base de Supertanqueros de Matanzas, por cierto—, clasifican como accidentes mayores. En aras de dilucidar lo sucedido el 6 de mayo de 2022, la revista Bohemia, para el reportaje «Mientras la Noble Habana llora», publicado en ese mismo mes, contactó a varios especialistas con información sobre el edificio, sus procesos de reparación y sus condiciones para el almacenamiento del GLP.
Entrevistado por ese medio, Juan Carlos Ruz Zubirí, jefe de Servicios del hotel Parque Central, dijo que «conociendo el protocolo de Cubana del Gas y cómo trabajaban los compañeros que fallecieron, dudo que no hayan cumplido con esa metodología».
Lamentablemente, en ese momento, el medio intentó conocer sobre la actualidad de varios datos que manejaron las fuentes, pero «no obtuvo respuestas a sus interrogantes de parte de la Empresa Cubana de Gas y del Grupo de Turismo Gaviota S.A., propietario del hotel Saratoga».
A dos años del suceso, ninguna de esas instituciones ha dado explicación alguna.
Por su parte, el profesor Dr. Juan José Camejo Giniebra, integrante del Grupo de Estudios de Riesgos de Desastres (Gredes) de la Cujae, dijo a ese medio que «un accidente siempre se produce porque algún componente del sistema de seguridad no jugó el papel que le correspondía» y que «los accidentes tecnológicos, en particular los que se dan con sustancias peligrosas, son evitables, siempre y cuando se garantice el cumplimiento de las normas y reglamentos establecidos».
La base le