Los sucesos del pasado 17 de marzo en el oriente cubano vuelven a poner sobre la mesa las tensiones en la Isla. La legítima protesta popular, en esta ocasión, describe datos diferentes a las del 11 de julio de 2021: hubo una casi nula capitalización por parte de agendas violentas y represivas; se sucedió en un escenario más complejo, con condiciones de maniobrabilidad política menos halagüeñas y de consecuencias futuras menos previsibles.
Dejo algunas notas sobre el escenario actual, sus tendencias y signos más recurrentes, los que, de no apreciarse un cambio integral e inmediato, agregará más combustión a la caldera sociopolítica cubana y la previsible recurrencia de estallidos sociales.
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De 2021 a la fecha no se percibe una estrategia coherente, estable y con resultados a corto plazo que permita aliviar la presión sobre la vida cotidiana de la mayoría de la gente —cortes eléctricos, inflación; deterioro de servicios públicos como educación, salud, seguridad social, transporte, recogida de desechos sólidos, suministro de agua y de combustibles domésticos, seguridad ciudadana.
No se ha estabilizado un programa de ajustes integrales en el sistema productivo que permita prever, a mediano plazo, mejoramiento en los niveles y calidad de la producción de bienes y servicios, y en los mecanismos de distribución y consumo. No se ha logrado gestionar la crisis en favor, al menos, de los grupos poblacionales más empobrecidos; por el contrario, hay señales de traspaso de los recursos del sector público al sector privado, con la consabida concentración de riquezas.
El caso más alarmante está en el sector agrícola, con bajísima inversión y peores resultados. Un aparte merece la industria azucarera, que suma una década sin cumplir sus planes productivos. En contraste con los datos anteriores, persisten los incomprensibles altos niveles de inversión inmobiliaria y hotelera.
En este escenario, a pesar de las negociaciones con gobiernos aliados, no se perciben resultados que permitan avizorar algún tipo de estabilidad en el acceso a bienes de consumo ni a infraestructura productiva. Abundan los proyectos de inversión extranjera, pero pocos llegan a concretarse y mucho menos tener una influencia directa sobre la calidad de vida de las personas.
No se perciben resultados que permitan avizorar algún tipo de estabilidad en el acceso a bienes de consumo.
El entorno internacional, signado por guerras que apuntan a ser prolongadas, co