El pasado 25 de marzo el medio digital El Estornudo publicó un reportaje acerca de varias agresiones sexuales acontecidas en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV). Basada en los testimonios de cuatro exalumnas del centro, la investigación vuelve a avivar la polémica sobre violencias de género, pero, esta vez, con una discusión pendiente: abuso y acoso sexual escolar en instituciones educativas.
No es primera vez que medios cubanos tratan el asunto con más o menos rigor: OnCuba, Semlac, Afrocubanas-La Revista, Hypermedia… Sin embargo, sigue siendo escasa la visibilización de este problema gravísimo, a pesar de ser un secreto a voces.
Existe acoso sexual escolar en Cuba, aunque en múltiples ocasiones queda diluido en temáticas más amplias como el abuso sexual infantil, el acoso sexual en general o las violencias de género. Por otro lado, muchas veces las personas que se encuentran inmersas en situaciones de acoso, abuso o agresión sexual, no son capaces de nombrarlas o identificarlas como tales, o toman conciencia de ello luego de ocurridas las acciones. De ahí que merezca un foco de atención especializado.
Existe acoso sexual escolar en Cuba, aunque en múltiples ocasiones queda diluido en temáticas más amplias.
Tampoco es primera vez que las víctimas acuden a medios de comunicación —mostrando su identidad o bajo identidades protegidas— para denunciar hechos violentos de índole sexual. Precisamente, si algo tienen en común la mayoría de los testimonios, es que —tanto en las instancias escolares como en las policiales— las denunciantes encuentran múltiples problemas para hacer efectiva las denuncias, pues no les creen, las revictimizan o son desoídas. Estos comportamientos demuestran que las instituciones fallan en el acompañamiento y protección a las víctimas, y por tanto, propician impunidad a los agresores.
Si hay algo que caracteriza al acoso sexual en escuelas y universidades, es la relación vertical de poder que se establece entre profesores/as o autoridades académicas, y alumnas/os o empleadas/os. A esta forma de acoso se le conoce como hostigamiento sexual. Quienes ejercen el magisterio están imbuidos de autoridad y prestigio por el propio cargo que desempeñan en la institución, por lo que su posición de poder viene acompañada de cierta protección administrativa, aunque sea simbólicamente. De ahí que, en general, muchas víctimas no consideren la denuncia formal como un recurso de reparación a su integridad física y emocional tras la violencia sufrida, al verse intimidadas por la autoridad que porta quien las agrede.
Muchas víctimas no consideran la denuncia formal como un recurso de reparación a su integridad física y emocional tras la violencia sufrida.
No obstante, el acoso también ocurre en relaciones horizontales, o sea, entre estudiantes, entre profesoras/es o empleadas/os. Aquí tiene mayor peso la jerarquía de género; la persona agresora —con mayoría significativa de varones—, o el desequilibrio de poder se da por la mayor fuerza física de una de las partes, superioridad numérica —si son varios acosadores/as—, temperamento pasivo de quien es acosado, encontrarse en estado de indefensión, enajenación y más. Estos factores mencionados también podrían incidir en una relación horizontal ascendente, por ejemplo, de un trabajador hacia una jefa.
El reportaje coincide en varios de los efectos que causa ser una persona acosada sexualmente: se producen alteraciones en el sueño, desarreglos en la estabilidad emocional, disminuye el rendimiento académico, entre otras consecuencias como malestares, ansiedad, angustia, culpabilidad, y más.
En efecto, con acoso sexual escolar me refiero a comportamientos inadecuados de índole sexual que se producen en ámbitos educativos. Generalmente tienen como finalidad realizar o requerir prácticas de connotación sexual sin consentimiento[1] o indeseadas por la otra persona, en tanto la parte acosadora se aprovecha de su condición de autoridad o del desequilibrio de poder, lo que trae consecuencias dañinas para el desenvolvimiento de la vida de la víctima. Puede incurrir, o no, en abusos o agresiones sexuales —lascivia, violación, etc.— e incluyen otras acciones que enumero a continuación:
- Pedir alguna práctica sexual a cambio de un beneficio o un favor, ya sea haciendo, que le hagan, o mirando.
- Insistir con citas, conversaciones o encuentros sin aceptar un «no» como respuesta.
- Abrazar efusivamente sin el consentimiento de la otra persona.
- Realizar contacto físico indeseado (roces, tocamientos).
- Humillar públicamente.
- Usar lenguaje grosero o insultante o hacer comentarios sexistas.
- Llamar por «nombretes» despectivos según su género.
- Hacer com