Desde Radio y Televisión Española (RTVE) informaron a fines de enero que recién rescataban de los archivos un capítulo del mítico programa A fondo, dirigido y conducido por el periodista español Joaquín Soler Serrano. Se trata de la conversación apenas conocida que sostuvo con la escritora, pintora y etnóloga cubana Lydia Cabrera. Para lograrlo debió viajar desde Madrid a Miami.
El programa se transmitió el 17 de mayo de 1981. Había sido grabado en algún punto de Coral Gables. El propio Soler Serrano advirtió que habían tenido que irse hasta “Florida, el estado del Sol” para poder concretar lo que llevaba tiempo planeando; y subraya en su estilo elegante e informado: “Nuestra pesquisa, larga, tenaz durante años no tuvo éxito, y ya que ella no vino a España vinimos nosotros a buscarla”.
La mujer que se encuentra frente, sentada a poca distancia, tiene modales pausados y seguros. Su expresión evidenciará a lo largo de la plática un sutil sentido del humor, una recia voluntad y el conocimiento que sustenta la hidalguía de su sangre. Entre ambos se encuentran los libros que ha escrito durante largos e intensos años de investigación la entrevistada.
Cuentos Negros de Cuba, El Monte, Anagó. Vocabulario Lucumí, La sociedad secreta Abakuá, La laguna sagrada de San Joaquín, Ayapá: cuentos de Jicotea, Refranes de negros viejos… Aunque habló de otros que mantenía inéditos y no esperaba imprimir, porque “está muy cara la impresión”.
Atentos a la chara ‘A fondo’ de Joaquín Soler Serrano con la escritora Lydia Cabrera. La recuperamos de mayo de 1981 –> https://t.co/BPlcxZvRvU pic.twitter.com/06jOtX4pqY
— Archivo RTVE (@ArchivoRTVE) January 30, 2024
Lydia Cabrera tiene 80 años, pero un ímpetu de lozanía se impone en ella. “Soy una octogenaria muy joven”, advierte con sorna, consciente de que aquella conversación no le alcanzará para contar su trayectoria, que por mucho que hurgue en su pasado no tendrá el entrevistador todas las respuestas para explicar una vida signada también por la leyenda.
Tiene el cabello plateado y usa espejuelos de carey. Lleva un vestido con un estampado de piel de leopardo y zapatos negros. Piernas cruzadas. “Soy una persona muy tímida”, advierte, sonriente, ligeramente inclinada en el sillón, pensativa. Agrega: “Siempre he sido una persona solitaria”.
En ese momento llevaba ya 20 años en el exilio, alimentando lo que el periodista llamará la “otra Cuba”, esa que comenzaba a alejarse de “la Cuba de Fidel”, o de la “Cuba castrista”; y sobre la que la entrevistada hace poca referencias, aunque recuerda la destrucción de un proyecto que había estado hilvanando amorosamente junto a María Teresa de Rojas, Titina, en Marianao.
Ambas habrían querido transformar la Quinta de San José, la residencia compartida durante años, en un Museo en el cual el “pueblo cubano” pudiera ver la evolución de “la casa cubana”. Pero, con su salida de la isla tras la Revolución, la propiedad terminó demolida y nada se supo de los cientos de objetos que atesoraba. Era el año 1960. “Yo sabía todo lo que iba a ocurrir”, dice: “lo que me preocupaba era el histerismo…”.
En lo que sí abunda es una idea que la había fascinado desde su juventud: el enraizamiento del mundo mágico africano en esa Cuba de piedra y agua que ningún ser humano podrá alterar o desplazar del punto en que emergió, interponiéndose prometedora entre el mar Caribe y el océano Atlántico. Ante sus ojos fueron visibles vestigios insospechados, casi vírgenes de una ancestralidad profundamente asentada en la sangre de la nación: lo africano.
Era como una terca preservación de una memoria, tan fuertemente acentada que, por ejemplo “muchas cosas que se perdieron en Nigeria, se conservaban muy puras en Cuba”. Buscando testimonios para trabajos y libros que decidió escribir inspirada en sus estudios de las tradiciones orientales, entrevistó a cientos de negros, sobrevivientes de plantaciones o servicios de servidumbre en ciudades como Trinidad, La Habana y Matanzas.
En esos lugares descubrió que incluso se conservaban lenguas pretéritas como el yoruba, y seguían intactas tradiciones cuyo resguardo atribuía a que las leye