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La deuda de Suchel Camacho con el río Cojímar

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En la playa El Cachón, en Cojímar, hace tiempo que no se ven pelícanos. El olor a podredumbre parece una metáfora sobre la cuasi muerte que sufre la zona. Cualquier cojimero sabe que bañarse allí no es seguro. Pero el miedo a contraer alguna enfermedad tras entrar en contacto con el agua no aleja del todo a los niños que corretean por la arena, ni a los pescadores de orilla o los devotos de deidades yorubas que, encomendados a la protección divina, meten medio cuerpo en el mar para dejar una ofrenda a sus orishas.

Décadas atrás, el lugar dejó de ser el pueblo de pescadores de poco más de 4 kilómetros cuadrados ubicado al este de La Habana para convertirse en una especie de urbanización dormitorio, aunque con cierto aire residencial —según los estándares de vida capitalinos—.

Al hablar de Cojímar es difícil desprenderse de la mística que lo envuelve y que inicia con su nombre de origen taíno cuyo significado es «entrada de agua en tierra fértil». En el siglo XIX e inicios del XX, el poblado acogía un popular balneario y lujosas casas de veraneo. Lo llamaban La Taza de Oro de la Costa Norte.

Cojímar también inspiró al novelista estadounidense y premio nobel de literatura Ernest Hemingway para escribir su conocida obra El viejo y el mar. Además, fue el sitio donde se erigieron la villa e instalaciones deportivas para los Juegos Panamericanos de 1991. La salida al mar del río con igual nombre ha sido el punto inicial de travesía para cientos de balseros que pusieron rumbo al norte luego de las protestas del Maleconazo en 1994 y la apertura de la frontera marítima.

Pero la localidad hace tiempo que atesora pocos atisbos de esplendor, más allá de sus leyendas e historias. Hoy es una zona costera con altos niveles de contaminación. La culpa del desastre se reparte entre la poca educación ambiental de los pobladores que utilizan la playa de basurero al aire libre a falta de otros recursos para gestionar sus desechos y lo que durante años ha sido un secreto a voces, los residuos industriales que las empresas Berroa han vertido en el río Cojímar —en particular Suchel Camacho S. A., la más grande del país en el sector de aseo y cosmética—.

UN MAR DE BASURA

Alrededor de la playa El Cachón abundan restos textiles y de plástico, bolsas de nailon, vasijas y cubiertos y hasta un sillón desgastado por los años. Hay ropa vieja, cestos, alambres, animales muertos, neumáticos, chapas, papel, envoltorios, piezas de electrodomésticos, el chupete de un niño, un cepillo de dientes, una maleta roja maltrecha, plástico y más plástico… La lista de objetos que han ido a parar a la arena es inimaginable. Paradójicamente, la zona continúa siendo la base de pesca deportiva más grande del país.

Muy cerca de donde nace el mar y resguardado bajo la sombra de una uva caleta, Lisandro Delá Leyva prepara un par de pandongas, especies de redes fijadas a una estructura de madera para la captura de peces. Las suyas usan de base dos rejillas de ventilador. «Últimamente, la pesca está un poquito mala», dice mientras pone los pies en el mar para colocar los artefactos.

Lisandro Delá y la pesca con pandonga

«Cuando era chico este lugar estaba más limpio. Uno venía y se bañaba aquí», comenta con nostalgia, al tiempo que describe el antiguo Golfito, centro recreativo que había en Cojímar en el que se jugaba bolos y se celebraban cumpleaños.

El pescador asegura que desde hace mucho tiempo hay especies que no existen (el patao, la mojarra y los cangrejos). La cantidad de peces ha disminuido y las especies tampoco alcanzan el tamaño que deberían. Entre los más cotizados que todavía merodean por las aguas figuran el cartero, la aguja y el emperador. A este último lo llama «el pescado de los millonarios».

Un emperador pesa en promedio 300 libras, por lo que su costo aproximado —teniendo en cuenta que en agosto de 2023 la libra se cotizaba en 550 pesos cubanos— ronda los 60 000 CUP (cerca de 270 dólares), según la tasa de cambio informal para el 15 de agosto de 2023.

«La gente de las paladares se llevan los emperadores enteros, pero solo se consiguen a once o doce millas de aquí», especifica Lisandro. «Los que pueden pescar allá tienen licencia de pesca deportiva y contratos para venderle pescado al Estado». 

Delá Leyva cuenta que en los últimos años han capturado tiburones con pomos de plástico dentro. «¿No sientes el mal olor?», dice a la vez que señala un bulto flotante muy cerca de la orilla, donde el agua tiene un color negruzco y una apariencia grasienta.

Explica que la fetidez es producto de «desechos de todo tipo» que bajan desde el río y que son arrojados por los moradores de los edificios de Cojímar e, incluso, de Alamar, o trasladados por los sistemas de desagües de esas comunidades. También menciona que por el río navegan desde desperdicios de los pescadores (tripas y cabezas) hasta paquetes de Pelly (snacks) y grandes bolsas blancas provenientes de las fábricas de Berroa.

«Por esa zona están Suchel, El Bravo, Papas and Company…», afirma.

Al preguntarle si las autoridades han venido a hablar con los pobladores sobre las condiciones ambientales de El Cachón o del río, su respuesta es clara: «Aquí no viene nadie».

Pese a las iniciativas de saneamiento, la inmundicia siempre regresa a la playa. Foto de 2009 cortesía de Hédel Núñez Bolívar.

EL PATRIMONIO NATURAL DE COJÍMAR

El río Cojímar corre de sur a norte, tiene casi diez kilómetros de largo y 60 kilómetros cuadrados de cuenca. Nace en el embalse La Margarita en el poblado Santa María del Rosario, municipio Cotorro, atraviesa Guanabacoa y muere en la desembocadura de El Cachón —punto de más inmundicia—.

Resulta difícil imaginar que precisamente la zona forma parte de una Reserva Florística Manejada que abarca ambos lados del cauce (la desembocadura y la bahía). Así lo recoge un registro de Patrimonio de la capital, en el que se enlistan 16 áreas protegidas de la provincia La Habana.

De acuerdo con un informe del Instituto de Geografía Tropical, los usos socioeconómicos del río incluyen la actividad agrícola y un reservorio pesquero. A su cuenca se le atribuyen 20 millones de metros cúbicos, de los cuales 12.5 millones son aprovechados como abasto industrial y riego.

Con respecto al alto valor natural de Cojímar, hay que decir que alberga más de una treintena de especies de vegetación autóctonas —pataban, capuli, laurel y el Piper Cojimaranum, arbusto de la familia de la pimienta declarado en peligro de extinción—.

Una investigación del especialista en gestión ambiental Orestes Sardiñas —publicada por el Instituto de Geografía Tropical en 2009— refirió que a finales de los ochenta en Cojímar se contabilizaban 285 especies botánicas, pertenecientes a 212 géneros y 77 familias, cuyos usos en su mayoría eran medicinales y que tenían un impacto relevante en la cadena de generación de miel.

En la actualidad, poco queda de la biodiversidad que otrora exhibiera el también considerado pulmón verde de Habana del Este. Las cotorras, garzas y hasta muchos crustáceos han desaparecido. Otros (la mariposa urania y la calisto, el alacrán de panza roja, los patos de Florida, la rana catesbiana y el perrito de playa) raras veces se avistan en las laderas.

Mención especial merece el mangle rojo casi extinto, lo que representa un grave peligro para el ecosistema si se tiene en cuenta que los manglares previenen la erosión y actúan de barreras contra tormentas. Además, estas especies también sufren la amenaza de los asentamientos ilegales que abundan en la zona.

HISTORIAL DE DENUNCIAS

La primera evidencia documental de la contaminación del río Cojímar que se encontró como parte de esta investigación data de hace 20 años. Corresponde al reportaje titulado Jabón en escabeche, publicado en la revista Bohemia en 2004. El texto da cuentas del contagio de pescadores con hepatitis B y gangrena negra y del fallecimiento de dos personas a causa de una septicemia tras bañarse en el río.

De acuerdo con la publicación, por la época la empresa Suchel Camacho S. A. fue multada y estaba inmersa en un proceso de mejora tecnológica para tratar los «residuales líquidos industriales». Según arguyeron los directivos, pondrían en marcha un reactor biológico y una planta de saponificación continua con el fin de evitar «la unión de agua con sebo, causante del color blancuzco» que los pobladores habían advertido en la superficie del río.

Sin embargo, ocho años después, el 17 julio de 2012, la sección «Acuse de Recibo» del periódico Juventud Rebelde publicó la queja del doctor Jorge H. Martínez Ferrandiz. Se trataba de la segunda carta que enviaba el médico al diario. En la primera, el galeno refería «el estado de abandono, suciedad y maltrato en que estaba sumida la playa El Cachón». El medio apuntó que en la segunda misiva, Martínez Ferrandiz alertó de «la elevada contaminación a lo largo del río Cojímar».

«Por mucho que hagan los activistas, aran en el mar precisamente por los impunes vertimientos de residuales por parte de varias fábricas», escribió. «Suchel, que tiene dependencias en Berroa, es una de esas empresas. Nos han prometido en varias ocasiones instalar plantas de filtros y reciclaje, pero hasta ahora todo ha sido en vano».

Algunos de los reportes de espuma hallados durante la investigación: Revista Bohemia (2004), blog docente Isla al Sur (2010) y comentarios a un reportaje publicado por Mega TV (2022).

Jorge H. acompañó la acusación con una fotografía que mostraba un riachuelo «con químicos blancos, muy tóxicos y contaminantes». Si bien la imagen no figuró en la edición impresa, sí fue referida en el texto de la columna, lo que significa que las declaraciones de Suchel Camacho a la revista Bohemia sobre el posible remedio para la espuma había sido una promesa incumplida.

En noviembre de 2012, Juventud Rebelde publicó la réplica de la respuesta de la empresa bajo el título «Solucionará Suchel Cetro [1] vertimientos al río Cojímar». Humberto Capote, entonces director general de la UEB perteneciente a la firma, apuntó que los residuos vertidos al río se generaban «por la limpieza de las áreas y el arrastre provocado por las lluvias». No obstante, en su respuesta, aseguró que la fábrica trabajaba para revertir el impacto ambiental en 2013 y 2014.

Entre las acciones de la empresa, Capote mencionó un estudio realizado con el Centro de Ingeniería y Manejo Ambiental de Bahías y Costas (Cimab) en el segundo semestre de 2010 que tenía el propósito de «determinar la carga contaminante de sus aguas residuales». Según el directivo, buscaban proponer un plan de medidas para mejorar el sistema de tratamiento, de manera que las descargas se ajustaran a los requisitos de la Norma Cubana de Vertimiento.

El equipo de elTOQUE localizó a una fuente que conoce de cerca cómo evolucionó la denuncia del doctor Jorge H. Martínez Ferrandiz y el desenlace de la historia. La persona, que prefiere no ser identificada, contó que los directivos de Suchel Cetro insistieron en que la fábrica no tenía desagües al río.

Funcionarios del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente también acudieron a la comunidad. «Fueron solo palabrerías y ambigüedades que nunca convencieron a nadie». Eran molinos contra quijotes, lamentó. «Aún puedes ver la mugre en la playa y en el río».

El testigo destacó que años después la espuma siguió apareciendo, aunque no pudo precisar si todavía corre por el cauce.

Salida de un vertimiento de aguas negras en la Loma de la Talanquera, Cojímar.

¿QUÉ DICE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA?

Lo que no explicó Humberto Capote en su réplica cuando mencionó al Cimab fue que en 2009 la entidad había llevado a cabo otra investigación titulada «Evaluación de la calidad ambiental de las aguas del litoral de la Ciudad de La Habana en el período lluvioso». Los resultados evidenciaron elevados índices de turbidez en las estaciones de los ríos Cojímar, Quibú y Jaimanitas, que de acuerdo con la Norma Cubana corresponden a «aguas de mala calidad».

El informe aludió un estudio homólogo anterior encabezado en 2004 por Jesús Beltrán —director de Contaminación del Cimab, quien también participó en la segunda investigación— en el que se revelaban los bajos valores del oxígeno disuelto del río Cojímar —indicador de contaminación con materia orgánica que se traduce en la incapacidad de un entorno acuático «para mantener ciertas formas de vida»—.

En el caso del río Cojímar, la situación que describe el estudio del Cimab resultó ser muy grave, pues se registró un valor de oxígeno disuelto inferior a 2 mg/L, correspondiente a menos del 60 % del mínimo recomendable —fijado en 5 mg/L—. A su vez, se trató del peor índice del litoral capitalino. Las aguas de las costas de Cojímar exhibieron las cifras más altas en cuanto a la demanda bioquímica de oxígeno después de cinco días (DBO5), de ahí que fueran definidas «de mala calidad para uso pesquero».

En ese sentido, el experto boliviano Jairo Escobar Llanos expone en su libro La contaminación de los ríos y sus efectos en las áreas costeras y el mar que aun cuando pudieran tratarse de residuales biodegradables, los desechos industriales en cantidades significativas reducen el oxígeno disuelto y afectan los ecosistemas.

La industria de la perfumería suele utilizar sustancias —alquenos, alcoholes, aldehídos, cetonas, éteres o ésteres— que poseen estructuras de anillos cerrados, lo que dificulta la disolución. Por esa razón, se clasifican como contaminantes de difícil tratamiento y requieren mecanismos costosos de mitigación.

Otra cuestión alarmante de la investigación se relacionaba con los altos niveles de concentración de fósforo (6.93 μmol /L) y nitrógeno amoniacal (7.47 μmol /L) detectados en los análisis. Al respecto, Jairo Escobar enfatiza que la elevada presencia de esos componentes inorgánicos provoca un fenómeno conocido como eutrofización —causa frecuente de la contaminación de entornos acuáticos y origen del fitoplancton—.

La eutrofización puede causar la ciguatera de los peces y otras intoxicaciones de tipo neurotóxicas y paralizantes en los seres humanos debido a la ingestión de pescado.

Tras una revisión sistemática efectuada durante seis meses, puede afirmarse que no existen estudios de acceso abierto en Internet posterior al realizado por el Cimab en 2009 sobre la calidad de las aguas del litoral habanero y en particular del río Cojímar.

El Instituto de Geografía Tropical —en un estudio cuya fecha no ha podido ser identificada, pero que se presume posterior a 2002 según la bibliografía referenciada— también advirtió la problemática ambiental en el sitio urbano de Cojímar y su entorno natural.

Entre los principales daños ambientales provocados por la actividad industrial, los investigadores mencionaron la afectación de la biodiversidad, la contaminación de cañadas y de las aguas de abastecimiento público, la degradación de recursos costeros y marinos, así como el incremento de microvertederos. Además, hicieron énfasis en la «ausencia de una cultura ambiental» en las autoridades e instituciones del territorio. Como posibles soluciones propusieron un plan de clausura de vertederos inapropiados y la reforestación de las pendientes.

Tanto el Cimab como el Instituto de Geografía Tropical reconocieron de forma explícita la responsabilidad de las industrias de la zona. Concluyeron que los residuales líquidos con escaso tratamiento y elevada concentración de materia orgánica no biodegradable figuraban como una de las principales fuentes contaminantes del río Cojímar.

Pesca de tilapias y clarias en las inmediaciones de Suchel Camacho S. A.

En 2020 —una década más tarde de los reportes del Cimab— ingenieros geofísicos de la Universidad Tecnológica de La Habana «José Antonio Echeverría» (Cujae) —Rosa María Valcarce Ortega, Marina Vega Carreño y Willy Rodríguez Miranda— alertaron sobre el «estado crítico de las condiciones ambientales» de la cuenca hidrográfica Almendares-Vento, localizada principalmente sobre las rocas de las formaciones Güines y Cojímar.

Los autores destacaron —en el artículo académico titulado «Vulnerabilidad intrínseca de las aguas subterráneas en la cuenca Almendares–Vento»— que se trataba de un hecho que debía atenderse con urgencia, puesto que la cuenca constituía la más importante del país por su volumen —287 millones de metros cúbicos al año— y por el número de personas a las que abastecía —superior a las 820 000—.

«La restauración de un acuífero contaminado es una tarea técnicamente complicada y de elevado costo, a veces irreversible, por lo que es preferible tomar medidas de prevención en lugar de la remediación», instaron los expertos de la Cujae.

Al igual que el resto de los científicos que han estudiado los niveles de polución de las aguas habaneras, los investigadores de la universidad capitalina hicieron referencia a los impactos nocivos del «vertimiento de residuales líquidos y sólidos (urbanos e industriales) deficientemente tratados o sin tratamiento alguno». De igual forma, llamaron la atención sobre la insuficiencia del sistema de alcantarillado y de las lagunas de oxidación, unido al escaso número y mal estado técnico de las plantas de drenaje.

Una cuestión que no debe ignorarse, y que señala el artículo científico, es la alta permeabilidad de los suelos de Cojímar, lo que lo convierte en un territorio muy vulnerable para el traspaso de agentes co

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