Plazuela del Jigüe. Trinidad. Foto: Julio Larramendi
El enclave de la ciudad de Trinidad – escogido por su cercanía a fuentes de agua, al oro fluvial y a la abundante mano de obra india– estaba, además, caracterizado por una accidentada topografía. Esto obligó, con posterioridad, a un trazado de retorcidas y estrechas calles que se delinearon según el emplazamiento de los solares asignados a los vecinos para la construcción de sus viviendas y otros edificios públicos.
Como afirman algunos investigadores, las casas más tempranas asumieron los modelos de las construidas por el aborigen:
En Cuba predominó el tipo rectangular (bohío), que marca una tradición que llega a la actualidad. Teniendo en cuenta las condiciones del medio ambiente y los posibles materiales de construcción disponibles, el bohío resultó ser una morada sumamente adecuada al clima de Cuba”1.
Los cambios económicos que comenzaron a operarse hacia los primeros años del siglo XVIII, a partir de la explotación del tabaco, el ganado y el tráfico comercial entre la naciente ciudad y puertos vecinos, permitieron invertir en la rectificación de algunas vías, aumentó el número de calles y se abrió la posibilidad de construir con materiales más sólidos, que apelaban a técnicas como la herrería, carpintería, albañilería y otros oficios tradicionales, adquiridas de los nuevos vecinos que repoblaban el territorio, muchas veces sacudido por el constante flujo migratorio.
Con las fortunas acumuladas por la pujante burguesía azucarera local en las primeras décadas del siglo xix fue posible un fuerte movimiento para el embellecimiento de la ciudad
(…) manifestado en multitud de obras públicas y de ornato como el Cuartel de Dragones (1824), el Cuartel de Infantería (1826-27), La Plaza de Carrillo (1837-40), la Cárcel Pública (1844), la Calzada de la Ermita de la Popa (1849), la Beneficencia (1851), la Alameda de Concha (1856), la Plaza de Serrano (1856-57), y otras muchas más. En 1837 se instaló el alumbrado de aceite y, en 1859, el de gas. El empedrado comenzado en 1820, estaba casi concluido al mediar el siglo, momento en que se inició la pavimentación de las aceras.2
Paralelamente se fue redibujando el perfil de la ciudad con la construcción de edificios de dos plantas destinados a viviendas, decoradas con el mobiliario y las artes decorativas adquiridas en diferentes países de Europa y los Estados Unidos.
Calle San Ana. Trinidad. Foto: Julio Larramendi.
A pesar de los esfuerzos para impedirlo, hacia el último tercio del siglo xix, debido a complejas condiciones políticas y sociales se produjo un brusco descenso de la actividad económica de la región, con el colapso de la producción azucarera, su principal renglón productivo. La ciudad dejó de crecer, por lo que muchos especialistas han insistido sobre su “paralización en el tiempo” y el destacado historiador Manuel Moreno Fraginals la calificó de “viejo cadáver azucarero”.
Por eso puede considerarse que Trinidad, como bien ha señalado Alicia García, “(…) representa un ejemplo típico de la interrelación existente entre desarrollo histórico, consolidación urbana y arquitectura doméstica”3. Muy en relación con esto, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (Unesco) la incluyó en la Lista del Patrimonio Mundial el 8 de diciembre de 1988, por constituir «un ejemplo eminente de un hábitat humano tradicional, representativo de una cultura, y vulnerable bajo los efectos de mutaciones irreversibles”4.
Ciudad museo del mar Caribe
Dotados de un ancestral sentido de pertenencia, los trinitarios de ayer y de hoy, principales autores y actores de su propia obra, toman conciencia sobre su papel participativo en la función común de salvaguarda de la memoria colectiva y se afanan por preservar su valioso legado próximo a cumplir 500 años. Diferentes formas de actuación y manejo del patrimonio, a lo largo de