El hombre saca del fondo del tanque de la basura seis o siete latas de cerveza vacías. Sin furia ni rabia las escacha de un pisotón y las mete en un saco de nailon sucio y medio lleno. O medio vacío. Como quieras verlo. Después recoge un cabo de cigarro bastante grande que hay en la acera y lo guarda en un bolsillo del traje gris que lleva puesto. Se acomoda sobre la cabeza los dos sombreros y mira alrededor, localizando el próximo lugar que revisará en busca de más materias primas.
Foto: Néster Núñez
Un día antes, a esa misma hora, nuestros excelentes representantes ante el Parlamento ovacionaban a nuestro exitoso presidente, luego de que diera «fe de la voluntad expresa del gobierno de preservar el mayor grado de justicia social posible, y nuestro compromiso, desde siempre y para siempre, con el pueblo cubano».
Desde la mesa en la que estoy le hago una seña para que venga a tomarse un café. Los pelos amarillos del contorno de la boca de fumador de toda la vida se le mueven hacia arriba, como si hubiese sonreído, mientras se acerca lo suficiente:
– ¿Cuánto vale un cafe aquí? Allá en mi barrio ahora hay uno que los está vendiendo a 45. El negocio es de él y pone los precios que le da la gana. Yo simplemente no pasé más por ahí. ¿Tú sabes cuántas latas hay que recoger para ganarse el dinero ese?
Foto: Néster Núñez
Le digo que no sé, que mi giro es otro, mientras le hago una seña a la camarera. El hombre por fin se acomoda en la silla y me explica que un socio le paga 90 pesos por cada kilogramo de aluminio, y que un kilogramo vienen siendo 48 latas. Le pregunto si es su único ingreso.
– Na, a mí me dan un cheque de 1 500. Y la trabajadora social que me atiende me está amenazando con que me lo van a quitar si sigo haciendo trabajos particulares. Porque yo también coso zapatos, limpio patios, hago lo que sea… Yo trabajé más de treinta años y nunca cogí mi jubilación. Ahora ella dice que tengo que volver a trabajar dos años, creo, para acceder a la pensión. Y yo le pregunto que cómo voy a trabajar, si ya tengo 77.
La camarera trae el café. Él lo sopla un poco. Se lo toma de un tirón, sin azúcar, sin disfrutarlo de a poco, como si escachara una lata o como si tuviera mucha hambre y estuviese desesperado porque algo le cayera en el estómago. A esa misma hora del día anterior, muchos de nuestros parlamentarios estarían ansiosos porque el presidente terminara de leer su discurso para irse a la cena de despedida.
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