Ruber Osoria en Cuba se veía «hundido en el alcohol, casado y con siete hijos». Así estaban sus primos, vecinos y amigos en Contramaestre, un pueblo al Oriente del país entre Santiago de Cuba y Granma. Su sueño era ser fotógrafo, pero en donde vivía comprarse una cámara era prácticamente imposible. Ser policía o prostituirse eran las únicas formas de salir del pueblo, según recuerda Ruber.
Muchos de los uniformados en La Habana proceden de la región oriental. De la misma forma, hay personas que buscan trasladarse a la capital y terminan ejerciendo la prostitución para superar la precariedad. Ruber nació a principios de los años noventa. Cuando apenas tenía cinco años, un huracán derribó su casa hecha de madera. La parte que su madre pudo reparar de la vivienda se filtraba cuando llovía. La cama era un invento con un colchón de guata y cuatro palos. Su generación fue la de «la onza». Cuando entraba algo de dinero a su casa era para comprar unos dientes de ajo, una onza de aceite, una colada de café, un poquito de azúcar. En fin, lo justo para comer ese día. Su madre era una campesina pobre, soltera, que cultivaba en su patio algunas de las viandas y verduras para llevar a la mesa. Además, trabajaba en la recogida de naranja por un salario austero. Por eso, la mitad de la leche que el Estado le daba a Ruber de niño ella la cogía para hacer cremitas de leche que el pequeño salía a vender.
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Al terminar la secundaria Ruber quería estudiar Teatro. A su provincia le fue asignada una sola plaza para todas las escuelas. Continuó el bachiller y cuando cumplió los 18 años se tiró de un segundo piso para no pasar el Servicio Militar obligatorio. Se pudo haber matado, pero logró pasar por loco para evadir el ejército bajo tratamiento psiquiátrico. Tiempo después, entró a la universidad pedagógica en la rama de Geografía. Estudiaba los fines de semana y entre semana era maestro. Mientras tanto, sus sueños de convertirse en artista seguían intactos.
Pasaron los años y Ruber logró conformar un grupo de teatro junto a otros estudiantes y compañeros de trabajo con las mismas inquietudes artísticas. El arte fue una salvación para ese grupo de jóvenes.
«Fundamos en 2011 el primer grupo de teatro del pueblo. El arte nos dio esas ganas de sentirnos útiles y de hacer algo que nos gustaba. No nos daba plata, pero nos llenaba el alma. Así me fui desenvolviendo más y más hasta que descubrí la fotografía con Metástasis, un grupo de rock que me dejaba utilizar la cámara que ellos tenían. ¿Pero cómo me iba a comprar una cámara en ese tiempo?», se pregunta Ruber como si su posición geográfica fuera un sabotaje a sus aspiraciones.
Todas sus metas las visualizaba realizables fuera de Contramaestre y de Cuba. Su madre desde que él era pequeño también aspiraba a que se pudiera ir. Entonces decidió mudarse un tiempo a La Habana junto a su cuñado albañil con el fin de trabajar y hacer un poco de dinero. La capital le parecía otro mundo, con personas y círculos sociales afines a sus intereses, pero en la ciudad era un inmigrante.
Si no tenía dirección ahí, era ilegal. También le dolía que los encargados de perseguir a las personas del «campo» y mandarlas para sus provincias fueran policías de su tierra. Luego de una temporada regresó a su pueblo. Su única opción para salir de la isla era con ayuda de la familia en el exterior.
«Le escribí a una tía paterna, me sinceré y le dije que estaba sin sueños en Cuba. Entre todas mis tías me mandaron el dinero con una prima». En total le enviaron 3 000 dólares. Con ese dinero se fue a La Habana a buscar pasaje para Guyana. El objetivo era llegar a Chile. No tenía a nadie, pero sabía que muchos cubanos emigraban para allá porque tenían posibilidades de obtener estatus legal y salir adelante. En ese tiempo había comenzado a hacer fotos con cámaras que le prestaban. Parte del dinero lo utilizó para realizar una exposición en su pueblo. No quería irse sin tener ese detalle con los suyos.
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El 28 de junio de 2018 Ruber salió rumbo a Guyana. Tuvo que sacar un pasaje de ida y vuelta que le costó 700 dólares. Su plan era llegar a Chile con 600 dólares. «Yo soy campesino y cuando salí no sabía ni