A cualquier usuario cubano le podría llamar la atención un fenómeno que se ha hecho visible en los últimos meses, sobre todo en la capital del país: el surgimiento de diversas librerías virtuales que mantienen una circulación sorprendente de ejemplares, de diversos tipos. La nueva tendencia, que es también una forma de aliviar espacios en casas tradicionalmente lectoras, y de fortalecer un poco las magras economías particulares, coloca frente a frente dos formas de distribuir la lectura: a través del escenario digital y mediante el trabajo tradicional de las librerías estatales.
Por otro lado, La Habana tiene una red de librerías presupuestadas y subordinadas al Instituto Cubano del Libro (ICL) que rondan las 40, ya que cada municipio posee una, aunque en sitios como Centro Habana, Playa, Habana Vieja y Plaza existen entre tres y cuatro. Estas intentan mantener el comercio del libro y la lectura, pero realmente malviven en una situación de poca renovación, donde, además, no hay esperanzas de avance. Tal vez en este contexto le encontremos sentido a que las librerías particulares —que no exceden la veintena— hayan resistido al tiempo, las coyunturas y las crisis.
Desde la democratización de internet en el país se ha dado un incremento de estos negocios, que en un primer momento fueron grupos de WhatsApp de las librerías tradicionales de segunda mano, que se encontraban en La Habana Vieja. Ya iniciada la cuarentena en el año 2020 y sobre todo la implementación de la Tarea Ordenamiento en enero de 2021, la venta de libros se convirtió en un negocio rentable que no requería mano de obra especializada, ni materia prima para procesar. A mediados de ese año la situación económica se agravó y la inflación se hizo más visible, lo cual trajo como resultado que las librerías estatales prácticamente detuvieran la venta, y las particulares, de cierta forma, monopolizaran el negocio.
Librería La Moderna Poesía en proceso de destrucción
Las personas que han tenido una tradición de lectura a lo largo de su vida, pasado cierto tiempo, han comenzado a preguntarse qué sucederá con el libro físico en Cuba, cómo será en un futuro cercano el nivel de acceso a la lectura, pues resulta bastante complicado darse el placer de leer. En los grupos de Facebook Compra y venta de libros, Venta de libros usados o Venta de libros en La Habana, han existido caldeados debates debido a que muchas veces, a causa de los precios de ciertas obras, se vuelven imposibles de comprar. Y conste que no nos referimos a primeras ediciones, ni a libros que por su rareza o escasez puedan valerlo. Se trata de, sobre todo, impresiones particulares que llegan a rondar los 3 000 pesos, o que exclusivamente se vendan en divisas. También en Habana Libro, comunidad de libreros en WhatsApp, se han encendido los ánimos por el precio privativo de muchos ejemplares.
Más allá de los datos que puedan ofrecerse de manera oficial, la librería estatal es parte de una estructura burocrática que establece la edición, publicación y distribución del libro. Para ello no parece tomarse en consideración al lector potencial en el terreno; más bien, tomando como base la edición e impresión de libros sobre temas que no responden a la demanda de los lectores, parece que se cuenta con estadísticas de segunda y tercera mano, o que se trabaja bajo premisas parciales e informes que generalmente están marcados con sesgos e ideas preconcebidas, en cuanto a la decisión de qué géneros y autores publicar. Sirva de ejemplo que, a día de hoy, existe una ingente cantidad de libros de carga ideológica que responde a la voluntad estatal, y cubre tanto temas políticos o históricos, como biografía de personajes desconocidos, que duermen el sueño de la eternidad en los anaqueles de las librerías.
Si a esto le sumamos que no existe un espacio de promoción masiva para estas publicaciones, tenemos como resultado libros sobre los mismos temas, publicados, por ejemplo, en 2017, que se han ido rebajando hasta llegar a su costo de producción, y que ni en esas condiciones se venden.
Aunque el libro de una librería estatal tiene precios subvencionados, las propuestas —en cuanto a títulos y calidad— no siempre responden a las expectativas y exigencias del lector. Para ilustrar esto puede servirnos de ejemplo un evento como la Feria Internacional del Libro de La Habana, en la cual casi toda la atención se dirige hacia los stands extranjeros, aunque los precios, como norma, sean cuantiosamente superior a los de las librerías estatales, y en algunas ocasiones excedan al salario mínimo en la Isla. Muchas veces se alega que, en comparación, los libros foráneos tienen mejor calidad, diseño y, sobre todo, son obras de escritores contemporáneos, o cuando menos, títulos considerados clásicos.
Al libro producido bajo lógicas estatales, y por contingencia al lector promedio, lo golpea también la crisis de papel, la falta de creatividad y el empecinamiento de intermediarios. Durante la publicación de las archiconocidas ediciones Huracán y Cocuyo circularon ejemplares de clásicos y contemporáneos: Esquilo, Stendhal, las hermanas Brontë, Salinger, Benedetti, Camus, Süskind e incluso, ya del siglo XXI, Stephen King. Sin embargo, la extinción de la materia prima, así como la paulatina desaparición de espacios para la venta, han provocado en los últimos años que muchos cubanos tomen distancia del libro producido por instituciones estatales, a lo que ayuda el poco atractivo de los diseños de las ediciones.
Todo esto a pesar de que el ICL es de las instituciones más comprometidas con su labor en el ámbito cultural. La crisis, eso sí, no tiene compromisos literarios. Esta situación responde, en grandísima medida, al encarecimiento de los costos de producció