«El artista siempre ha de procurar, primero, la emoción de alguien. Si eso ocurre ya todo puede suceder. El camino hacia el corazón del público pasa mejor por la pequeña puerta secreta de un solo corazón». La emotiva y acertada reflexión del pianista y compositor José María Vitier nos sirve de antesala a nuestras valoraciones acerca del disco XXI Bienaventuranzas, con obras para flauta y piano del propio Vitier, una producción para los estudios Abdala del pasado año.
Nada más de saber que la interpretación de la flauta está a cargo de la virtuosa Niurka González, los conocedores del talento de ambos instrumentistas coincidimos en que estamos ante un excelente manifiesto sonoro de entre los que abundan en la discografía cubana contemporánea. Desde la primera pieza ya nos percatamos de la huella que identifica la marca registrada del quehacer habitual de estos prestigiosos músicos en sus trayectorias personales. Entonces, valga retomar la observación de Vitier con que iniciamos estas líneas, pues precisamente este es un disco dirigido a remover intensamente las fibras más profundas de nuestras emociones. Cuando sus respectivos instrumentos aparecen ejecutados por profesionales del rango de Niurka y de Vitier, nos provocan un sentimiento difícil de atrapar, al tratarse de una música concebida sencillamente para su pleno disfrute, sin necesidad de ser explicada. En todo caso, reconozcamos la capacidad de Vitier para impactar por la espléndida belleza que nos entregan sus composiciones, esa que no podemos dejar de alabar y admirarla.
Cual haikús musicales, estas breves viñetas semejan un placentero diálogo entre dos instrumentos enamorados que comparten estrechamente escenas del paisaje ideal, el que cada uno de nosotros sea capaz de imaginarse. En una de estas bienaventuranzas, el piano gentilmente puede ceder la apertura a la flauta, mientras que en otras conversan al unísono, pero siempre dentro de las armonías afines con el éxtasis de esta maravilla musical.
Es de tal luminosidad la propuesta a cargo de Niurka y de Vitier en su conjunto, que nos revela la pertinente presencia del camino oculto para quienes, atormentados por la ausencia de valores estéticos en la música del entorno que los rodea, no hallan salida de escape alguna. Lamentablemente, por no suceder con la frecuencia requerida para estos tiempos difíciles que corren, somos testigos de una decidida apelación a potenciar la alegría de vivir a través de la inspirada ejecución de ambos músicos. Sirva la refrescante espiritualidad de la carátula aportada por la pintora Silvia Rodríguez, para confirmarnos que, inequívocamente, en el mensaje musical de XXI Bienaventuranzas, de José María Vitier, se nos ofrece una poderosa carga de optimismo y de confianza en los destinos del ser humano.