La historia de Cuba es tan extensa y convulsa que resulta casi imposible encapsularla toda y convertirla en una asignatura. Desde que los niños de 10 u 11 años comienzan a recibir dichas clases, el sistema de aprendizaje memorístico les hace recordar, por cortos periodos de tiempo, «tres elementos que caractericen» un hecho o el otro.
Así, obligados por la necesidad de mucho contenido en poco tiempo, unos acontecimientos opacan a otros por la participación de ciertas figuras, perdiéndose decenas de nombres y fechas entre las páginas monocromáticas de los libros de texto.
Como tantas otras familias en nuestro país, la mía nutrió con sangre esta Revolución. Por eso esperaba ansiosa la llegada de las clases sobre 1957, para que el pecho se me hinchara de orgullo cuando dijeran el nombre del hermano de mi abuelo. Pero nunca lo dijeron; ni el suyo ni el de los otros 15 jóvenes que fueron asesinados cinco días después de desembarcar del yate Corinthia.
Calixto Sánchez White, Joaquín y Gustavo Ferrer de Blanck, Hubert de Blank Ortega, Cleto Collado del Cueto, Luis Vázquez López, Ernesto Ceballos Baeza, Pedro Pablo González Mir, Roberto Martínez Riverón, Sergio Sierra Cabrera, Saúl Delgado Duarte, Humberto Vinat Agüero, Jorge Prieto Ibarra, José Alberto Suezcun Gutiérrez, Jesús Miguel Iglesias y Juan José Fornet Piña. No son nombres de escuelas, sino de jóvenes que, como otros cientos, dieron la vida por ver a Cuba libre.
En varias ocasiones pregunté a los profesores por qué se hacía tan poca referencia a la masacre del Corynthia y apenas se mencionaba el desembarco como la causa principal del Combate del Uvero. Las respuestas siempre fueron decepcionantes: «porque lo organizó Carlos Prío Socarrás», «porque el Uvero fue más importante», «porque no participó nadie conocido», «porque no se puede hablar de todo». La historia no la hace la tierra, la hace la gente, y hay tanta gente que los libros han olvidado mencionar.
Juan José tenía 30 años en 1957. Era el mayor de siete hermanos, cuatro varones y dos hembras. Era aficionado a la pintura, escribía relatos humorísticos y le fascinaba la aviación. Tenía muchos amigos, una personalidad jocosa, inquieta y extrovertida.
Esa intranquilidad lo impulsó a ir a Estados Unidos en 1949, a buscar mundo y aventuras nuevas. Así vio de cerca los horrores de la guerra en tiempo real, pues mientras cumplía el servicio militar impuesto por el gobierno estadounidense lo enviaron a Corea, cuyo conflicto estaba en pleno apogeo. Cuando terminó sus dos años correspondientes regresó a Cuba.
Salía a trabajar cada lunes hacia Nicaro con un grupo de muchachos que se convertirían todos en miembros del Movimiento 26 de Julio. Una vez tuvo una discusión con cierto sargento en Holguín, del cual la familia ya ha olvidado el nombre. En esa ocasión, sus ideas rebeldes cada vez más arraigadas y las compañías que frecuentaba influyeron probablemente en su decisión de volver a salir del país. Oriente era un hervidero, las fuerzas policiales eran cada vez más brutales y constituía un riesgo quedarse.
La comunicación regular que mantenía con su familia se interrumpió por varios meses, haciendo sospechar a sus padres que estaba envuelto en algo relacionado con el movimiento que se había alzado en armas en la sierra, donde varios de sus amigos participaban y al que muchos otros se unirían.
Tras haber visto y vivido tanto, Juan José sabía que luchar por la libertad de su Patria no iba a ser llegar, hacer dos disparos y triunfar. Por eso se despidió en una escueta carta, fechada el 19 de mayo de 1957, probablemente escrita a prisas pocas horas antes de zarpar hacia su tierra.
«Queridos Padres: Me alegraría que al recibir esta estuvieran bien, yo gracias a Dios, bien. Si Dios quiere dentro de muy poco los veré, pero mientras tanto trataré, o mejor dicho, trato de hacerlo. Si acaso, si sucede que no pueda ser así; por favor no se pongan tristes pues lo hice con plena conciencia y sabiendo lo que hacía. Lo que sentiría sería que no pudiera realizar lo que para Cuba deseo, recobrar su libertad (…)».
La carta no llegó a tiempo. Cuando la noticia de que un barco con rebeldes había desembarcado en las costas orientales la noche del 23 de mayo se hizo pública en Holguín, la familia Fornet-Piña estaba casi segura de que Juan José venía ahí. Las fuerzas batistianas estaban enteradas de todo, más de un «chivatazo» las habían alertado de la expedición antes de que esta llegara.
En la mañana del 28 de mayo la radio transmitía la noticia de la muerte de los expedicionarios del Corinthia. Los fusilaron en un naranjal a orillas del arroyo La Marea. El aire perfumado de cítricos se contaminó para siempre con el olor saldo de la sangre joven. La tierra se manchó eternamente cuando 16 cuerpos cayeron al suelo tras el ruido de las ráfagas de balas.
Lo primero que llegó a la casa de la familia fueron los comentarios de los policías. Poco después sabrían de forma oficial que Juan José Fornet había muerto ese día, junto a sus compañeros. Fue tarea del segundo hermano traer el cuerpo desde donde los asesinaron hasta la casa. Allí lo velaron, como era costumbre, y lo llevaron a enterrar en el cementerio.
En el trayecto por las calles Maceo y Luz y Caballero había policías en cada esquina, también dentro del camposanto. Estaban listos para reprimir por la fuerza cualquier intento de protesta o acto de repudio. A pesar de las amenazas muchísima gente fue al entierro. Amigos de Juan José, de sus hermanos y sus padres, vecinos, compañeros de trabajo; todo el que no conocía y otros tantos que nunca lo habían visto. Era el hijo de un pueblo que volvía a él en un viaje final, convertido en mártir.
Hoy, 65 años después, hay una secundaria que lleva su nombre. Probablemente los estudiantes recitan algunos datos de su vida cuando les preguntan de vez en cuando «Caracterice a Juan José Fornet con tres elementos». Pero en la memoria de los que lo conocieron, o incluso en la mía que por una diferencia de 40 y tantos años no lo hice, no es el mártir del Corinthia, no es el nombre de una escuela ni un dato perdido entre otros cientos. Juan José es un muchacho de apenas 30 años, jocoso y aventurero, al que le gustan los aviones, ama su tierra y la quiere para siempre libre.
*** La expedición armada del Corinthia había sido financiada por el expresidente cubano Carlos Prío Socarrás, con el objetivo de luchar contra la dictadura de Fulgencio Batista en las montañas de Oriente. La llegada de los revolucionarios se había producido el 23 de mayo por Cabonico, Mayarí, al mando de Calixto Sánchez White. Después del desembarco y de camino a la Sierra del Cristal fueron sorprendidos y aniquilados. El día 26 de mayo de 1957, se inició a las 3:00 am. la operación de cerco a los expedicionarios (que estaban perdidos y no se rindieron). En la mañana del 28, en las cercanías de un lugar conocido como Monte Santo, el grupo fue localizado.
