―¿Y esa coriza?
―No me digas nada, que el polvo del hotel que construyen en la esquina de mi casa se cuela a pesar de los cristales y de la consola, siempre que el aire está para acá y no para allá.
―¿Y no te has quejado?
―¡¿Quejarme?! ¿Tú estás loco? Ese hospedaje lo construye Gaesa.
―¿Y hay alguno que no sea construido por Gaesa?
―Obvio que no, hay pocas empresas tan serias en cumplir su cometido, está graduando muy buenos arquitectos e ingenieros civiles de las academias militares. Pero, evidentemente, en esa edificación no se cumplen las normas con el medio ambiente. Ayer se me ocurrió decirle al chofer que me trajo la cantina del almuerzo que la destapara para ver el contenido, y una ráfaga de aire le echó medio quintal de recebo al cuscús aquel, que es mi plato preferido… ¡y venía con anchoas, espárragos y queso elaborado como me gusta a mí: con leche de cabra de raza malagueña!
―Me hubieras llamado y yo te resolvía otra cantina.
―Qué va, estaba enredado con otro problema mayor. En la piscina, a pesar de que la construí en el patio donde guardo el yate, rodeada de unos toldos bellísimos que me traje de Sri Lanka, se forma todos los días una capa, casi un delta de partículas minúsculas, y no deben ser del Sahara.
―Hay un químico muy bueno para eso. Se lo echas a la alberca y se forman unas peloticas muy fáciles de recoger con un jamo. Puedo conseguirte un galón con los especialistas que importan el que se le vende a las embajadas.
―Gracias, ahora que lo describes creo que lo tengo. Le exigiré al piscinero mucho más de lo que hace. Ya el tipo me insinúa que merece un aumento, a pesar de que le retribuyo en euros, mira qué cabrón me ha salido.
―No imagina el trabajo que se pasa para extraerlas.
―¿Las peloticas?
―No, las divisas. Esos bancos suizos cada vez nos la ponen más difícil.
―Él no sabe que yo jalo por el móvil, llamo a los socios de la empresa que se dedica al mantenimiento de las piscinas, y esa gente me hace la pincha gratis.
―Dale una oportunidad. Hay que confiar en los revolucionarios, espero que él lo sea. ¿Te acuerdas de nuestro amigo Aldana? Siempre dije que debió otorgársele un chance antes de tronarlo por aquella cuentecita que abrió en dólares. Pudimos haberlo aconsejado.
―Haberlo aconsejado de que la abriera en un banco más discreto. Lo cogieron de ingenuo.
―Claro que sí, pero no debemos perder de vista que detrás de cada deficiencia detectada hay alguien que no cumplió con sus responsabilidades de control y supervisión, y que el análisis implicaba una visión multidisciplinaria.
―Te quedó bueno eso. Puedo agregar que el carácter preventivo, educativo y formativo debe ser la esencia de los controles. No se trata de comprobar por la sola acción de hacerlo, sino de ir educando para fortalecer los sistemas de control interno y, a partir de ello, crear las capacidades de prevención.
―Sobre todo en la base.
―¡Por supuesto! A mi mujer le propusieron el otro día unas latas de alcachofas, tú sabes que están perdidas, estas salieron muy buenas. ¿De dónde aparecieron esas conservas? Seguramente del pantry de algún consorcio de comercio exterior, cuántos empresarios extranjeros se habrán quedado sin probarlas…
―Eso demuestra que las organizaciones políticas no están haciendo lo suyo. Hay que insistir en la participación activa de los trabajadores en los procesos de la empresa, en la lucha contra esos lastres del pasado, de forma tal que ello se revierta en un mayor sentido de pertenencia y en un freno a la ocurrencia de hechos delictivos y de corrupción.
―He propuesto en más de un discurso que hay que debatir a fondo sobre la posición que debe asumirse ante las presuntas manifestaciones de esa naturaleza. Más allá de la mirada objetiva al problema y a sus consecuencias, hay que reflexionar sobre las causas y sobre cómo evitar la recurrencia de este tipo de situaciones, a partir del intercambio con la masa.
―Hablando de masa: si te queda algo de las alcachofas sepárame una latica para mi mujer, a ella le encantan para agregárselas a las croquetas de emperador.
―Que no las ligue con trufa negra, no congenian. Cuando vaya dentro de un rato por la casa con el pernil de búfalo que me regalaron en mi visita a San Nicolás de Bari, te traigo la latica.
―¿Y tú no tienes que ir al balance anual de la Contraloría de la República?
―¡Coño, sí! Déjame apurarme, deben estar esperando por mí.
―Te considero. Esas reuniones…
―Na, esta debe terminar rápido. Es uno de los organismos con menos incidencias, los auditores están haciendo muy buen trabajo.