Yo firmo todo lo que pienso.
A la Iberia, José Martí
***
¿Qué pasa? ¿Qué nos está pasando?
Todavía no pasa la consternación, la indignación, la tristeza. En algún artículo escribí sobre la falta de ética presente en el hecho de divulgar por la televisión cubana nombres de personas a quienes se acusa de mercenarios, odiadores, genízaros, traidores, fascistas, contrarrevolucionarios; sin que tengan derecho a réplica por esa misma vía.
Este mes me tocó a mí misma por haber firmado, junto a un grupo de artistas e intelectuales, el Manifiesto contra el silencio, por la justicia. Los presentadores de ese programa, todos jóvenes, pudieran haber sido estudiantes míos. Me da mucha pena verlos decir tales improperios dirigidos a seres humanos que solo aspiran a contribuir al mejoramiento de esta nación.
Nuestro dolor no es artístico, no sale de maniquíes, no se encuentra sujeto a reglas rigurosas; sale del alma, de lo más profundo del pueblo. No somos una casta por encima del que sufre. Practicamos la ética de la deferencia que significa el respeto al Otro no desde la superioridad, sino a partir de la cordialidad.
En mi caso particular, no es que defienda al pueblo, es que soy pueblo. A veces me pregunto por qué el humanismo es tan frágil frente a la frialdad y la bestialidad de la política, por qué las palabras nos han protegido tan poco de lo inhumano.
Ojalá algún día se ofrezca una disculpa por esas ofensas que solo demuestran lo alejados que están de José Martí, de su pensamiento democrático, de aquel que escribió en El presidio político en Cuba que «el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás», y afirmó: «si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo».
A esos jóvenes que se prestan para semejante violencia verbal, les pidiera que se acerquen también a la ética en tanto teoría, que indaguen acerca de la esencia del civismo, que no es más que el arte de la convivencia, el cual no se puede enseñar como una asignatura más porque se fundamenta en normas no escritas, costumbres y maneras que nadie desconoce, pero que son fácilmente ignoradas en la vida cotidiana, como es vuestro caso. Vivir es convivir. Si hay violencia en las redes, ataques y odio, jamás se podrá responder con la misma moneda. Solo en cuanto diálogo la palabra es esencial.
Al hablar discursivo le pertenecen las posibilidades del escuchar y del callar. También me hubiera gustado que los que redactaron la infausta respuesta de la UNEAC hubieran escuchado la demanda justa, el pedido noble, libres de esa soberbia y prepotencia que manifestaron hacia el «grupo fascista y contrarrevolucionario de artistas e intelectuales» que firmó el Manifiesto, como si hubiéramos hablado en nombre de la mayoría.
Allí donde el «nosotros» sea una especie de comunidad fusional, donde la responsabilidad se ahoga, veo un peligro… Llamaría aceptable a un «nosotros» hecho de interrupciones, donde los que dicen esa palabra sepan que son singularidades que entran en una relación interrumpida, porque la distancia infinita permanece.
Ahora recuerdo esa idea de Hannah Arendt: el espacio entre dos, referida a la existencia de una cierta separación de los seres humanos, tan unidos y tan lejanos. Decimos «nosotros» y es una promesa, una esperanza, un pedido.
Considero una vergüenza el mutismo de una parte de la intelectualidad que se muestra incapaz de exigir la construcción de un hogar común por mediación de la compasión. No solo se van cuerpos de cubanos al exilio; a la palabra también la exilian. En su lugar, bombardean los noticieros con explicaciones de jueces acerca de la transparencia con que actuaron en esos penosos juicios a las personas encarceladas por los acontecimientos del 11 de julio del 2021.
Es indudable que estamos ante la necesidad de un cambio. Una época social nueva requiere una nueva época jurídica. El comportamiento institucional de ninguna manera puede ser salir con palos y tropas especiales a defender la desesperación de una sociedad carente de lo más elemental.
Lo que usualmente permanece intacto en las épocas de petrificación y ruina, es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima e inspira muchas actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de acciones grandes y bellas. No es casualidad que la reacción de muchos de los que leyeron posteriormente el documento mencionado, fuera la de suscribirlo, la de apoyarlo.
Mujeres y hombres, a lo largo de la historia, son ejemplos de esta conducta cuya plenitud la resume José Martí cuando fue injustamente acusado en el periódico habanero La Lucha de que lo más probable, cuando recomenzara la guerra, sería su ausencia en territorio cubano, pues afirmaban que él se mantendría en EE.UU., dando lecciones de patriotismo a los emigrados. Su respuesta fue: «Si mi vida me defiende nada puedo alegar que me ampare más que ella. Y si mi vida me acusa, nada podré decir que la abone. Defiéndame mi vida».
El concepto de civismo tiene una afinidad muy estrecha con el de ciudadanía. Las circunstancias de la Cuba actual nos condujeron a una situación límite. En medio de este complejo contexto nacional e internacional, es importante tener en cuenta una de las virtudes sociales fundamentales: la templanza, la cual nos inclina a conducirnos con mesura. El poder en manos de unos pocos, demasiada miseria, militarismo, burocracia, corrupción, sanciones, multas; son ejemplos de desmesura.
Cuando el mal tiene futuro, en este momento no puedo maldecir, pero tampoco alegrarme. He permanecido por mucho tiempo triste, expulsada, decepcionada, impaciente, preocupada, desesperada. Sin embargo, cómo expresar algo esperanzador que no sea un interés apasionado por la literatura, por la filosofía, por otra cosa que la posibilidad de decir a este grupo que piensa, como lo hago aquí otra vez: yo firmo.