Hace unos doscientos mil años el hombre echó a andar hacia un supuesto progreso siempre creciente que lo redimiría de toda precariedad y sojuzgamiento. Sin embargo, tras una larga, penosa y exterminadora marcha, «somos aun aquel de la honda y de la piedra», al decir del poeta. Tenemos más artilugios y sutilezas técnicas, pero no más alma ni humanidad.
Poderes, guerras, sistemas y teorías no han conseguido librarnos del imperio de la necesidad, la estupidez, la ambición y la injusticia. Ni el capitalismo surreal de abarrotados escaparates y vacuos corazones, ni el socialismo real de entorpecedora y castrante burocracia han resuelto, resuelven ni resolverán nuestros más esenciales y caros anhelos.
Su empecinada e irresoluble polarización ha sumido al planeta en persistentes tensiones, guerras e injustas asimetrías que agobian y laceran a millones de personas. El mundo pide a gritos un cambio de paradigma que haga posible la vida con satisfacciones materiales asequibles, amplios horizontes espirituales, absoluto respeto a la diversidad física e intelectual, plenitud de goces humanos, así como justicia y equidad para convivir en armonía.
Es necesario que los intelectuales reasumamos la convicción de que solo nos hace meritorios de tal categoría el implicarnos con determinación y arrojo en los más candentes asuntos que afectan nuestra existencia y la de nuestros semejantes en el tiempo que nos ha tocado vivir, algo que debemos hacer conscientes de que nuestro real compromiso es con la verdad, la justicia y la realización humana, sin condicionamientos ni manipulaciones por bandos políticos, credos, ideologías u otras distinciones sociales.
Tenemos que trabajar para que el estado no sea ni Big Brother ni Big Father, sino una entidad sensata, justa y equitativa, que organice dinámica y razonablemente el desempeño de sus sostenedores con el fin de que logren sus aspiraciones, y que cree el entorno propicio a los ciudadanos para realizar sus vidas físicas y espirituales a la medida de sus anhelos y según sus afanes, y no siguiendo un plan dictado por el mercado o algún presupuesto ideológico.
Es preciso salir de las oficinas climatizadas, dejar los raudos autos de cristales ahumados, descender de los aviones cosmopolitas y caminar junto a los seres humanos que día tras día sudan y sufren y sueñan, casi siempre postergando indefinidamente la realización de sus proyectos. Sentir y pensar con ellos porque compartimos, y por tanto comprendemos, sus vicisitudes y ansias.
Por eso convocamos a todos los creadores a que, desde su obra y su actitud cotidiana, luchemos por forjar un nuevo humanismo. Uno que surja del centro palpitante y sensible del hombre, de su naturaleza y su sentido de la vida. Un humanismo que se sustente básicamente en:
- la disposición de toda acción económica, política, científica y cultural a salvaguardar, desarrollar y enaltecer ante todo la vida de los seres humanos en su más amplia diversidad y plenitud, así como a preservar el medio ambiente que a esos seres ofrece refugio y sustento,
- la incentivación del pensamiento crítico, no adormilado, venal ni dogmático; sino activo, lógico, constructivo y transformador, que abra mejores vías para el crecimiento de las ideas y el horizonte intelectual,
- el recurso al diálogo desprejuiciado como procedimiento para la búsqueda interactiva e integradora de soluciones más justas y fructíferas a necesidades y conflictos,
- el empleo del consenso como vía de implicar a mayor número de individuos en la proyección de sus vidas y las maneras para hacerlo, de modo que las decisiones se asuman consecuentemente,
- la participación permanente y diversa de cuantos ciudadanos sea posible en la toma de decisiones generales, lo que formará sujetos activos y solidarios, de modo que no sientan ninguna disposición como ajena o extraña, sino pertinente y propia,
- la incentivación del constante respeto al otro y lo otro en su más varia diversidad (étnica, sexual, religiosa, ideológica, etc.) como único camino a la paz y la seguridad,
- el cultivo de la armonía con la vida y la naturaleza, que logre garantizar la subsistencia del planeta y el decoro de la vida humana en él,
- la educación del espíritu indómita y permanentemente libertario, que no admita sometimientos y nos haga dignos, pues solo en la libertad es posible la vida y la felicidad verdaderas.
Hace falta con urgencia este humanismo salvador, ya que no solo el planeta sino el mismo ser humano están en riesgo de extinción. No puede haber nada por encima del ser humano ni de la vida. Esta última no se puede postergar pues es una y necesitamos vivirla cuando se nos da y para siempre del mejor modo.
Solo a través del humanismo universal y edificante, debidamente entendido y practicado, podremos desarrollar a plenitud las potencialidades que nos permitan alcanzar la satisfacción material y el esplendor espiritual que significa la verdadera existencia humana, así como garantizar la permanencia de los humanos y el planeta.