LAS TUNAS, Cuba. — La literatura universal está de fiesta este 2 de febrero. Ulises, la mítica novela de James Joyce, cumple 100 años. Acusada por la Sociedad para la Prevención del Vicio ante los tribunales de Nueva York, denostada como obscena por censores puritanos, apartada cual lectura incomprensible por unos y encomiada por otros —como un torbellino de pensamiento, el que todo ser humano encarna pero que nadie había llevado a la palabra escrita con genuina poesía—, sobre su novela Joyce dijo: “He escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante 300 años”. Este miércoles se cumple un tercio de la predicción sin que se haya dejado hablar de Ulises, pero tampoco de Joyce.
James Agustine Joyce nació el 2 de febrero de 1882 en Rathgar, en las afueras de Dublín, Irlanda. Si quisiéramos una caracterización de este irlandés errante que inmortalizó escenas de su patria en su obra, esa identificación podemos obtenerla del mismo Joyce en carta dirigida a Nora Barnacle (su futura esposa) y fechada el 29 de agosto de 1904. “… conviene que conozcas mi ánimo en la mayor parte de las cosas. Mi ánimo rechaza todo el presente orden social y el cristianismo, el hogar, las virtudes reconocidas, las clases en la vida y las doctrinas religiosas. ¿Cómo podría gustarme la idea del hogar? Mi hogar ha sido simplemente un asunto de clase media echado a perder por hábitos de derroche que he heredado. A mi madre la mataron lentamente los malos tratos de mi padre, años de dificultades, y la franqueza cínica de mi conducta”.
Joyce escribió Ulises entre 1914 y 1921 en su peregrinar por Trieste, Zúrich y París. Fue a través de Ezra Pound que consiguió publicar los tres primeros capítulos en la revista literaria estadounidense Little Review, en Nueva York. Sin embargo, los censores incautaron la publicación, que acabaría incinerada.
Sylvia Beach, una joven y decidida estadounidense que recién había abierto la librería de literatura inglesa Shakespeare & Co., en París, decidió por sí misma editar la novela. Para financiarla, concibió una edición de lujo con una lista de 1 000 suscriptores, entre los que aparecía el nombre Winston Churchill.
Gracias a la cooperación del maquinista del tren de Dijon, quien llevaría el libro, fue que el 2 de febrero de 1922 James Joyce pudo celebrar su cumpleaños número 40 con un ejemplar de la primera edición de Ulises.
Pese a la edición de Ulises publicada en París por Sylvia Beach y Shakespeare & Co., la censura no terminó, sino que se extendió a otros países donde el libro también fue publicado.
No fue hasta 1933 que el juez neoyorquino J. M. Woolsey se pronunció diciendo: “Respecto a las a las repetidas emersiones del tema sexual en las mentes de los personajes, debe recordarse siempre que el ambiente era céltico y su estación primavera”, concluyendo enfáticamente el juez Woolsey al decir: “Me doy cuenta sobradamente de que, debido a ciertas escenas, Ulises es un trago más bien amargo para pedir que lo tomen ciertas personas sensitivas, aunque normales. Pero mi meditada opinión, tras larga reflexión, es que, si bien en diversos pasajes el efecto de Ulises en el lector es sin duda un tanto emético, en ningún lugar tiende a ser afrodisíaco”.
Entrevistado en 1958 por George Plimpton para The Paris Review, acerca de si sobre él ejercía influencia algún autor, Hemingway dijo: “Desde que Joyce estaba escribiendo Ulises, no. La suya no fue una influencia directa, pero en aquellos días, cuando las palabras que conocíamos nos estaban prohibidas y teníamos que luchar por una sola palabra, la influencia de su obra fue lo que lo cambió todo y nos permitió liberarnos de las restricciones”.
A James Joyce se le puede querer u odiar, pero nunca ignorar. Al cumplirse 100 años de la publicación de Ulises, su obra cumbre —por alguna razón no publicada en Cuba hasta el año 2000— viene a la memoria un paralelismo entre Joyce y los cubanos: el recuerdo perenne de la tierra que los vio nacer.
Las más de 700 páginas de Ulises fueron escritas en varias ciudades del mundo, transcurren en Dublín, su ciudad natal, desde las 8 de la mañana del jueves 4 de junio de 1904 hasta las dos de la madrugada del día siguiente. Pero Joyce, que escribió Ulises entre 1914 y 1921, visitó Irlanda muy esporádicamente, acaso en tres ocasiones hasta 1912. Su “desarraigo” era tal que cuando falleció en Zúrich, Suiza, el 13 de enero de 1941, a los 58 años y ya consagrado en la literatura universal, los diplomáticos irlandeses que se encontraban en la ciudad no asistieron a su funeral.
Tal parece que, en política, para algunos políticos, el apoliticismo de los escritores y de cualquier persona funciona así: o estás conmigo, o eres mi enemigo. Y si James Joyce sufrió esa calimba por su autoexilio, qué decir de los cubanos cuando el destierro llega forzado.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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