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De fugas teatrales, egos gigantescos y otros males cubanos

LA HABANA, Cuba.- Habiendo demasiados problemas en Cuba sobre los cuales continuar enfocados —si en realidad perseguimos obrar el cambio necesario en la Isla— me propuse no hablar del 15 de noviembre y lo ocurrido antes y después con relación a la Marcha Cívica. Tampoco de la evasión premeditada, subrepticia (porque lo fue) de Yunior García Aguilera que solo ahora, cuando ya no es necesario, ofrece unas tibias disculpas, ruega que no le llamen nunca más “líder” de Archipiélago y además reclama atención para “quienes quedaron atrás” bien jodidos (mientras él volaba sin rosa ni de blanco a Madrid).

Creo que no se puede ser más cínico. Y no me quedan dudas, incluso después de haber escuchado en silencio las opiniones que llegan de todos lados, de que el acto no se justifica y es repudiable.

Como ya voy pasando los cincuenta de edad y muy poco me va importando a quiénes les puedan doler mis opiniones en esta página, ni los trapos sucios de antaño que me puedan sacar por ahí —porque aunque no me siento orgulloso de algunos tampoco los he ocultado—, me siento con toda la libertad y el derecho a ser franco y expresar lo que en realidad pienso de esa HUIDA en mayúsculas.

Porque como muchas otras ya recientes, ya olvidadas, ya abiertas o camufladas, mucho daño moral ha causado en especial a los grupos opositores —incluso a la prensa independiente— tanto dentro como fuera de Cuba y, por tanto, es muy lícito, lúcido y prudente suponer que en muchos casos, incluido este último, se ha obrado con muy malas intenciones. Y porque así en política como en periodismo es pecado mortal ir o posar de ingenuos.

Y lo peor no es eso, sino el mal casi irreparable que con un simple gesto o actitud esparcimos por toda la nación, envenenándola. Diseminando la apatía y el oportunismo por los rincones de un país destruido por los extremismos ideológicos y por tanto lleno de gente necesitada de pequeños actos de fe para poder reconstruir, átomo por átomo, aquella otra fe que se dejaron robar.

Pero más aborrecible es cuánto de complot con el opuesto pudo haber, cuánto de turbia negociación con lo cual se hace difícil volver a ganar la confianza de las personas que lo apostaron, incluso hasta los sueños propios, a los proyectos de esas “mentes” que parecen brillar con luz propia pero que al final se revelan como vulgar lentejuela. Tan ávidos de reflectores sobre sus cabezas infladas de aire enrarecido que son capaces de pactar con quien sea desde el egoísmo aún en contra de ellos mismos.

No es que, en medio de la represión, de tantas muertes a palos y encierros anunciados, con las tropas armadas y amenazantes en la calle u ocultas, emboscadas, en donde solo ellos saben, quien suscribe estas líneas esperara una rebelión similar a la del 11 de julio. Era sabido que poco o nada sucedería. Que con esta gente como con cualquier otro poder que lo controla todo de nosotros, hasta lo que comemos y vestimos, no se puede jugar a la “guerrita avisada”.

O sí se puede: Solo si avisar, disparar las alertas, es la pieza que conviene en nuestros planes personales de hacer carrera y llenar los bolsillos dando a la lengua (y lo que no es la lengua) en foros y academias, en cursos y congresos por toda Europa y en lo más chic de Miami para “visualizar” y “explicar” al mundo lo que este no quiere ni ha querido saber porque no le conviene, porque —acaben de enterarse ya de una vez, ilustres “intelectuales” que todo lo saben— Cuba se ha convertido muy a propósito en la “finquita dorada y secreta” de unos cuantos académicos, empresarios, banqueros de allende los mares, activistas de izquierda, congresistas del Norte y hasta “eurodiputados”, y a los cubanos apenas nos ven como a sus simples jornaleros.

De la “guerrita anunciada” del 15 de noviembre los principales del régimen sabían tanto como del escape de su mejor actor.  Y no por el maletín azul que descaradamente aparece en las fotos sino porque sin dudas había un guion muy bien montado.

Se sabe, o al menos muchos sabemos, que días antes del despliegue policial en los barrios cubanos, ya el aeropuerto por donde saldría el chico vestido de negro —que no de blanco— había sido tomado por los uniformados y por tropas civiles que pasaron días durmiendo en el lugar ¿a la espera de qué otra cosa que no fuera eso que tanto regocijo les causó a los represores? La carta bajo la manga que bien supieron jugar aunque nos resistamos por rabia a reconocerlo.

Yunior no será el genio que algunos piensan pero tiene suficiente inteligencia y, sobre todo, “entrenamiento teatral” para saber cuál papel desempeñó él en esa obra. En algún momento nos enteraremos porque nada hay oculto entre cielo y tierra, y mucho menos en Cuba donde, por lo mal que nos va en todo, el azul de arriba se nos une con el gris del suelo que pisamos. Es una isla y quienes la habitamos somos lo suficientemente chismosos para enterarnos siempre de lo que realmente pasó. Pero en ese cajón maloliente hay más de un gato encerrado.

No es mi intención desviar la atención del principal problema en Cuba, que es el que todos sabemos y por el cual trabajamos cada cual desde lo que mejor podemos hacer, pero he sentido la necesidad de sacar fuera, como en un exorcismo, lo que no debe estar rebotando en mi cabeza infinitamente poniendo en riesgo mi salud mental.

Siento que, además del poder económico alcanzado por quienes en verdad mueven los hilos del régimen cubano, y de sus conexiones en el exterior (que para nada son despreciables), uno de los mayores obstáculos o frenos para que Cuba llegue a ser alguna vez un país democrático y libre es la desmesurada magnitud de los egos de ciertas voces “intelectuales” que, de empeñarse en planes de genuino altruismo y compromiso, pudieran no solo dejar “la cosa” en el mero “estremecimiento mediático” sino empujarla hacia la luz al final del túnel.

Como en un ajedrez, debieran medir cada movimiento que hacen, por si el contrario quisiera usarlos como pieza de sacrificio. Y tendrían que “encabronarse” más con quienes en realidad nos causan verdadero daño como pueblo. Y, por poner un ejemplo entre miles, sí ir sin tapujos contra quien engaña y huye, contra quien alienta y más tarde frustra, pero jamás contra la chica que, en todo su derecho de autora, sube al escenario de los Grammy y nos trastorna hasta el delirio solo porque suponemos, inconscientemente, que robó el lugar que nuestro ego debió ocupar. Así no vamos hacia ninguna parte y, de tan “inteligentes” y “libres” que suponemos ser, terminamos bailando al ritmo que toca el “compañero que nos atiende”.

No importa si hubo marcha o no. Si somos un pueblo que por su aparente cobardía  y excesiva obediencia, por nuestras grandes y pequeñas complicidades, quizás merece lo malo que le pasa o lo bueno que debería pasar. Lo verdaderamente cierto de todo cuanto ha sucedido por estos días es que hemos visto a un régimen cada vez más inseguro de su capacidad para retener el poder, porque sabe que las rebeliones son y serán espontáneas, legítimamente espontáneas, y que ya no vienen de “afuera” sino de bien adentro, y eso los convierte en una bomba de tiempo que los desvela con su constante y creciente tic-tac tic-tac.

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