LA HABANA, Cuba. – La Marcha Cívica del 15 de noviembre no pudo ser, porque la impidieron a puro terror de Estado. Por eso mismo representó una bochornosa derrota para el régimen. De ningún modo puede considerarse una victoria del castrismo, ni siquiera pírrica, porque son mucho más los costos que los beneficios que recogió con su ola represiva.
Los mandamases saben que no deben cantar victoria ni dar por vencida y desmoralizada a la oposición por la marcha que no fue. Ni tampoco con la inesperada noticia de que Yunior García Aguilera, el promotor de la marcha, se fue a España. No será el primero ni el último líder opositor que termine en el exilio. Y García Aguilera, por muy convincente que fuera y muchas expectativas que creara, no tiene por qué ser el defintivo e infalible líder. Artista formado en los moldes del sistema, si logran sacarlo del juego fue por su ingenuidad romántica, por confiar en la retorcida legalidad castrista, por no cortar de cuajo su cordón umbilical con los mecanismos de la dictadura que hasta hace poco seguía llamando “Revolución”.
De cualquier modo, Yunior García y Archipiélago pusieron al castrismo en una situación muy difícil. La simple convocatoria a una marcha pacífica descolocó al régimen y lo asustó tanto que lo puso a violar sus propias leyes y la Constitución, a enfrascarse en una campaña mediática de mentiras y disparates, a poner el país en pie de guerra y desencadenar un descomunal esfuerzo represivo que les ganó el descrédito y la repulsa internacional. Todo ello prueba el agotamiento y la vulnerabilidad del régimen y cuánto miedo siente.
Cuarenta y ocho horas antes del día 15, en una conferencia de prensa televisiva que más bien pareció un muy bien organizado seminario para periodistas oficialistas, el gobernante Miguel Díaz-Canel, dijo que la marcha no le quitaba el sueño. Pero, luego de tanta histeria y paranoia, ¿quién se lo creyó?
El día 15 el régimen quiso aparentar un ambiente festivo por la apertura luego de la pandemia, pero no lo consiguió. Más que tensión, había miedo. Apenas se veían personas en las calles. Lo que sí hubo fue muchos policías y soldados. Y los represores que no se veían porque iban de civil, pero todos sabíamos que estaban ahí: los agentes de la Seguridad del Estado y los arreados por ellos, porristas de las brigadas de respuesta rápida, prestos a apalear al que se atreviera a manifestarse.
A Yunior García una turba de porristas le impidió salir de su casa. Y en todo el país a centenares de integrantes del grupo Archipiélago, de activistas pro-democracia, si no los arrestaron, los sitiaron en sus casas para impedirles salir y les hicieron estruendosos mítines de repudio coreografiados por la Seguridad del Estado.
Así, el régimen cumplió sus amenazas. Centenares de personas habían sido citados por la Seguridad del Estado para intimidarlos y advertirles de las condenas de cárcel a que se exponían si participaban en la marcha.
Caridad Diego, la jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, llegó a advertir que “no habría mano blanda” con los sacerdotes y monjas que se sumaran a las protestas.
Desde que Yunior García y el grupo Archipiélago convocaron la Marcha Cívica, el régimen los acusó de ser mercenarios pagados por Washington cuyo objetivo era propiciar una intervención militar estadounidense en Cuba. Una mal hilvanada trama, ridícula de tan truculenta y descabellada.
En sus argumentaciones contra la marcha, Díaz-Canel, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla y otros voceros del régimen, han ido de una torpeza en otra, y de papelazo en papelazo.
Hay que tener demasiado dura la cara para decir que “nos quieren aguar la fiesta y robarnos la felicidad”? ¿Qué fiesta, qué felicidad? ¿La de los panzudos y privilegiados dirigentes comunistas? Porque la inmensa mayoría de los cubanos, con tanta hambre, abusos y opresión, más desdichados no podemos ser.
Y qué decir de los estrambóticos niñatos de los Pañuelos Rojos que aparentando espontaneidad, en carpas de lona suministradas por la Juventud Comunista, acamparon durante 48 horas en el Parque Central, cual pioneritos de excursión, para esperar la visita de Díaz-Canel, también con pañoleta roja.
Dudo que los mandamases respiren aliviados porque lograron impedir la marcha. Saben que si no mueven fichas, habrá otras protestas, con convocatoria o no, con Yunior García o sin él, y que llegará un momento en que no podrán contenerlas.
Un amigo me dice que el régimen, de tanto que gastó para impedir la del 15 de noviembre, no aguantaría una segunda convocatoria para otra marcha. Y puede que tenga razón.
Habría que ver cuánto dinero y recursos invirtió el régimen en estos días. Hablo del combustible que se empleó en los carros patrulleros, las motos Suzuki y las guaguas en que se trasladaron los represores; en la impresión de banderas, carteles y pulóveres rojos; en el dinero que ETECSA dejó de recaudar debido a los cortes de internet; en tecnología para la vigilancia telefónica; en los salarios de los empleados estatales que por estar movilizados como parapoliciales dejaron de producir, etc.
Y también está el gasto en comida. Y me refiero no solo a las meriendas para “segurosos”, chivatos, porristas y demás apapipios, sino también a los productos con los que, como surgidos de la chistera de un mago, surtieron las tiendas, las ferias y los timbiriches que montaron en los parques donde pudieron haber protestas.
¿Creerán los mandamases que atenuándole el hambre al pueblo por dos días lograrán sofocar sus ansias de libertad?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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