LA HABANA, Cuba.- Este miércoles, el canciller del régimen castrista, Bruno Rodríguez Parrilla, hizo una presentación ante los diplomáticos extranjeros acreditados en nuestra capital. El titular del Granma alusivo a ese acto refleja con claridad por dónde van los tiros: “Denuncian agresiva campaña desde EE.UU. para perturbar la paz y la estabilidad ciudadana en Cuba”.
De cara a las manifestaciones convocadas por varias organizaciones contestarias radicadas en la Isla para el venidero lunes 15, el señor Rodríguez precisó: “No vamos a permitir que la agresión organizada desde el exterior vaya a echar a perder el momento alegre de nuestro pueblo. Con estricto apego a nuestra Constitución, se defenderá el orden que refrendamos de manera masiva”.
Hasta ahí, básicamente, solo observamos “más de lo mismo”, como reza la frase popular. Pero hacia el final de su presentación, quizás si mareado por sus propias palabras, el ministro comunista se desbocó. Afirmó que “nuestra economía ha demostrado ser resistente y viable”; habló de “alegría”, y concluyó: “Los invito a que se sumen al júbilo de nuestro pueblo”.
El público escogido para escuchar la peroración era harto selecto. Se trataba —insisto— de diplomáticos extranjeros acreditados ante el Gobierno cubano. Por consiguiente, eran personas inteligentes, cultas y bien informadas. Pues si no tuvieran esas características, no hubieran sido seleccionadas para desempeñar sus importantes funciones.
Pese a ello, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, olvidando ese elevado nivel (o mofándose de este, que para el caso es lo mismo) les dirigió el mismo discurso primitivo, pedestre y carente de imaginación que generalmente el régimen reserva para los cubanos de a pie. Esos que —al decir del Apóstol— viven bajo un credo autocrático y están como la ostra en su concha, que solo ve la prisión que la encierra y cree, en la oscuridad, que aquello es el mundo.
No obstante, a los lugares comunes del discurso antiyanqui de siempre, a la demonización del “Gran Satán” (como llaman los ayatolas a la gran democracia del Norte), se sumaron en esta oportunidad —repito— alusiones a la “alegría” y el “júbilo” que, en el cerebro afiebrado del señor Bruno, caracterizan —supone él— a nuestros compatriotas del día de hoy.
Aquí se imponen las preguntas: ¿De qué “alegría” habla el canciller! ¿De cuál “júbilo”! ¿Será el de los desdichados que, para conseguir alguno de los muchísimos productos deficitarios, marcan en una cola a las cinco de la madrugada, para esperar a que abran la tienda a las nueve y, tras varias horas más de espera, comprar a precio de oro el artículo que aliviará un poquito la humillante carestía que padece!
¿O se referirá a la de los que salieron a protestar pacíficamente el 11 de julio (o tuvieron un pariente o amigo que lo hizo)! Esos ahora, con asombro infinito, ven que un fiscal desalmado solicita sanciones terroristas, de más de veinte años de prisión, como si, en vez de pedir un poco de libertad, el acusado hubiese asesinado a un desvalido.
¿Y de qué economía “resistente y viable” habla el canciller! ¿Alude a la amarga experiencia de los que vieron perder la mayor parte de su valor a los limitados ahorros que lograron conseguir con una vida entera de trabajo y privaciones! ¿O a los que tienen ahora que desembolsar más de doscientos pesos para comprar una triste libra de carne de cerdo!
¿O tal vez la hipotética felicidad se derive de tener que convivir con el pelotón de chivatos corruptos, como el tal “Fernando” de rostro patibulario y discurso incoherente que acaban de “destapar”! El aparato represivo del régimen inserta a alimañas de ese tipo en cada centro de trabajo, en cada nicho de la vida social. Su objetivo es vigilar los movimientos de cada ciudadano, inmiscuirse de manera desvergonzada hasta en sus relaciones y sus sentimientos más íntimos.
A ese menosprecio a nuestros compatriotas, se suma la ofensa. Los tratan como si integraran una recua de aberrados o de masoquistas desequilibrados, que se complacen en sufrir despojos y atropellos. ¡Que después de ver sus salarios reales minimizados o sus seres queridos encarcelados o perseguidos, tuviesen disposición a sentirse alegres y jubilosos!
En el ínterin, se acerca la fecha marcada para la convocatoria del ya próximo 15 de noviembre. El régimen castrista, henchido de temor, intensifica su campaña de intimidación y descrédito, en la cual participan lo mismo los cotorrones de filas que a diario se exhiben en el Noticiero de Televisión, que un flamante canciller que no vacila en brindar una peroración antidiplomática.
Mientras tanto, la cabeza visible del grupo Archipiélago, el joven dramaturgo Yunior García Aguilera, emitió una emotiva declaración, la cual ha alcanzado merecida resonancia. Uno de los temas de ese importante texto es la exhortación a los manifestantes a eludir enfrentamientos con compatriotas gobiernistas. Esto incluye evitar “toda acción que genere represión”.
Debo decir, a fuer de sincero, que en este punto discrepo del brillante intelectual. Esa frase del comunicado me hizo recordar el agudo refrán ruso: Aspirar a que las ovejas estén indemnes y que los lobos no tengan hambre… No, amigo Yunior, la única acción que no generaría represión por parte de los castristas sería la de acudir a una reunión convocada por ellos mismos y aplaudir hasta que se nos inflamen las manos.
Eso sí sería algo que ellos entenderían a la perfección; se trataría de lo único que aceptarían gustosos. Cualquier cosa que se aparte de esa conducta que ellos consideran la deseable e ideal, provocaría —como mínimo— el recelo de su hipersensible policía política. Aun si alguien expresa: “Yo soy revolucionario y apoyo al Gobierno cubano, pero…”. Desde el mismo instante en que pronuncie esa conjunción adversativa, tan pronto articule ese fatídico “pero”, recaerán sobre él las miradas desconfiadas y torvas de los agentes represivos.
Repito que pasa el tiempo y se acerca el 15 de noviembre. Por encima de cualquier pequeña discrepancia que pueda surgir (cosa inevitable en cualquier medio democrático), los cubanos, con sus manifestaciones antigobiernistas, con su mera presencia masiva en las calles o con los cacerolazos que pueden iniciar en sus casas y que han sido propuestos como una alternativa, tendrán la ocasión de demostrar una vez más su masivo rechazo al desgobierno comunista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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