Ya hemos hablado en anteriores comentarios de las miles de dificultades engendradas por Washington para sabotear la existencia del Nord Stream 2, el nuevo gasoducto ya concluido entre Rusia y Alemania, que multiplica sensiblemente los suministros de combustible ruso a una urgida Europa Occidental.
Los descargos gringos alegaban la “complicada dependencia eurooccidental del gas ruso” como tema sensiblemente estratégico, y, por supuesto, la solución gringa, acompañada de innumerables sanciones a los constructores del Nord Stream 2, no era otra que traspasar la atadura energética del Viejo Continente a los suministros de gas licuado norteamericano por vía marítima, mucho más embarazosos y caros que los de Moscú.
Y el “indeseado” término de las obras del entramado de tuberías entre Rusia y Alemania coincidió en el tiempo con una sonada escasez energética en Europa Occidental, que ha mantenido en vilo a gobiernos, empresas y millones de consumidores acosados por las cuantiosas alzas generales de las tarifas, y que un Washington nada tardo atribuyó de inmediato a “las turbias maniobras del Kremlin”.
Las fuentes especializadas aducen que, a una díscola política oficial europea reacia a los ofrecimientos rusos de colaboración bilateral en temas energéticos que data de veinte años atrás, se unieron en estas fechas dislates como “almacenamientos agotados, reducción de las inversiones, y postergaciones en las tareas de mantenimiento debido a la pandemia de la COVID-19, entre otros negativos factores”.
Y luego de un período tormentoso y angustioso, de una buena vez aires de tranquilidad parecen batir sobre Europa Occidental, provenientes, precisamente, del denostado, demonizado e inmediato gigante territorial. Así, hace apenas horas, el coloso gasístico ruso Gazprom confirmó que traspasará gas este mes a cinco instalaciones eurooccidentales de almacenamiento subterráneo, tras la solicitud del presidente Vladímir Putin de rellenar los depósitos en Alemania y Austria.
Una de las vías para la remisión de metano a Berlín y Viena es el gasoducto Yamal-Europa que atraviesa cuatro países: Rusia, Bielorrusia, Polonia y Alemania. También transita el gas desde territorio ruso a través de Ucrania y Eslovaquia.
Hace dos meses que Vladímir Putin precisó —según fuentes— que, luego de rellenar las reservas nacionales, Gazprom iniciará el proceso de robustecer los depósitos alemanes y austriacos con el propósito de cumplir eficientemente los contratos vigentes y asegurar combustible en el occidente continental para el otoño y el invierno. Una medida que, por demás, ayudará a Europa del oeste a equilibrar y controlar sus dislocados mercados energéticos y las afectaciones a millones de consumidores.
Vale indicar que esta responsabilidad y buena voluntad rusa a pesar de las agrias y masivas campañas norteamericanas en su contra, y a las cuales no son nada ajenos sus vecinos eurooccidentales, contrastan sensiblemente con el triste papel de segundón gringo que no pocas veces asume la Europa comunitaria.
Y aun cuando algunos se dan perfecta cuenta en el Viejo Continente de que la subordinación a los dictados de la Casa Blanca no solo dañan la independencia y autonomía de una región con personería suficiente para decidir e influir por sí misma en el concierto internacional, si no a la vez atentan contra no pocas de sus urgencias y necesidades vitales, todavía sigue faltando la voluntad política suficiente como para romper las amarras, enderezar las piernas, levantar la mirada, y empezar a andar con paso propio.