Dejando a un lado inteligencia y paciencia, le he dedicado unos días a escuchar a nuestros inefables influencers contrarrevolucionarios. Parecería un ejercicio de masoquismo intelectual, pero sabido es que observación y análisis conllevan entregas y hasta sacrificios.
Lo más duro fue enfrentar a la claque parlanchina, luego de estar ojeando un viejo tomo de Cicerón, el máximo orador romano y creador de una retórica universal amparada en la convicción de que «el primer deber de un hombre es buscar e investigar la verdad».
De ahí que, influido por la culta elocuencia ciceroniana, no fuera fácil enfrentar la marginalidad derrochada por aquellos que aúnan voces en función de encajar «verdades» torcidas por el odio y las mentiras.
De ser testigo de este presente nuestro, Cicerón no se hubiera asombrado tanto de los adelantos técnicos apreciados en las redes sociales, como de la incultura, gritona y malapalabrera, derrochada por los inefables en función de mostrarse ¿auténticos y populares?
Allí donde el escritor y político romano recurrió a la rotundez de argumentos para hacerle frente a su gran enemigo, Lucio Sergio Catilina –lo que dio por resultado las conocidas Catilinarias, condenatorias del conspirador– los influencers echan mano a las narrativas más aberrantes.
De esquizofrenia política pudiera hablarse, pero las campañas a las que responden, y el vil metal que les salpica, confirma aquello de que «la aventura puede ser loca, pero el aventurero ha de estar muy cuerdo».
Todo vale: chismes, escándalos, jugueteo con lo sentimientos de las audiencias (las peor informadas son las preferidas), destripe de artistas y políticos a partir de infundios y mentirillas diversas, el clásico revoloteo de la tiñosa y, para rematar, el tira-tira entre ellos mismos, pues el quehacer del micrófono y la imagen política desenfadada han demostrado que rinde, ¡cómo no van a rendir!, si hasta ranchos y mansiones han reportado.
«¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?», le dijo Cicerón al conspirador Lucio Sergio en medio del Senado, en lo que sería la primera de sus cuatro Catilinarias.
Y el conspirador, que preparaba un golpe de Estado, recibió tales reproches por parte de los presentes, que salió disparado, en busca de cualquier puerta o ventana.