Quizá el destino, o las acertadas formas que tiene la vida de obrar, colocaron a Reinier Díaz García en el camino del arbitraje, pero lo cierto es que, gracias a su interés, al estudio, a la disciplina y a una óptima preparación física heredada de sus años de atleta, lo condujeron hasta lo que es hoy: el único árbitro de hockey sobre césped de la Isla calificado para mediar en eventos internacionales.
Acerca de sus inicios declaró a Granma que, «cuando jugaba como arquero en la selección nacional juvenil, observaba con admiración la figura del árbitro, pero nunca imaginé que sería uno de ellos. Un día, el equipo nacional de mayores iba a jugar y el entonces entrenador, Guillermo Stakeman, me preguntó si me gustaría arbitrar el partido. Sin pensarlo tomé el silbato, a partir de ese momento ya no pude parar».
En 2008 se oficializó su designación y cinco años más tarde adquiría la categoría de árbitro internacional. Con una carrera en ascenso, a sus 36 años de edad posee una amplia experiencia, avalada por competiciones dentro y fuera del país, como los Centroamericanos y del Caribe de Veracruz y Barranquilla, los Panamericanos de Lima, la final del Open de Malasia y más recientemente el Pan American Challenge.
A propósito de su labor como árbitro en ese torneo clasificatorio a la Copa Panamericana, única competición que da boleto al mundial, comentó sobre la importancia de estos encuentros, tanto para atletas como para árbitros, porque, en sentido general, ayudan al desarrollo del deporte en la región.
Para quien descubrió, en el arbitraje, la pasión de su vida, asegura que el mejor partido siempre está por llegar. «Todos los jugeos son importantes, no importa el nivel que tengan desde el punto de vista competitivo, de todos se aprende, de todos te llevas experiencias».
En espera de ser designado para unos Juegos Olímpicos, un Campeonato del mundo o la Pro League, en lo que sería la cúspide de su carrera, más que soñar con ese instante, Reinier no se detiene. Día tras día se empeña, convencido de que la única fórmula, para alcanzar la excelencia, es superar y no dejar de hacer sonar el silbato con justicia y ética.