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“Están a lo descarado”

LA HABANA, Cuba. – “Están a lo descarado”. No hay frase que resuma mejor el modo en que las personas más humildes perciben a las principales figuras del régimen cubano. La escucho a cada rato y en cualquier lugar. La escuché ayer a unos vecinos y también la pronuncié bien alto mientras en el noticiero aparecía la “primera dama” presentando el libro de un chef español al cual le escribió el prólogo. El libro de recetas de un cocinero al que descaradamente le han permitido un espacio en pantalla no para enseñar —como lo hizo alguna vez Nitza Villapol— a freír huevos sin aceite o a hacer arroz con pollo sin pollo ni arroz, sino para reírse en nuestras caras del hambre que sufrimos millones de cubanos.

Porque en los tiempos de Nitza al menos hubo huevos para sancochar y fideos como sucedáneo del grano blanco para pintarlos con yodotánico en sustitución de la bija, pero en estos días de “reordenamiento” cualquiera de esas cosas, incluso el colorante y el agua corriente, son milagros en nuestras cocinas en donde llevar un pollo o un trozo de cerdo, incluso ese engrudo insípido o rancio al que por resignación llamamos “croqueta”, es el resultado de madrugar en el portal de una tienda, de batallar a golpes por nuestro lugar en una fila, de delinquir como único modo de sobrevivir, de transgredir la ley una y otra vez a toda hora y sin escrúpulos para que nuestros bolsillos soporten el macabro experimento que hoy muy oportuna y astutamente el Partido Comunista atribuye a Marino Murillo, pero solo para desviar la culpa de los verdaderos, únicos y sempiternos culpables.

Mientras Lis Cuesta presentaba el libro del chef español y nos hablaba de las bondades de una cultura culinaria nacional que ya no existe, que no fue que se extinguió sino que también marchó al exilio y que, por tanto, el castrismo se propuso aniquilar a fuerza de alimentos enlatados del CAME, de incapacidades y errores, de egoísmos ideológicos y de miedo a que las personas producieran y acumularan riquezas para sí, a unos pocos kilómetros del lugar Marino Murillo cumplía la “honrosa” misión de exponer su rostro para de cierto modo declarar fallida la “Tarea Ordenamiento” pero sin proponer alternativas y soluciones a un desastre que cualquiera con medio dedo de frente viera venir. Una debacle a la que no le faltaron alarmas de economistas ilustres pero que así como terminó de hundir en la miseria a millones de cubanos, ha engordado barrigas en el Comité Central del Partido tanto como bolsillos de verdeolivo allá donde en verdad se corta el bacalao. 

Porque mejor nombre no pudieron ponerle a lo que hoy sabemos fue una suprema estafa, en tanto lleva más de ordenanza antojadiza y oportunista, más de mentira y maldad que de “resultados positivos”. Ordenaron y mintieron todo el tiempo ya para secuestrar las remesas de aquel que empujaron a emigrar por “desleal” y “flojo”, ya para hacerse con los ahorros de ese otro al que, a latigazos, pidieron lealtad, confianza ciega y resistencia. 

En este cuento del “ordena” y “miento” han manipulado tanto al que se marchó  allende los mares huyendo del mal sabor del picadillo de soya como al que se quedó creyendo que la moringa alguna vez lo alimentaría mejor que un bistec. 

Marino Murillo hablando de inflación (y por carambola reconociendo que nuestra hambruna nacional es real), al mismo tiempo que la first lady de Cuba disertaba sobre recetas de cocina es la caricatura que mejor revela la esencia de un gobierno al que no le queda rastro de vergüenza.

Un hombre registrando en un basurero, en el Vedado (Foto del autor)

Entre ese que premia con regaderas al mejor “cederista” del barrio para que cultive sus propios alimentos y aquel que, siendo uno de los mayores terratenientes de la Isla, recomienda comer jutías y avestruces —él, que es el único cubano al que le está permitido cazarlas y criarlas en sus fincas—; entre el difunto patriarca que se propuso producir tanta carne vacuna como para ganarle a los mayores exportadores del continente y el hermano que prometió aquel vasito de leche que jamás nos bebimos, han convertido el país en la Meca de la sinvergüencería y a nosotros los ciudadanos en el “oscuro objetos” de sus burlas. 

Como si mofarse de un pueblo —recordemos a los nenes de papá y mamá que gustan de exhibir sus viajes en autos y yates de lujo— fuese el hobby favorito de una casta que pretende eternizarse en el poder por obra y gracia de esa bola de trampas que es la “Nueva Constitución”. 

Quien desee creer que el “fracaso” de la Tarea Ordenamiento es en realidad error y no propósito malvado en sí mismo, que entonces esté dispuesto a creer, por 60 años más, que quienes por cientos de miles madrugan a diario para comprar alimentos o quienes registran en los basurales para llevarse un trozo de algo a la boca son apenas “sacrificios” necesarios para disfrutar todos algún día de esa prosperidad que no acaba de asomar por ninguna parte, no al menos en nuestros barrios pobres, que son casi todos los de Cuba. 

Así las cosas en Cuba. Que Marino Murillo aparezca en televisión colocándose la soga al cuello en nombre del Partido Comunista al mismo tiempo que Lis Cuesta habla de recetas de cocina pudo haber sido otra “coincidencia” en esa rara “estrategia comunicativa” del régimen que va muy lejos, más bien en sentido contrario, de calmar el creciente enojo popular, lo cual me lleva a pensar que, como políticos y casta ricachona —porque a final de cuentas juegan a serlo—, o son unos tarados sin remedio o unos reverendísimos bribones, tan confiados en su capacidad para retener el poder por la fuerza que nada les importa estar así “a lo descarado”.  

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