Las guerras no son lechos de rosas, sean cuales sean: las de plomo o las de tinta. El peor de sus saldos son las víctimas, que terminan sangrando o muertas, en las primeras, y rotas por dentro en las segundas. Hoy arremeten contra Cuba, como antes ocurrió en muchas latitudes, donde la receta de plomo y pólvora terminó por ser la terrible sombra para pueblos que nunca más han sido los mismos.
La conflagración está en marcha, es por ahora digital y violenta, aunque ya algunos auguran la otra, de metralla y marines. Como en todo conflicto se acumulan saldos dolorosos y tristes desde las primeras escaramuzas, y en la medida en que pasa el tiempo crecen los rencores, aumentan los odios y se hacen insalvables las distintas posiciones.
¡Paremos la guerra ahora! Aún estamos a tiempo. Hay muchas municiones sin usar que aguardan por herir a otros, es urgente que saquen las ofensas de los cargadores, que desmonten las bayonetas del desprecio, que no se lance la granada irresponsable con sus esquirlas de insulto y maldad, dañando el sagrado espacio de la amistad y la concordia, donde habitan el pariente lejano o cercano, el vecino entrañable y el latido profundo y vital de un país que necesita de todos. No dejemos que la verdad sea el más doloroso rehén en este conflicto, ni embosquemos la razón manipulando sentimientos.
No permitamos que el abrazo postergado o la risa presa tras los nasobucos dejen de tener el esperado premio de los rencuentros felices, dando paso a rencores absurdos, azuzados por el enemigo, que siempre serán peores que el peor de los virus.
Los que nos quieren de verdad no apuestan por la guerra, los que nos odian sin razón no apuestan por la paz; pero es grande Cuba y grandes los cubanos, y no vamos a renunciar a nuestra unidad ni a la independencia que nos quieren negar.