LA HABANA, Cuba. – Quienes pensaron que los gritos de libertad, la represión policial y los encarcelamientos del pasado 11 de julio lograron hacer entrar en razón y expresar a Díaz-Canel que “Todos somos cubanos” desconocen la falta de voluntad política, los niveles de manipulación y el temor gubernamental a perder el control de las bases del poder. El carácter “inclusivo” del nuevo discurso oficial es sólo una cortina de humo para revertir el descontento popular.
De ser cierto el deseo de restañar heridas, abrir espacios para todos y “ponerle corazón a Cuba” desde la diversidad –como pide Díaz-Canel-, sería un gesto de buena voluntad o una señal de respeto al derecho de los demás que nos devuelvan las calles, las universidades, los sueños –propiedad de los “revolucionarios”– y se nos permita opinar, expresaros y reunirnos sin ser calificados de traidores, vándalos, delincuentes, confundidos o lacayos.
En tiempos en que la orden de caernos a palos entre cubanos se sustituye por “Debemos unirnos” y otras frases que suenan a foto de familia disfuncional retocada, podrían liberar a los manifestantes encarcelados, dejar de considerar mercenarios a quienes ejercen el periodismo y el arte de forma independiente y conceder a los activistas políticos un espacio de acción frente a las organizaciones oficialistas creadas y validadas por la revolución.
Además, si en realidad pretenden zanjar la diferencia entre cubanos y lograr un clima de inclusión ante la crisis general del país, ¿por qué no ahorrar combustible enviando a la producción de alimentos a esos policías que vigilan las 24 horas las casas de activistas, artistas y periodistas independientes para impedirles salir a realizar sus funciones? En mi opinión, ese acto de pragmatismo no sólo evitaría la imagen de ciudad sitiada y al borde de otra explosión popular, sino también serviría para darles descanso y evitarles su eterno bla bla bla a esos “líderes” viejecitos u obesos que, como José Ramón Machado Ventura, Salvador Valdés Mesa y otros, andan de pueblo en pueblo y de surco en surco –con un filósofo o un matemático atrás– enseñándole a un campesino lo que debe hacer y sabe desde que nació.
Las reuniones de Díaz-Canel con santeros, abakuá, espiritistas, islámicos, hebreos y otras denominaciones religiosas podrán calmar su “crisis” de conciencia por ordenar la represión, pero no devolverá la paz espiritual a la población. Hacer un Ebbó, orar, entonar un cántico de piedad en cada surco o santiguar las futuras cosechas del país no harán aumentar la producción de alimentos que pide a gritos Cuba si no es libre quien cultiva la tierra.
Tampoco resulta aconsejable volver a la parasitaria obsesión del socialismo cubano de vivir de limosnas externas, ayudas humanitarias y otros mecanismos que demuestran la ineficiencia gubernamental debido al macabro control de las fuerzas productivas del país, la economía centralizada y la indolencia e incapacidad de ministros y otros funcionarios para garantizar con esfuerzo propio aunque sea el mínimo de lo necesario para sobrevivir.
Terminados los “buenos tiempos” de recibir las latas de carne rusa, ají relleno y col, pepinos encurtidos, sopa Lubianka, coñac Ararat y otras delicias para el paladar del proletariado cubano enviadas por la URSS y los hermanos satelitales de la Europa del Este, y como no basta con los frijolitos chinos, el arroz de Vietnam, los coditos de no sé dónde y otros productos que integran el módulo de la miseria, no queda otra que producir.
Pero como esa no es la intención gubernamental, de forma paralela al discurso “inclusivo”, el llamado a la unión y algunas “concesiones” para importar medicamentos, aseo y alimentos –de forma temporal–, crear Mipymes, vender carne de res y otras migajas, continúan los juicios y condenas a los manifestantes del 11J, las calles siguen bajo vigilancia policial y se dicta el Decreto Ley 35 para censurar la libertad, poner multas, encarcelar o quitar el servicio a los internautas cubanos que opinen en contra del poder.
Por eso considero –contrario de algunas inspiradas frases de Díaz-Canel como “ponerle un corazón a Cuba del tamaño de sus necesidades”–, que se le ponga uno que incluya todas las libertades. Entonces, podré creer en su honestidad. Nadie debe olvidar que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno comunista cubano: ofensiva revolucionaria, nacionalización, libreta de racionamiento, zafra de los 10 millones, parametración, éxodo del Mariel, Maleconazo, tiendas en MLC, Decreto Ley 35 y más.
Y aunque muchos estemos convencidos que este “nuevo discurso” gubernamental tiene más “Palabras” que la canción homónima de Marta Valdés, a otros les ha gustado tararearlas en la intimidad o cantarlas a coro en público. Eso, sin importarles que ese lenguaje de supuesta distensión –luego de ordenar una brutal represión contra el pueblo– no tiene feeling, suena a viejo bolerón. Lo que suena es sólo música improvisada, ambiental que pretende acallar el eco de los gritos de libertad entonados a ritmo de conga en toda la nación.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.