MIAMI, Estados Unidos.- He producido y presentado tal vez los únicos programas sobre cine cubano en democracia de que se tengan noticias: La Mirada Indiscreta, en el Canal 41, AmericaTeVé; así como Pantalla de Azogue, Mirada a Cuba y Pantalla Indiscreta, en la programación de TV Martí.
También organicé y mostré una Serie de Cine Cubano bajo los auspicios del Miami Dade College.
Tal afortunada circunstancia me ha mantenido muy al tanto de lo que se realiza en la isla desde el punto de vista independiente y, principalmente, de los documentales que en el exilio han dado cuenta de los crímenes del castrismo.
Estos programas, que honran mucho mi labor de promotor de la cultura cubana, cumplieron una función muy importante cuando al parecer eran oportunos. Luego fueron cancelados por falta de presupuesto o por nuevos enfoques mediáticos locales con respecto a lo acontecido en la isla y su comunidad de exiliados. Se cerró una ventana que, en mi opinión, debió mantenerse abierta.
Los espacios que produje sobre la ordalía del presidio político cubano, sus protagonistas y los cineastas que se ocuparon del tema, apenas sin recursos y en no pocas ocasiones, integraron las primeras imágenes y argumentos que las nuevas generaciones de cubanos en la isla recibieron en sus pantallas -gracias a las nuevas tecnologías- sobre esos capítulos obliterados de la historia de Cuba
El castrismo logró secuestrar y esfumar la épica de quienes arriesgaron sus vidas para recuperar la libertad malograda, desde temprano, por el comunismo.
La tergiversación histórica, especialidad del régimen, no se hizo esperar y unos fueron calificados de “mercenarios” mientras otros recibían el epíteto de “bandidos”, por solo mencionar dos modos del descrédito echados a correr, personalmente, por el dictador Fidel Castro.
En los documentales sobre el primer presidio político cubano, los agraviados hablan de torturas, asesinatos, abusos, amenazas, chantaje y toda una cadena de ultrajes que debieron soportar, a veces, durante condenas más largas que la sufrida por Nelson Mandela.
Profunda impresión me causó el testimonio de una presa traumatizada por el sonido espeluznante de las cucarachas cercanas a su rostro cuando recobró la conciencia en el piso de una celda insalubre, luego de ser magullada.
Cuando hice el elogio de la verosimilitud del drama narrado por Lilo Vilaplana en su largometraje Plantados, hubo amigos que me llamaron la atención por comentar y celebrar el estereotipo y la hipérbole que según ellos presenta la película cuando describe las ergástulas castristas y los héroes que las sufrieron.
La cruel y marrullera represión que ha tratado de aplastar la rebelión nacional del pasado 11 de julio, sin embargo, ha expuesto, finalmente, la verdad sobre la violencia castrista de siempre, con imágenes que espantan y superan cualquier especulación cinematográfica.
Los presos “plantados” fueron vilipendiados y maltrechos cuando nadie escuchaba. Causa pavor que luego de sesenta años las nuevas generaciones de opositores, jóvenes y hasta adolescentes padezcan similares circunstancias con la total impunidad de las fuerzas represivas, sin ninguna otra defensa que aquella proporcionada por la voluntad de medios y organizaciones del exilio.
Hay detenidos y desaparecidos, a la usanza de cualquier vulgar dictadura. Habrá juicios sumarios, mucha coacción para lograr el silencio y, tal vez, hasta volveremos a ser testigos de personas que se rinden y comienzan a denostar, falsamente, a sus colegas.
Como bien me recuerda un amigo, cumplirán algunos años en presidio y luego les será sugerido el exilio obligatorio a la democracia de turno que los quiera acoger, y de tal modo serán anulados, como les ocurrió a numerosos prisioneros de la llamada Primavera Negra del año 2003.
La madre del periodista independiente camagüeyano, Henry Constantín ha denunciado que su hijo y otros integrantes del medio informativo La Hora de Cuba fueron detenidos, sus implementos de comunicación incautados, y luego conducidos a la “tercera de Camagüey”, centro de interrogatorios rigurosos de la Seguridad del Estado.
En enero del año 2014, Henry y otros jóvenes cubanos fueron invitados durante seis meses, por el Miami Dade College, al programa Somos un solo pueblo. Allí lo conocí y conversamos sobre la esperanza de una Cuba libre.
Nunca sentí rencor de su parte cuando me contaba de los maltratos consuetudinarios a los cuales fue sometido por la policía política desde 2006, cuando decidió ser periodista independiente. Siempre mantuvo la ecuanimidad de quienes son asistidos por la razón.
En julio de ese mismo año se despidió de nuestra ciudad con una columna publicada en El Nuevo Herald, de donde escojo algunos fragmentos:
“En el Wolfson Campus del Miami Dade College nos enseñaron Negocios, Sicología, Sociología, Computación e Inglés. A esa escuela ya la guardé en el corazón porque es la primera en 12 años que me respeta como ser humano y me entrega un diploma en vez de expulsarme por mi actitud civil. Aunque pertenezca a Estados Unidos y se rija por sus leyes, tiene tantos cubanos y nos abrió con tan buena voluntad sus puertas que yo la siento de Cuba.
“En Miami confirmé que los cubanos no somos una raza improductiva y condenada al subdesarrollo, sino gente capaz de prosperar en paz y libertad.
“Quizás el calor me dé alergia, la mala alimentación me adelgace más y la represión me encarcele. No importa. Ahora que me he sentido persona quiero ir allá a seguir sembrando entre los míos la esperanza de que podemos hacer un país para personas”.
Tristemente premonitorias las palabras de Henry, quien ahora sufre los mismos desmanes de sus heroicos predecesores, así como la separación injusta de sus hijos.
“Temo por su vida, por su integridad, y por las condenas que pueda recibir”, ha dejado saber, desesperada, María Ferreiro, madre de Henry Constantín.
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