Antonio despertó y notó algo raro mientras se esforzaba por enfocar los números en el reloj de pared. Parecía como si una neblina empañara los dígitos. Luego pensó que aquello era imposible; él estaba dentro de una habitación climatizada. Los días se convirtieron en meses y la bruma ganó en opacidad hasta convertirse en nube de mal presagio. Ya sólo podía distinguir formas vagas y contornos. El rostro de sus seres queridos ahora era visible con el corazón, no ya desde el cerebro.