Cuando Sancti Spíritus comenzó la zafra con adelanto en ambos centrales parecía un buen augurio de contienda, aun conociéndose que la cosecha inscribía una entrega de crudo por debajo a la precedente, a causa del descenso de los volúmenes de materia prima a moler; para mejor acompañamiento el clima no pudo ser más benévolo desde diciembre hasta abril, mes que marcaba por programación el fin de las operaciones.
Cabe decir que la campaña arrancó mal a la hora de empezar con el balance de recursos incompleto, situación que se expresó en concebir desde la apertura un aprovechamiento de la norma potencial de molida en el entorno del 60 por ciento.
Incluso así, la cosecha se apegó a la objetividad y planificó un nivel de producción en virtud de los recursos disponibles y los estimados cañeros definidos con anterioridad. Propósito que en los primeros meses parecía viable y en el tramo inicial del calendario la zafra tuvo un comportamiento decoroso en sus indicadores productivos y de eficiencia, pero determinados por la ventaja de arrancar con adelanto.
Lo cierto es que desde la apertura incidió la baja molida como consecuencia del insuficiente abasto cañero por la falta de recursos esenciales o su llegada tardía; no obstante, el territorio terminó febrero con la mitad del plan de producción de azúcar fabricado, aunque con atraso; también con un desenlace que se olfateaba: la disminución de los volúmenes de caña a moler.
Ahí sobrevino la reprogramación de la zafra, condicionada por la caída del estimado, y se le vincularon a Sancti Spíritus áreas cañeras de Ciego de Ávila que, en números, daban la posibilidad de completar el plan de crudo.
Pero ni antes ni después el territorio pudo moler siquiera al nivel planificado —60 por ciento—, ni contar con todos los recursos y, para colmo de males, la COVID-19 deparó un foco de contagio institucional en el central Uruguay que obligó a operar la industria durante 15 días con un solo turno de trabajo. Luego se acentuó otro freno: la falta de combustible que paralizó los cortes repetidas veces y la sumatoria de las horas perdidas por tal causa equivalen a más de 30 días sin fabricar azúcar.
En tan desfavorable contexto transitó la zafra espirituana, dejando el plan —aun cuando se alargó hasta finales de mayo— en el 83 por ciento e inscribiéndose, según los directivos del sector, como la segunda contienda menos productiva en la historia de la provincia, aunque en tropiezos y limitaciones, voces autorizadas en el país la consideran como la peor. De un año a otro la producción descendió en cerca de 30 000 toneladas, y quedó bien separada del umbral de las 100 000.
La zafra demanda un engranaje agroindustrial en el que, si fallan o faltan componentes, difícilmente pueda materializarse el éxito. A tono con el complejo escenario económico-financiero que atraviesa el país repercute mucho el déficit de recursos —neumáticos, baterías, laminados…—, o realidades derivadas del bloqueo como el retraso en la llegada de las importaciones, o la limitación de combustible, tanto que, en condiciones normales, moliendo los dos centrales, el territorio puede rondar las 20 000 toneladas de azúcar en un mes, cifra superior a la deuda con el plan.
De manera que en el aspecto objetivo las realidades de la contienda fueron bien adversas, más allá del empeño que pusieron hombres y mujeres por sacar adelante una producción donde Sancti Spíritus pocas veces sale mal parada, sobre todo cuando el aporte se mira en materia de eficiencia y cumplimiento.
Sin embargo, el mal desenlace de la zafra espirituana no es solo achacable a los recursos, la pandemia y el combustible. La máxima dirección del sector en la provincia, además de asegurar que se garantiza la canasta básica de la población y el alcohol de cocinar, lleva a punta de lápiz otros problemas que acompañaron la contienda.
Ahí se identifican, por ejemplo, irrespeto al horario de arrancar y parar los cortes de caña, debilidad y falta de exigencia en varios escalones de mando y un fenómeno que, lejos de mejorar, se agrava de un año a otro: el bajo rendimiento cañero, situado actualmente en el entorno de las 27 000 toneladas por hectárea, inferior incluso a la zafra precedente.
Solo de ver que se aprovechó la capacidad de molida al 39 por ciento se advierte el desequilibrio que tuvo el suministro de materia prima, pues por esa causa el tiempo perdido en los dos centrales ascendió al 40 por ciento y fue la mayor interrupción.
Aun cuando no llegó a los 90 días de zafra, el Melanio Hernández salió mejor parado en el plano de la eficiencia industrial y cumplió el parámetro de extracción de azúcar a más del 90 por ciento. El Uruguay, que rebasó las 150 jornadas en operaciones y arrastró el mayor peso por tanto tiempo perdido ante la falta de caña, quedó por debajo en el rendimiento industrial, en el índice de extracción de azúcar y confrontó problemas de calidad —el color— en algunos lotes de azúcar.
Sancti Spíritus acaba de concluir lo que pudiéramos llamar una zafra chica de cinco meses que, además de incumplir el plan de azúcar, dejó pérdidas económicas planificadas desde un inicio, con una contracción también en la fabricación de miel, alcohol y otros derivados; aunque algunos destinados a alimento animal se produjeron en menor cuantía debido a la falta de extracción por razones de precio, mientras la ganadería sufrió la falta de comida.
Más allá del inventario de carencias que acompañó la cosecha, el epicentro del fenómeno radica en el deterioro del cañaveral con su espiral de descenso a medida que pasan los años y se convierte en la mayor limitación que tiene delante la producción cañero-azucarera en Sancti Spíritus.