La muy mediática fábrica de mascarillas desechables, instalada en Matanzas a mediados de 2021, produce de manera estable y sin contratiempos. Está a punto de completar los dos millones de nasobucos, la mayoría comercializados. El único freno para una mayor producción es, contradictoriamente, la baja demanda.
Cuestión de vida o muerte
Es la primera fábrica de su tipo en el país, operada por la Empresa de Confecciones Textiles Unymoda, perteneciente al grupo empresarial Gardis. El proveedor de las máquinas y de la materia prima es un ciudadano sirio radicado en Cuba desde hace tres décadas, el empresario Lway Aboradan, licenciado en Farmacia en la Isla y quien siente gran afecto por los cubanos.
La pandemia de COVID-19 desató en el mundo una carrera por conseguir mascarillas protectoras. Era cuestión de vida o muerte. Ello explica que el anuncio –ya bajo los primeros efectos de la enfermedad en 2020– de que Matanzas contaría con la primera fábrica de nasobucos del país generara gran expectativa.
Por trámites demorados y otros contratiempos, la iniciativa del grupo empresarial Gardis no se concretó sino hasta inicios de la segunda mitad de 2021, con la pandemia en pleno apogeo.
La puesta en marcha de la fábrica, sin embargo, demoró más de lo deseado y la comercialización del primer lote producido no fluyó a la velocidad que exigían las circunstancias.
Por lo visto, el anuncio anticipado, sin los equipos por llegar al país, puso una presión adicional sobre los involucrados, a quienes les empezaron a contar los días a partir de entonces.
“Es verdad que hubo imprevistos”, admite Pérez Montero, y comenta que nadie imagina los inconvenientes a que debió sobreponerse el pequeño colectivo para echar a andar la planta.
El mayor desafío, según ella, fue capacitar a los operarios. “No hubo asesoramiento presencial, sino por medio de videoconferencia desde un taller en el extranjero, donde laboran con equipos idénticos y la misma materia prima. Eso nos obligó, por la diferencia de horario, a permanecer en la fábrica hasta altas horas de la noche para establecer la comunicación, en la que Aboradan hacía de traductor”.
También fue una traba el retraso de un compresor con la potencia suficiente para mover las dos máquinas de confección, y la insuficiente climatización de un local, justo es decirlo, ideado a toda carrera debido a la situación epidemiológica que amenazaba al territorio.
El colectivo lo integran 12 trabajadores, incluidos cuatro operarios y un mecánico, y actualmente disponen de materia prima para unos tres meses.
Cada pieza, esterilizada y de alta calidad, está conformada por tres capas, con una intermedia que facilita el filtrado, explicó la administradora tras especificar que las mascarillas son de escaso peso y cómodas al respirar.
“Ahora usamos el color azul, pero está previsto el uso de una gran variedad”, dijo.
Aunque las máquinas son fáciles de operar, comentó Evangelio Garrido, el mecánico, al principio no contaron con un especialista de experiencia necesaria y hubo que adiestrarlos sobre la marcha, “hasta que le cogimos el golpe”.
Si bien se tardó algún tiempo para estabilizar la producción, los jóvenes operarios mostraron responsabilidad y disciplina, afirma Garrido.
Le preocupan los bajos salarios que reciben, por debajo de los 3 000 pesos, y la posibilidad real de que esos muchachos abandonen la fábrica en busca de mejoras económicas. “Sería un gran problema, porque en ese caso tendríamos que capacitar a otros, con todos los trastornos que eso conlleva”.
Puede parecer fácil, pero estar ocho horas de pie y con la vista fija hacia abajo no es nada cómodo, observa Adriel Ojeda, encargado de la calidad del producto y de su empacado. “Por mis manos pasan decenas de miles de mascarillas cada día”, señala, luego de asegurar que el proceso fluye bien y no se estanca el producto en el almacén.
Demanda por debajo de lo previsto
Maribel Rodríguez Argüelles, directora de la Empresa Unymoda, recordó que la inversión tuvo un costo de cinco millones de pesos, a reponer en cinco años. Aclaró que toda la materia prima la adquieren en moneda libremente convertible y que, por tanto, la entidad no tiene otra opción que comercializar con respaldo en MLC.
“El precio de las mascarillas oscila entre los diez y 12 centavos en divisa, con destino fundamentalmente al turismo, a otros organismos y a la venta online. En total, tenemos una veintena de clientes, incluida la distribución a la población en moneda nacional”, precisó.
Según Rodríguez Argüelles, la demanda se ha comportado muy por debajo de lo previsto, y Salud Pública, en principio el número uno en la lista de los clientes, no ha adquirido una sola unidad.
Sobre esta particularidad, directivos del sector en la provincia explicaron que reciben las mascarillas a través de la Empresa de Suministros Médicos (Emsume), encargada de la comercialización de recursos de uso médico y no médico a las instituciones de salud.
Otra razón, según ellos, es que esas resultan más baratas y que en estos momentos no tienen déficit.
Sobre el polémico tema del salario, Rodríguez Argüelles explicó que, como parte de la organización del sistema salarial, la empresa se beneficiará con la aplicación, en los próximos meses, del Decreto 53, a partir de lo cual deben crecer los ingresos de los trabajadores.
Lamentó la demora en la distribución anual de las utilidades, que colocaría al colectivo de la fábrica de mascarillas como el más beneficiado de la empresa, precisamente por haber sido el que más dividendos aportó en el periodo.
Más alcance
Si bien la fábrica produce hoy de manera estable y no hay cuellos de botella en la comercialización, es cierto que su puesta en marcha resultó más complicada de lo esperado.
Además, hoy no pocas personas se preguntan por qué un proyecto así no está al alcance de la población cuando en la calle otras mascarillas, de menor calidad, son comercializadas por el sector no estatal en alrededor de 20 CUP, precio muy superior al estimado por Unymoda para la venta en moneda nacional.
Al destacar el significado de esa inversión, los expertos informaron entonces que cada mascarilla que el país compraba en el mercado internacional tenía un costo promedio de 46 centavos dólar, mientras que el estimado de las producidas aquí rondaría los seis, con una lógica disminución de los costos.
Esa posibilidad, por lo visto, no ha tenido toda la expresión deseada en la práctica.
Eso sí, basta ver el desempeño de los muchachos de esa fábrica para advertir cuánto les importa lo que hacen.
El frenesí de los nasobucos
Aunque es un invento antiquísimo, el nasobuco debió esperar varios siglos para alcanzar su real notoriedad, por obra y gracia de la COVID-19.
De un tiempo a la fecha, desechar el uso de este artículo es como pisar terreno minado. Hace rato que resulta difícil hacer vida cotidiana y prescindir de él.
Hay cubrebocas de los más diversos tamaños y formas, hechos con disímiles materiales. Algunos son tan desproporcionados que cubren parcialmente el rostro y hacen imposible la identificación de las personas.
No es fácil, en ocasiones, descubrir a quién tenemos enfrente, y uno no sabe con qué cortesía acoger al recién llegado. No pocas veces las personas se preguntan y se responden con la mirada.
Hay en estos momentos un declive de la incidencia de la enfermedad, pero nadie sabe a ciencia cierta cuándo será el final de esta “mascarada”.
De manera que la tan polémica fábrica de mascarillas protectoras de Matanzas no tiene, al parecer, sus días contados. Más bien, una larga vida por delante. El único freno para una mayor producción de mascarillas en la moderna fábrica es, contradictoriamente, la baja demanda.
(Tomado de Granma)