Se discute mucho hoy en Cuba, especialmente sobre temas de la economía. Que si tal dificultad es coyuntural y transitoria, o refleja problemas estructurales del modelo económico; que si los cambios que hacemos son conservadores y lentos, o son temerarios y riesgosos; que si le estamos dando al sector no-estatal demasiadas prerrogativas o demasiado pocas; que si la inserción internacional de la economía es un riesgo o una oportunidad; que si debemos darle más atribuciones a la inversión extranjera, o más control; que si las empresas estatales deben ser más protegidas o menos; que si las desigualdades de ingreso son dinamizadoras y justas o son corrosivas de la unidad nacional; y un larguísimo etcétera de temas y disyuntivas.
Y necesitamos que existan esas polémicas, porque las estrategias para que un país pequeño supere el subdesarrollo estando bajo la presión de un bloqueo económico de décadas impuesto y mantenido por la mayor potencia industrial y militar del mundo, y las estrategias para que ese país se conecte, a partir de la justicia social, con una economía mundial que no está guiada por la justicia social, son algo que no está escrito en ningún libro, ni tiene recetarios validados.
El camino tendremos que encontrarlo nosotros mismos, y para eso necesitamos las polémicas, PERO, y este es un “pero” muy importante, siempre que sean polémicas sobre los procedimientos y no sobre los objetivos. Sobre los objetivos necesitamos unidad, y sobre los procedimientos necesitamos diversidad. Ese es el desafío intelectual y moral del momento.
Para orientarnos ante ese desafío, hay que recurrir a la Historia. La Historia es la que nos dice cómo es que somos los cubanos, y eso es el punto de partida de cualquier construcción de una visión de porvenir.
Ya hemos transitado los cubanos por coyunturas similares, que nos obligan a saber distinguir entre objetivos y procedimientos.
A situaciones análogas se enfrentó José Martí. Así lo escribió en un artículo del periódico “Patria” en abril 1892 (hace exactamente 130 años) cuando la preparación de la guerra necesaria obligaba a tomar posiciones en las polémicas que inevitablemente generaba el análisis de las frustraciones de la guerra anterior: “La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político..” Y añadía en el mismo artículo: “El deseo de independencia sobró siempre en nosotros, y el corazón para conquistarla: falta sólo la confianza en los medios nuevos que se habrán de emplear, puesto que del empleo de los antiguos nacieron miedos y peligros graves…”
Martí también transitó en su tiempo por ese contraste entre la necesidad de unidad de pensamiento sobre los objetivos y la necesidad de medios nuevos para alcanzarlos. La Historia tiene constantes que son de larga duración. Quien no las entienda, deja su pensamiento a merced de los vientos de ideas variables que soplan cada momento.
También ahora necesitamos unidad de pensamiento en los objetivos conquistar. Los objetivos son los que se definen en el Artículo 1 de la Constitución que los enuncia así:
“Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”.
Al mismo tiempo también necesitamos medios nuevos para conquistar esos mismos objetivos, y aún falta la confianza en esos medios nuevos, y persiste el temor a los medios antiguos, que funcionaron en su momento, pero que ya no pertenecen al siglo XXI. Por eso decía Fidel, inaugurando el siglo que “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
El núcleo caliente de las discusiones actuales está en las políticas económicas. Desde los primeros planes de desarrollo económico implementados por la Revolución han transcurrido más de 60 años y el mundo ahora no es el mismo. La globalización de la economía mundial es neoliberal y depredadora: no es la que queríamos y durante un tiempo tuvimos en la integración económica con los países socialistas de Europa. El incremento mundial de las escalas de la producción material y los flujos de transporte e información, limitan el poder atractor de la demanda doméstica, e imponen una producción cada vez más conectada con las exportaciones y las cadenas globales de valor. Los cambios tecnológicos recientes, y en especial la informatización de la producción y las tecnologías de la cuarta revolución industrial demandan procesos diversificados, cambiantes y distribuidos en la producción, que ya no se pueden manejar con un pequeño grupo de empresas grandes y estandarizadas. Los cambios tecnológicos cada vez más concentran el valor agregado en productos y servicios de alta tecnología, en detrimento del valor que capturan los productos primarios (como el azúcar) y la exportación directa de recursos naturales.
En ese nuevo contexto económico y tecnológico pierden funcionalidad (siempre con excepciones, pero escasas excepciones) la planificación material centralizada, la estandarización de los procesos de dirección, las mega-empresas, la capacidad de inversión basada en dos o tres productos líderes, la superposición de funciones estatales y empresariales, y otros procedimientos de este corte que fueron las palancas principales de conducción del desarrollo en el siglo XX, en Cuba y en muchos otros países.
Sabemos que todo eso tiene que cambiar, pero al mismo tiempo la voluntad de soberanía nacional y de justicia distributiva, hay que mantenerlas y defenderlas; aunque por medios nuevos.
Y no hay nada “raro” en que los procedimientos de gestión de la economía tengan que cambiar. Las relaciones entre los hombres para la producción son dependientes del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Lo descubrió Marx hace más de 150 años.
Las polémicas sobre los medios a emplear en Cuba, bienvenidas sean, siempre que estén motivadas por encontrar la manera mejor de alcanzar los objetivos de soberanía, justicia social y prosperidad.
Lo que no vamos a permitir (y hay fuerzas, y mucho dinero intentándolo) es que traten, a través de esas polémicas necesarias, de llevarnos al cuestionamiento de los objetivos mismos. Sería un acto de ingenuidad irresponsable.
Quienes polemizan, con razón o sin ella, sobre si las decisiones concretas de hoy son eficaces o no, son compañeros con los que podemos discrepar, a veces de manera aguda, pero son esencialmente compañeros que están del lado del proyecto histórico cubano.
Quienes lleven sus polémicas al cuestionamiento de los objetivos mismos de soberanía, justicia social y prosperidad, esos ya dejaron de estar en la trinchera de la Patria.
El Pueblo tendrá la sabiduría necesaria para identificar quién es quien.