El almanaque marca el 10 de marzo de 1952 y Cuba amanece con la noticia de un nuevo golpe de Estado de Fulgencio Batista en Columbia, anunciando el regreso de una dictadura feroz, del palmacristi y el plan de fuga. Al este del país, en la Universidad de Oriente, una estudiante de cuarto año de Ingeniería Química Industrial, lejos de amedrentarse, se entusiasma con la posibilidad de poder luchar contra el régimen de fuerza recién instaurado: «Recuerdo que ese día, poco después de las siete de la mañana, llegó alguien y dijo: “Oigan, dicen que Batista dio un golpe de Estado”. El profesor que teníamos en aquel momento tenía un hermano postulado para Representante y dijo: “Si eso es verdad aquí hay que alzarse”. Y a mí me pareció la cosa mejor del mundo aquello que había dicho el hombre. Yo creí que lo había dicho muy en serio y ahí mismo decidí que había que alzarse. Y entonces empecé a dar unos brincos altísimos de la felicidad que me produjo la idea de alzarnos. En realidad, una siempre había tenido unos anhelos muy románticos de poder participar en luchas heroicas, […] quería en ese mismo momento agarrar los fusiles e ir a pelear». Se llama Vilma Espín, es una joven que practica deportes, canta en la Coral Universitaria, tiene resultados docentes destacados, y en poco tiempo realizará estudios de posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), en Boston. Posee todas las ventajas provenientes de una familia con posición económica y social privilegiada, que le abren un mundo de posibilidades para encontrar realización personal y una existencia cómoda y sin sobresaltos. Prefiere, sin embargo, el camino del deber, lleno de peligros y sacrificios, y se entrega por completo al combate por la libertad de su pueblo. En algunos años será la Déborah de la clandestinidad y la guerrilla, miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio y su coordinadora provincial en Oriente.
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A bordo de un tren con destino a Santiago de Cuba en julio de 1953, viaja una mujer con una maleta llena de armas. Su destino es la acción que cambiará para siempre la historia del país: el asalto al cuartel Moncada. Un soldado que la movió al pasar, la encontró tan pesada que le preguntó si llevaba dinamita: «Libros, le dije. Acabo de graduarme y voy a ejercer en Santiago. Aproveché el Carnaval para divertirme un poco después de los estudios. (…) Bajó conmigo al andén, llevando mi maleta. Abel y Renato estaban esperándome en la Terminal. Yo me acerqué para decirles: “Esa es la maleta”, y agregué: “es un compañero de viaje”. Y al soldado: “Son dos amigos que vienen a esperarme”. El soldado entregó la maleta y partimos». Esa serenidad y sangre fría, demostradas en los momentos de mayor peligro, contrastan con una pasión que la desborda y tiene como única brújula la Revolución que traiga justicia a los desposeídos y libertad a su Patria. El 26 de julio de 1953 perderá Haydée Santamaría a dos de sus seres más queridos, el hermano Abel y el novio Boris; y más de una vez verá caer, presos o asesinados, a compañeros muy valiosos y entrañables. Pero la dureza de esos golpes no la hará cejar en la brega. Miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio desde su fundación, será persona de confianza de Fidel para el cumplimiento de las misiones políticas de mayor complejidad y dificultad, como la salida al exilio en mayo de 1958 con el propósito de asegurar la unidad allende los mares, y garantizar el envío de armas y pertrechos bélicos que con tanta urgencia se necesitaban. Por su carácter espontáneo y apasionado, la imagen preferida de Yeyé que quedará grabada en el recuerdo del Che, hermano de lucha e ideales, será la de «un día de año nuevo, con todos los fusiles disparados y tirando cañonazos a la redonda».
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Transcurre el año 1955 y una joven oriental, hija del doctor Manuel Sánchez, figura relevante de la Ortodoxia en la zona de Manzanillo, acude a la capital para entrevistarse con el responsable nacional del partido fundado por Chibás, Eduardo Millo Ochoa. Su propósito, según el testimonio de Max Lesnik, es sugerirle un proyecto efectivo de lucha contra el batistato: «Se trataba de organizar un movimiento guerrillero en las montañas de la Sierra Maestra (…), ella conocía esas montañas y que el ejército de Batista no podría jamás vencer un movimiento guerrillero que se apodere primero de esas inmensas alturas». El plan, considerado una locura por el dirigente político ortodoxo, será realidad fecunda poco tiempo después, en manos de una nueva vanguardia. La misma muchacha que ayudó a poner a Martí en lo más alto de Cuba, el pico Turquino, contribuyó luego, de modo decisivo, a la sobrevivencia, sostén y ensanchamiento del primer núcleo guerrillero en la Sierra Maestra, tras el descalabro inicial de Alegría de Pío. Uvero la verá convertirse en la primera mujer en participar como soldado en la guerra revolucionaria, y en lo sucesivo será pilar fundamental, hasta en los más mínimos detalles, del funcionamiento y crecimiento del ejército guerrillero. No en balde es la destinataria, el 5 de junio de 1958, de la confesión más trascendente del líder de la Revolución Cubana antes de 1959, la del sentido raigalmente antimperialista de su lucha. Sus padres la inscribieron como Celia Esther de los Desamparados Sánchez, pero para muchos será solo Norma, el nombre que, junto a David, nunca debería faltar en la portada del libro que recoja la historia del combate del pueblo cubano contra la satrapía batistiana y por la liberación nacional.
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Una adolescente de apenas 16 años tiene que pasar, el 30 de julio de 1957, por el doloroso trance de formar parte del pequeño grupo que acompaña a doña Rosario García a taponar las heridas y vestir el cuerpo inerte de su hijo, Frank País. En su caso se trata no solo del jefe, sino del amigo querido y admirado, al que sentía casi como de su propia familia. Con su corta edad ya es una curtida y recia luchadora, fogueada en los trajines conspirativos y en cuanta manifestación estudiantil se produce en Santiago de Cuba. Huésped habitual de los calabozos de la ciudad, los esbirros conocen de su temeridad y su inclaudicable voluntad de combate. Tanto Frank como el dirigente revolucionario Félix Pena cuentan con ella en cada una de sus iniciativas insurreccionales, y no hay episodio significativo del enfrentamiento a la dictadura donde ella no tenga presencia activa. Será también combatiente guerrillera, en el ii Frente Oriental «Frank País». En palabras de José Luis Cuza, compañero y también protagonista de aquellos años, sin mencionar a Marina Malleuve «no se puede hablar de la lucha clandestina en Santiago de Cuba».
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En el parque Céspedes, pleno corazón de la ciudad de Santiago de Cuba, las mujeres aprovechan el 31 de julio de 1957 una demostración acordada previamente, para expresar el dolor y la ira por el asesinato el día anterior de su hijo más querido: Frank País. Han acudido allí con el objetivo de protestar frente al embajador norteamericano, Earl T. Smith, por los crímenes de la dictadura batistiana. La líder más visible de la manifestación, mujer madura de 46 años recién cumplidos, encara al asesino de Frank, José María Salas Cañizares, oficial que se ha ganado el pavoroso mote de Masacre, quien intenta apresarla: «Me agarré a una columna del parque resistiendo la embestida del militarote, mientras seguía dando gritos. Estábamos delante del embajador, pero el enfurecido servidor de la dictadura había perdido el juicio y seguía halándome por un brazo, mientras me daba golpes. Lo enfrenté dándole con la cartera en la cabeza». Algunos testimonios recuerdan que, en el forcejeo, en medio de la brutal golpiza, ella le muerde un dedo al esbirro, al punto casi de arrancárselo. Ese derroche de valor no es nada nuevo en quien ya constituye toda una leyenda de la lucha revolucionaria en el oriente de la Isla. Veterana combatiente antimachadista, compañera de Guiteras y de Chibás, dirigente ortodoxa, no duda en poner su experiencia a las órdenes de la nueva generación, y ha sido fundadora del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba y miembro del Estado Mayor que organizó y dirigió el levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956. Sobreponiéndose a dificultades físicas y de salud, su vida no conoce un minuto de descanso, y cada causa justa de la historia patria cuenta con su pasión y su proverbial arrojo. Su nombre, Gloria Cuadras.
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Una mujer integra el comando armado del Directorio Revolucionario que el 17 de noviembre de 1958 tirotea la 15 Estación de Policía en Marianao, La Habana. De ella ha surgido la idea de la acción, se ha encargado del chequeo de los movimientos del jefe de la unidad, ha realizado un croquis de sus principales accesos, y garantiza la retirada de sus compañeros. Hace solo unos meses estuvo presa, y sufrió vejaciones y torturas, pero en lugar de tomar el rumbo del exilio, desafía la represión y se sumerge en el azaroso mundo de la clandestinidad habanera. Acostumbrada a la compañía del peligro, ha escapado varias veces de la muerte. Su provisión de contactos, dinero, transporte y casas de seguridad ha resultado esencial para salvar la vida de muchos combatientes y mantener la vitalidad de la actividad insurreccional urbana. Natalia Bolívar es imprescindible para el Directorio, a cuyo decurso se encuentra estrechamente ligada. De origen aristocrático y formación en colegios católicos, con estudios de pintura y bellas artes, ella es una rebelde impenitente, y su marca personal ha sido la irreverencia cimarrona, lo mismo frente a arbitrariedades e injusticias que a convencionalismos religiosos, familiares, políticos o sociales. No vacilará nunca en unir su suerte a la de su tierra y su gente más humilde.